No es la primera vez que escribo sobre el tema. El primer texto que escribí detallando las razones y los motivos por los cuales me decidí alejar del movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador lo publiqué aquí mismo, en SDP Noticias, con fecha 30 de julio de 2013, bajo el título de Ex lopezobradorista. El intento de un testimonio.

En casi tres años muchas cosas han pasado, otras tantas siguen siendo igual. Yo, en lo personal, sigo lejos del Movimiento Regeneración Nacional. Pinté mi raya, diría el clásico. Incluso ahora, no solamente es la distancia lo que me separa del lopezobradorismo, sino la confrontación ideológica y una profunda discrepancia, también. Así que sí, actualmente se podría decir que combato, que lucho para que López Obrador no llegue al poder. Lo hago por ideales y por valores que van mucho más allá de las filias y fobias políticas; lo hago por la libertad. Estoy convencido que un gobierno encabezado por alguien como AMLO podría suponer un riesgo en contra de nuestras libertades. Espero estar completa y absolutamente equivocado.

Pero no quisiera adelantarme. Ahora sí que, como dijo el carnicero, vámonos por partes; y dicho lo anterior, permítanme empezar, sobre todo usted, compañera Mar Morales, por el principio, si no es molestia.

Crecí apegado a los ideales de la izquierda. Desde la adolescencia suspiraba con las imágenes en blanco y negro de las tropas de Fidel entrando triunfales a La Habana. Era la victoria de las barbas y de la dignidad latinoamericana; y por supuesto que tuve más de cien camisetas en las que lucía con orgullo la fotografía del Che tomada por Alberto Korda. Mi ideología se fue fraguando de manera paulatina con las canciones de Silvio, los libros de Rius, los documentales de Canal 6 de Julio, los reportajes de Proceso, los cartones de El Chamuco, la suscripción a La Jornada.

Me estremecía e indignaba cuando leía sobre las represiones estudiantiles ocurridas en Tlatelolco el 2 de octubre del 68 y la matanza de Jueves de Corpus del 71; asimismo, me causaba frustración escuchar sobre la famosa caída del sistema en 1988. Y aunque la madrugada del primero de enero de 1994 era un niño, y en 2001 apenas estaba dejando de serlo, para mí el subcomandante Marcos siempre fue un súper héroe. Por su atuendo, entre de bandido y guerrillero; por su forma suave y lírica de hablar. Por todo lo que encabezaba; por las canciones de Café Tacvba, Alejandro Filio e Ismael Serrano sobre el alzamiento zapatista. Por la letra de Como un dolor de muelas, cantada por el flaco Sabina, que me encantaba y me sigue encantando, igual.

Aunque mi conciencia política se desarrollaba de manera paralela junto con nuestra incipiente democracia; o por lo menos eso parecía hasta 2004; no fue sino con la noticia del proceso de desafuero en contra de López Obrador que por fin me identifiqué con un movimiento. En primer lugar, porque, aunque seguía siendo muy joven, no se necesita ser adulto para identificar una atrocidad, un abuso de poder. Por otro lado, a causa de que me emocionaba ver la algarabía en las calles, la emoción de la gente, las pasiones que suscitaba el entonces Jefe de Gobierno de Distrito Federal. ¿Cómo olvidarlo aquel abril de 2005, impecablemente vestido, perfectamente erguido, derrochando principios y pronunciando uno de los mensajes más potentes jamás proferidos en nuestra Cámara de Diputados? "Ustedes me van a juzgar, pero no olviden que todavía falta que a ustedes y a mí nos juzgue la historia. ¡Viva la dignidad, viva México!”.

En esa ocasión, López Obrador se condujo con brillantez política. Su carisma, su popularidad y su inteligencia emocional lo permitieron salir del jaque mate en el que se encontraba. Si bien es cierto que convocó a movilizaciones, en las que participaron propios y ajenos, siempre y en todo momento el mensaje a sus simpatizantes fue muy claro: ningún edificio público, ninguna carretera, ningún bloqueo. Entonces AMLO pensaba en las urnas, se perfilaba como el favorito para ganar la elección presidencial de 2006. Y por eso sobrevivió a los embates del poder, al—fíjese la ironía—uso faccioso del aparato del Estado con fines político-electorales.

Luego vinieron las campañas presidenciales. Durante el proceso electoral, Andrés Manuel ya lucía un poco más arrogante, soberbio. No hacía caso a sus asesores, que le pedían, que le suplicaban que no volviera a llamar al presidente chachalaca; pero en la plaza pública, a la tercera petición del pueblo, ¡cállate, chachalaca! E, ¡imposible olvidar! Lo que diga mi dedito. Se sentía seguro, pero un poquito de más. Por eso no fue al primer debate presidencial. Que lo ganó la silla vacía. El desenlace se conoce. Faltó pragmatismo y esas puntadas hicieron posible el fraude electoral.

La Presidencia Legítima y el Plantón de Reforma tenían, el primero, un sustento simbólico; y el segundo, una finalidad material: evitar disturbios, tener un punto donde la gente pudiera descargar su indignación, su enojo, su frustración. Pero fueron años difíciles. López Obrador cayó al sótano de las preferencias. Sus negativos llegaron a superar a los de Elba Esther Gordillo. Pero jamás se rindió; primero se aferró a las causas más insulsas. Luego recorrió todos los municipios del país; tocando de puerta en puerta, apelando a la memoria. Porque sabía que en política el olvido es la muerte. Esa perseverancia, que no necedad, son lo que lo llevaron a volver a obtener la candidatura presidencial en 2012. Para ese entonces yo ya caminaba a su lado, junto a millones. Ya lo había acompañado en 2011 en el Estado de México, y llevaba cuatro años escribiendo para SDP Noticias, que junto a las redes sociales y la Universidad Iberoamericana, fueron mi trinchera.

