El otro día fui a cenar a un restaurante y tres mujeres que estaban en la mesa de mi izquierda hicieron que me cuestionara un sinfín de preguntas. Hablaban de los feminicidios y las protestas, todas quejas: que si los monumentos rayados, que las mujeres que marchan son violentas, que a veces la culpa también recae en nosotras por vestirnos de cierta forma y no de otra y la cereza del pastel, que ellas no se imaginaban que todo “esto” estuviera ocurriendo.
¿En qué burbuja viven estas tres?, me pregunté tanto que no sé cuanto. ¿En qué burbuja de este jabón que se llama Veracruz y encabeza la lista de los Estados con mayor índice de feminicidios? Me le quedé viendo a la cena que ya no me cabía en el cuerpo porque la cólera me lo ocupaba todo, cuando de repente escuché a una de ellas decirle “feminazis” a las valientes. Las otras dos se reían.
“Feminazis”. Qué dolor en el pecho. Se me caía la cara. La pregunta ya no era querer saber en qué burbuja vivían, la pregunta ahora era saber cómo era posible que se atrevieran a utilizar un pronombre – que me parece espantoso – para clasificar a las que marchan para que ellas no sean las próximas.
Después de no quitarle la mirada al plato, me di cuenta que ni ellas tenían la culpa de expresarse así, ni yo de sentir ese coraje. Decirle “feminazis” a un grupo de mujeres que ya no saben qué más hacer para que nos devuelvan el derecho de vivir a todas nosotras, es ignorancia. Hay que tener claro que la ignorancia cabe en cada uno de nosotros y nadie se salva. Y es válida, todos somos ignorantes. Ser ignorante no se elige, lo que sí se elige es la desinformación.
“Cómo puede ser posible que siendo 10 al día y residiendo en uno de los tres Estados más peligrosos para ser mujer, las tres estén así de desinformadas” me dije cincuenta veces y de repente, pasé de sentir cólera a sentir pena. Una pena ajena de esas que te hacen querer estar en cualquier otro lugar. Pedí la cena para llevar y en lo que caminaba a mi coche empecé a sentir tristeza. Un licuado de emociones ahora que lo escribo y me doy cuenta, supongo que así nos sentimos todas las conscientes en esta realidad tan dura.
Llegué a mi casa y lo primero que escribí fue un “GRACIAS” así, en mayúsculas. Me le quedaba viendo al papel con ese “gracias” que subrayaba de izquierda a derecha, como si una línea no fuera suficiente, pensando en todas nosotras: en las mujeres de mi vida, en las que están y en las que nos faltan. En las que salen a gritar por las que todavía no salimos. En las que un día salieron sin saber que ese era el último.
Se los comparto:
Gracias, mujeres, por salir con miedo. Por salir valientes. Por salir inquietas. Gracias a las que el 8 de Marzo van a salir a alzar la voz por el derecho de vivir de todas nosotras. Por las que el 9 no se van a mover para seguir pidiendo justicia a un país machista vendeboletos que ha rebasado todo y que a pesar de cruzar la línea del desinterés, el sinvergüenza se burla y se va a dormir tranquilo porque inexplicablemente puede y lo que es peor: QUIERE.
Gracias mujeres por no saber quedarse calladas porque nos están matando de la manera más brutal y los amarillistas nos exhiben en sus portadas como si vendieran refacciones. Tal cual, por partes. Gracias porque alguien tiene que ser la voz de las mudas de pánico, de las desinformadas, de las que les dicen “feminazis” con una copa de tinto en mano porque la burbuja todavía no les revienta y una parte de mí les desea de mucho corazón que no lo haga, porque qué verdadero horror es este el de vivir con los ojos bien abiertos.
Gracias mujeres por ser la voz de las que ya no tienen voz. Benditos los decibeles de las que gritan justicia y bendita también la retórica de las que escriben y se atreven a gritar de otra forma. Gracias a la creatividad de las que ilustran para mostrar y a las que componen para cantar todo el dolor de miedo, ausencia e indiferencia. Gracias por romper el silencio, salir de la jaula, señalar los errores, exigir un cambio y pedir que nos devuelvan la libertad de vivir. Gracias por difundir, por hacernos sentir que no estamos locas, que somos más de una. Gracias por ser la voz de las familias de cada mujer que ha muerto por el maravilloso hecho de ser mujer. Por las niñas, las adolescentes, las madres y abuelas. Por las tías, las cuñadas y las amigas de mis amigas que ya no están.
Gracias, mujeres. Oda a todas ustedes, la protesta de todas nosotras.