Entre nosotros, los mexicanos, nada vive más presente que nuestro pasado. La razón: un pasado que no nos deja de pasar, que no nos deja pasar.
A pocos importó que la precandidata independiente de origen indígena tuviera un accidente. Quizá porque para muchos su sola presencia fue un accidente. Atrévase usted a instalarse en este razonamiento: no me gusta lo que representa; es un pasado ignorante, salvaje, atrasado, demasiado rústico. Habla una voz que insistimos en mantener oculta, encerrada en el sótano de nuestro yo; preferimos no evidenciarla.
Por eso mismo en las comunidades indígenas somos extranjeros. Hace ruido decir “nuestras comunidades indígenas” preferimos señalarlas desde una distancia que nos tranquiliza. Cuando las visitamos, compramos no sin regatear alguna artesanía —ellos no hacen arte—, aprendemos algún vocablo de su dialecto —ellos no han alcanzado un lenguaje que se llame idioma— y tomamos fotos de algún ritual que llamamos folclor y de sus “vestimentas” —ellos no tienen cultura—. Conmovidos con nuestro propio humanismo, nos tomamos la selfie con una “indita” —no tiene derecho a ser diferenciada como huichol, nahua o chamula— y lo llevamos siempre con nosotros en la sección más sagrada de nuestro face, mientras ella se queda enfrentando la miseria de oportunidades.
Por años se consideró a esos asuntos como: “El problema indígena”. La solución solía ser su negación esencial: pretender que los indios dejaran de serlo. Afortunadamente, a partir de los años noventa, gracias al valor de algunos, a la presión social y a la atención internacional, esa concepción cambió.
Gran cantidad de mexicanos sabemos que existen pirámides en Yucatán. Incluso aplicados del internet conocen que Chichén Itzá fue considerada una de las Siete Nuevas Maravillas del Mundo Moderno. Pero muy pocos visitan alguna de las más de 200 comunidades en donde viven hoy 500 mil mayas. Poquísimos sabíamos que existe una comunidad nahua en Jalisco, en donde nació Marichuy, un porcentaje elevado de la población vivimos en la indigencia informativa respecto a nuestra propia cultura. El verdadero problema es que lo seguiremos siendo mientras no nos des-educamos para poder aprender, porque poseemos filtros que nos impiden entender, la estructura mental no permite la asimilación de conceptos decisivos; ahí en donde nuestras palabras se incineran o revientan.
Le comparto un enfoque que sería bueno aprender de los mayas. Ellos se organizan, social y políticamente, de manera horizontal. El concepto clave, nosotros, indica que no hay reyes ni jefes, tampoco caudillos o caciques. El poder no se concentra en las manos de un sujeto, de una casta o de una minoría, sino que es ejercido por el nosotros, ámbito en el cual todos son corresponsables. Las decisiones se toman en comunidad, palabra que pertenece a la misma familia de “común” y “comunión”. De ellos viene la frase: “sólo se puede mandar obedeciendo”.
En estos días se cumplieron dos años de la visita del Papa a Chiapas. En aquella ocasión mencionó, refiriéndose a los indígenas: “Muchas veces, de forma sistemática han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, su cultura y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, los han despojado de sus tierras o realizado acciones que las contaminan. Qué tristeza… Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir 'perdón'. Perdón, hermanos.”
Hizo bien Francisco, pero escuchando el discurso de Marichuy me queda claro que no se trata de pedir perdón. Eso no es algo que les interese, una palmada en el hombro cambia nada. Se trata de ocupar su verdadero lugar en la historia y que, quienes no somos indígenas, tengamos respeto y dignidad por nuestra cultura por nosotros mismos, por nuestros padres e hijos. Ella lo que pretendió fue utilizar al sistema que tanto daño les hace para desde ahí ser visible. Nos ofreció la oportunidad de conocernos, de entender y aceptar que en nuestro país existen formas diferentes de hablar, rezar, bailar y de disfrutar la vida. Eso es algo maravilloso. Quiso provocar reflexiones como esta.
A propósito de lo anterior recordé un pasaje de un libro de Eduardo Galeano narrando anécdotas de Carlos Lenkersdorf, lingüista alemán quien sin duda mejor conoció el mundo indígena del sureste mexicano, nos narra que en 1992, mientras se celebraban los cinco siglos de la “salvación” de las Américas —en serio así le llamaron—, otro sacerdote católico llegó a una comunidad metida en el mismo Chiapas.
