Estoy en el aeropuerto de Matamoros, Tamaulipas. Volaré en unos minutos a la Ciudad de México.
Hace rato crucé, caminando, el puente internacional que conecta a Matamoros con la ciudad de Brownsville, Texas.
Por asuntos personales tuve que visitar la Isla del Padre.
En cuanto crucé el puente internacional, tomé un taxi.
¿Cómo están las cosas en Matamoros? Fue lo primero que pregunté al taxista.
Su respuesta fue: “Matamoros, de maravilla. ¡Ya van varias semanas sin balaceras!”.
Añadió el taxista: “Vivir sin balaceras es vivir en el paraíso”.
La gente se conforma con estar en paz. ¿Matamoros el paraíso? Carajo. ¡Pero si es la ciudad más fea del mundo! Mal pavimentada, sucia, con un clima horrible, con malas vialidades…
Pero las pocas semanas en que no ha habido balaceras son, para ese taxista, maravillosas. Por eso él se siente en el paraíso.
¿Y cómo se logró parar las balaceras en Matamoros?
Ele taxista me dijo: “Quitaron a toda la policía municipal, que trabajaba para los mañosos, y ahora la ciudad la patrullan los soldados, los marinos y los policías federales”.
En el trayecto del puente internacional al aeropuerto vi a decenas de militares, utilizando camionetas de la policía municipal, patrullar Matamoros.
“Ojalá que no se vayan nunca los soldados”, me dijo el taxista.
Carajo. En muchos lugares de México solo el ejército da felicidad a las personas.
A lo que ha llegado la sociedad mexicana por culpa de la guerra perdida de Calderón.
Por cierto, el taxista de Matamoros habló muy mal de los dos paisanos suyos que han sido gobernadores de Tamaulipas y que ahora cuestiona la PGR, Manuel Cavazos Lerma y Tomás Yarrington.
Cuando le dije al taxista que soy amigo de Yarrington, desde la escuela, me dijo: “Eso no habla bien de usted”.
Qué cosa. Mi amigo del Tec en tan serios problemas. Ni modo. Ojalá los resuelva con las armas de la ley, las únicas que todos deberíamos usar en México.