El día de la elección, publiqué una carta abierta en SDP Noticias—que por alguna extraña razón ya no aparece— en donde yo me despedía del movimiento, puesto que ganara o perdiera Andrés Manuel, yo seguiría ejerciendo mi libertad de expresión y mi vocación crítica.

“Hoy también te aclaro que este es el último texto que te dedicaré de esta forma. Pues en caso de ganar deberé criticarte cuando lo considere pertinente y necesario. Por congruencia, por principios —y seguramente me entenderás— , en caso de gobernar deberé ser duro y severo contigo, como lo he sido con el que actualmente malgobierna. Y porque en caso de perder, aunque te seguiré admirando, no habrá más que te pueda decir de forma pública y abierta”.

Y todos sabemos en qué terminó eso. Se perdió la elección. Y materializada la derrota electoral, yo, como todos se había acordado en el pacto de civilidad, reconocí a Enrique Peña Nieto como presidente de la República. Esto último me trajo linchamientos en redes sociales; me causó problemas: amenazas a mi persona y a mi familia; ataques constantes y reiterados. Todo provenía de compañeros de lucha, de gente que consideraba mi amiga. Ahí se rompieron amistades, camaraderías. Todo por la intolerancia del lopezobradorismo, todo por una columna.

A pesar de todo, yo seguí manifestándome abiertamente lopezobradorista. Claro que me opuse tajantemente a seguir la misma ruta del conflicto postelectoral, que conduce inevitablemente al naufragio político. Luego atestigüé con tristeza cómo se defendía la teoría del fraude: exhibiendo pollos, gallinas, licuadoras, vallas, electrodomésticos, cabras, ladrillos, refrescos.

Por último, vino la propuesta de romper con el Partido de la Revolución Democrática, con el que siempre he simpatizado. Mas no fue el rompimiento lo que me hizo alejarme del obradorismo, sino el anuncio de Andrés de que partidizaría al movimiento. En su mensaje se leía claramente entre líneas que la intención era buscar por tercera vez la Presidencia de la República. El proyecto de crear un partido unilateral, de monólogo, de mano alzada, sometido a la voluntad del líder, me sonaba a inminente caudillismo, a cacicazgo político. Y esa necedad, esa angustia de poder, que apenas empezaba, me convenció a seguir mi ruta apoyando al Sol Azteca y romper de lleno con MORENA. Pinté mi raya, diría el clásico.

Lo que siguió todos lo sabemos: López Obrador se desprendió de esa aura de líder social impoluto que le servía como cota de malla contra las calumnias. Se excedió en pragmatismo, cayó en vil oportunismo, en vulgar conveniencia política. Traicionó a la izquierda de 1988 abriendo las puertas de su movimiento a Manuel Bartlett, el arquitecto del fraude electoral contra Cuauhtémoc Cárdenas; traicionó a la izquierda de 1994, aliándose con Durazo, Alfonso Romo y Esteban Moctezuma; traicionó a la izquierda de 2000, metiéndose a la cama con Korrodi y Espino; traicionó a la izquierda de 2004, invitando a Gaby Cuevas a MORENA, traicionó a la izquierda de 2006, uniendo fuerzas con Germán Martínez y Elba Esther Gordillo; traicionó a la izquierda de 2012, al crear una coalición con el partido propiedad de Osorio Chong. Entre muchas otras porquerías.

Hoy la forma de hacer política de AMLO y MORENA son las mismas que se aplicaban en los años setenta. Si la idea es regresar a 1970: ¡vivan los países del Tercer Mundo! Regresemos a la presidencia imperial. No habrá cámaras de contrapeso, en el caso de que no lleguen con el carro completo. Porque lo que el Poder Legislativo no le conceda al presidente Imperial, lo obtendrá con la democracia participativa, convocando a llenar la plaza pública, y ante la pregunta de: ¿vendemos el avión? Y ante el ¡sí! ¿Qué vamos a hacer? Unanimidad. El pueblo nunca se equivoca, el pueblo es sabio.

Las propuestas en materia fiscal de Andrés Manuel son las mismas que las de Reagan; su visión geopolítica se asemeja a la de Trump; su postura moral es la de Thatcher. Y eso no es todo, el totalitarismo lo tiene escondido detrás de su propuesta de una Constitución Moral, y el autoritarismo ya emana de su efigie, de sus movimientos, de su forma de expresarse. Desde su salida del PRD, López Obrador no cuenta con críticos dentro de su partido. Por eso ahora pregona libremente su conservadurismo, su entusiasmo reaccionario y su desprecio al Estado laico.

Si lo describí, querida Mar, es porque así se le ve: el rostro brilloso y desencajado; la postura burlona; el atuendo desalineado. Ya no es el de antes. Pero sigue insultando como lo hacía, basta escuchar cómo se refiere a sus contendientes, a sus adversarios. Así que sí. Por eso dejé de ser lopezobradorista; por eso pinté mi raya, diría el clásico. Por México, por seguir siendo libre.

Un abrazo a ti y a todos los lectores.