Una visión política es un conglomerado de ideales. Cada vez menos diferenciadas, los espectros políticos ideológicos han desembocado en la homogeneidad. La grisura legislativa por un lado, los destellos escandalosos por el otro. Si bien las posiciones respecto a temas paradigmáticos como la inversión privada en PEMEX o los matrimonios homosexuales son completamente antagónicas, los planes de los gobiernos modernos difícilmente pueden soslayar temas como seguridad social, empleo o educación.

Hay, sin embargo, un punto nodal y crítico en donde la izquierda ha comenzado a diferenciarse: el rechazo sexenal a Calderón ha mutado en un repudio generalizado hacia Peña. Desde la trinchera de AMLO en 2006, el PRD explotó en una denuncia explícita de un fraude. En 2012, en un señalamiento inextricable de manipulación. Ambos pueden ser ciertos. Sin embargo, no se trata únicamente de señalarlos para hacerlos evidentes sino de probarlos para hacerlo ejecutables. Y he ahí el problema: la izquierda no ha sabido esgrimir sus argumentos. Si de lo que se trata es de personificar lo ilegal bajo las siglas partidistas del PRI, entonces la arena judicial es el instrumento más eficaz para cultivar las pruebas. El derecho es la fonética de la moderación mientras que la política el conjunto actuado de sonidos. Pero AMLO usa al derecho sin la laboriosidad propia del abogado y a la política sin la pluralidad propia del Congreso. Hay una voz y un solo argumento: el de él.

Si el Tribunal valida la elección, entonces la explosión mediática de AMLO se hará sentir. A lo largo de los próximos seis años, algunos sectores del PRD, en lugar de construir un edificio legislativo coherente, harán todo lo posible por desmentir cada declaración vertida por parte de Peña. Sus críticas no se dirigirán a Los Pinos, a la política de empleo implementada por la Secretaria del Trabajo o al manejo de programas federales en el sector social, sino que recaerán en la figura polémica y actoral de Peña Nieto. La crítica es un lente magnificado: expone lo corroído y señala pequeñas rupturas. Pero una crítica que se empeña en señalar los vicios personales o resaltar los defectos privados cae en la calumnia. No estaremos hablando de política sino de injurias; ya no de jaloneos legislativos sino de revanchas personales. Un argumento es la razón hecha palabra; la expresión del diálogo convertido en mensaje. El principal enemigo de la izquierda es que no ha sabido embonar en el rompecabezas político los fragmentos necesarios para enseñarnos el cuadro. Puede tener todas las piezas, pero la obsesión por los detalles no les ha permitido alejarse para acomodarlas. El PRD y sus aliados deben entender que si bien el mensaje de la calle demuestra el oleaje maduro del activismo partidista, el diálogo consagra la profunda convicción por los acuerdos.

Los mensajes radicales de AMLO le han impedido avanzar y conquistar las trincheras de los indecisos. En su lugar, al personaje políticamente vigoroso y combativo de AMLO le ganó el deshilachado y sonriente figurín de Peña Nieto. Se ha inaugurado la política de la amabilidad. La opción de los tres partidos de izquierda está en depurar los mensajes que propugnen un antagonismo sin límites hacia el Ejecutivo. De esta forma, el partido debe expropiar la idea del fraude de su decálogo, y convenir en secreto -para desaire de sus seguidores- que el activo más valioso de un partido político no está en la victoria, sino en la supervivencia.