Durante la confesión, Carlos tradujo (autor del primer diccionario Tojolabal-español-tojolabal). Los indios contaron sus pecados. Hizo lo que pudo. Bien sabía lo imposible de traducir esos misterios. Estos fueron algunos de los pecados:
“Dice que ha abandonado al maíz.”
“Dice que muy triste está la milpa. Muchos días sin ir.”
“Dice que ha maltratado al fuego. Ha aporreado la lumbre porque no ardía bien.”
“Dice que ha lastimado al buey.”
El sacerdote, más confundido que Adán el 10 de mayo, no supo sancionar esos delitos no tipificados en el código de Moisés.
Más allá de lo curioso, nos da una idea de la relación del indígena con el planeta. Por eso valía tanto la pena tener a Marichuy ahí en su imposible, y acaso indeseable para algunos, misión presidencial. Tenerla ahí a todos beneficiaba, es prueba viviente del agotamiento de nuestro sistema político, de la ausencia de opciones para una verdadera transformación. Ella, como su infantil sonrisa, refresca y opone una luz a grises conciencias, a tiempos violentos. Congruente con su actividad de médica tradicional, diagnosticó a nuestro país: México está enfermo, contundente señaló en una entrevista, hay que encontrarle un buen remedio. Mira a cámara y la risa reaparece como una entrecortada tos, da fe de ser una persona auténtica. De las que hacen tanta falta.
No alcanzó el número de simpatizantes para acceder a la contienda presidencial. Marichuy tuvo una oportunidad.
Lo explico en tres puntos:
Uno. Todos estamos conscientes de lo asimétrico de la lucha entre una indígena y los demás precandidatos, en materia de tecnología, acceso y conocimiento del electorado. También somos conscientes de nuestra ignorancia de lo indígena.
Dos. Las autoridades electorales se han destacado en su lucha en favor de los Derechos Humanos. Tienen competencia para ponderar principios. En este caso no se trata del derecho humano de una indígena. No, lo de vulnerable no va con ella. Hablo del derecho humano a la identidad cultural de quienes no somos indígenas. La presencia de Marichuy tenía una función educativa y cultural. Ése es el derecho humano que se vulneró.
Tres. Los únicos que agraviados con la presencia de Marichuy en la boleta electoral serían los candidatos que obtuvieron registro. Por lo tanto, si ellos se hubiesen conformado para que el México indígena se representara a través de Marichuy, sencillamente no había conflicto, por lo que la autoridad electoral estaría sin lugar a dudas facultada para inaplicar, en este caso concreto, el candado de las firmas.
Merece si acaso considerarlo y hacerlo, sin estrechez ni mezquindad, como una causa de ésas por las que valía la pena luchar, escribir. También estoy hablando de construir ciudadanía. Es importante cambiar la percepción de la forma en que la autoridad electoral se relaciona con lo indígena. La forma y fondo de aquella ilegal grabación telefónica aún ronda, no solo entre Chichimecas.
Me despido con otro historia de Carlos Lenkersdorf:
"El verano de 1972 se nos da la oportunidad de visitar los Altos de Chiapas. Viajamos para ver a pueblos y tierras desconocidos por nosotros (lo acompañaba su hermano). Hay algo que no sólo nos llama la atención, sino que nos fascina e intriga y, a la vez, nos inhibe de fijarnos en otro asunto. Aunque no entendemos ni una sola expresión, escuchamos constantemente y con repetitiva insistencia una sílaba o palabra que cada ponente o hablante usa y usa sin cesar. No se nos olvidan estos sonidos: lalalatik - lalalatik - lalalatik... Nos preguntamos qué puede significar ese -tik, -tik, -tik. Debe ser algo de mucha importancia para los tzeltales reunidos.
“Preguntamos al sacerdote presente. ¿Qué significa el tik-tik-tik? Nos explica que tik,-tik,tik quiere decir nosotros y agrega otra explicación adicional. El nosotros es un distintivo de la lengua tzeltal. El nosotros predomina no sólo en el hablar sino también en la vida, en el actuar, en la manera de ser del pueblo”.
Conocer nuestro pasado, nuestra historia profunda, lograr entenderla y luego por fin aceptarnos es requisito indispensable para que nos comience a pasar una mejor historia. Duele ver cómo perdimos el sentido de nuestra existencia colectiva; es evidente la falta cohesión, ánimo y rumbo. Cuando un país carece de sentido, olvida aquello que debe valorar, pierde su razón de ser. Es el origen de la tragedia nacional.
Quizá alguien más comparta conmigo la idea de que Marichuy es nosotros. tik Marichuy tik.