Con gran emoción los ciudadanos de la Ciudad de México y de áreas conurbadas recibimos la noticia de que con la Cuarta Transformación, y el arribo de la Dra. Claudia Sheinbaum a la jefatura de la Ciudad de México, y del Maestro Andrés Lajous a la Secretaría de Movilidad, se regularían los parquímetros colocados en los lugares para estacionarse en la vía pública, se dejarían de colocar las famosas arañas en las llantas de los coches infractores, pensamos que bajarían las cuotas de uso de suelo de dichos parquímetros, y que en determinado momento podrían hasta desaparecer de las calles… pero no fue así.

Entender éste fenómeno de los parquímetros de la Ciudad de México es entender la enormemente intrincada sociología del mexicano, incluyendo la audacia que tiene para apartar lugares de las calles para beneficio propio con objetos que van desde una botella de plástico de Coca Cola de 2 litros rellena con agua, un jacal, hasta una muy bien elaborada cubeta con cemento y una varilla de metal corroída.

Pero para entender mejor la sociología del mexicano, un mejor ejemplo es lo que ocurría en los lugares para estacionarse de las calles de la Ciudad de México antes de la colocación de los parquímetros: el control de los franeleros.

Para la inmensa cantidad de extranjeros que leen SDP Noticias, explico: los franeleros son seres humanos, de cualquier género, y en general mayores de 10 años de edad, que se encuentran en las calles dirigiendo a los conductores de automóviles y otros vehículos de transporte, incluyendo motocicletas y camiones, para que puedan estacionarse en los lugares de la calle que ellos apartan, y al retirarse dichos conductores de los mismos, recibir una cuota de su parte que podría considerarse universalmente propina; la gran mayoría portan una tela de franela de color rojo, más pequeña que los capotes de los toreros, pero que el inconsciente colectivo descrito por Jung, de alguna manera, los relaciona (leer artículo sobre la fiesta brava en SDP Noticias: Diciembre 17, 2019), y por eso se les nombró: franeleros.

A inicios del siglo XXI, cuando en México surgió el sueño de un gran cambio liderado por el panista Vicente Fox, yo tuve que asistir al Instituto Nacional de Perinatología, en las Lomas de Chapultepec, como estudiante de Pediatría, ubicado en la entonces Delegacion Miguel Hidalgo, ahora ya Alcaldía, y el primer día que llegué a estacionarme en mi humilde automóvil Tsuru, el franelero, dueño de esa calle a donde arribé temprano, se me acercó y de una manera muy amable me solicitó que le pagara 10 nuevos pesos, o de lo contrario, le bajaría el aire a 2 de las llantas de mi coche.

Yo tenía que asistir a dicho instituto por 2 meses, así que llegué a un acuerdo con el franelero, de los que han existido entre seres humanos desde tiempos inmemorables, y me autorizó a que me estacionara en su lugar de la vía pública por 30 nuevos pesos a la semana, en pagos por adelantado, con lo cual tuvimos una excelente relación humana, y hasta de amistad; esas 8 semanas me costaron en total 240 nuevos pesos para poderme estacionar en la vía pública, con los que le hubiera llenado en ese tiempo el tanque de gasolina a mi Tsuru, y me hubiera durado hasta 4 semanas de uso (leer artículo sobre compañías automotrices en SDP Noticias: Marzo 31, 2020), o me hubiera alcanzado para desayunar unas 15 veces en un Vips con café con “refill” incluido, y con jugo o fruta incluidos también.

Ahora, en el mismo lugar donde me estacionaba hace 20 años, cuando me he vuelto a estacionar, en lugar de darle ese dinero al buen franelero, lo deposito en el parquímetro.

Espero que con éste ejemplo se pudiera visualizar de alguna manera la muy peculiar y única sociología mexicana: la de los franeleros, la de los dueños de los parquímetros, la de los organizadoras y dirigentes de las alcaldías donde colocan parquímetros, la de los gobernantes de México, y la de todas y todos las y los mexicanos en general.

Conclusión: México, sociológicamente, no puede cambiar, pero, culturalmente, si podría..