Desde que sucedieron los sucesos en Asunción de Nochixtlán Oaxaca, el pasado 19 de junio, algunos analistas relacionaron el caso con el 68: una represión violenta en torno a un movimiento, el magisterial,  que se oponía – y se opone- a la aplicación de una reforma administrativa. Los maestros retardaban la medida con su lucha. Los estudiantes e intelectuales del 68, ponían en riesgo, según el gobierno, la Olimpiada  cuya inauguración se anunciaba para el 12 de octubre.

 Hay quienes van más allá y llegan a una conclusión terrible: los sucesos de Ayotzinapa pudieron ser planeados para obstaculizar cualquier protesta contra la llamada reforma educativa. Lo acontecido en Atenco, represión a muchos niveles, fue un castigo a la oposición al aeropuerto. Ahora que se levantan grupos organizados de atenquenses y otros pueblos, se usan personas de apariencia civil, para variar el método. Pero todos los casos mencionados tienen un fin: actuar contra toda opción y oposición y sin que haya habido consulta, a planes oficiales que están sometidos a cuestionamiento.

En el caso de Nochixtlán murieron 10 personas según la CNTE, ocho según el gobierno. Los heridos, cuya atención se retardó varias semanas, rebasaron los cien. El número de muertos, heridos y desaparecidos en el 68, siempre ha sido disímil,  porque la información oficial la concentró el gobierno (igual que sucedió en los sismos del 85 cuando los números no cuadraban), pero las muchas denuncias de familiares y amigos de víctimas y afectados, dieron  cifras muy superiores a las oficiales. A pocos días de los sucesos, El Consejo Nacional de Huelga habló de 150 civiles y 40 militares muertos. Hay quienes hablan de 800. Datos publicados señalan que el periodista británico John Rodda concluyó su investigación con 267 muertos. Con gran cinismo, Díaz Ordaz dijo cuando fue nombrado embajador en España en 1977,- todavía fresco el franquismo con el que tenía mucho en común-,  que  fueron  “ni menos de 30, ni más de 40”.

En el 68 y en Nochixtlán, en los que sobrevolaban ominosos los helicópteros, las versiones fueron contradictorias, pero las oficiales cayeron por su propio peso cuando la policía federal y el propio gobierno de Oaxaca, aceptaron que la policía federal y la local estaban armadas. Las agencias informativas internacionales – la AP y la Xinhua ante todo-, presentaron evidencias que obligaron a reconocer la represión. Pese a todo, se sigue manejando la tesis de una emboscada de parte de pacíficos pueblerinos, igual que en el 68 se manejó lo de los disparos de francotiradores. La verdadera historia de ese año, es lo que ocurrió, que se apoyaba en los discursos intimidatorios de Díaz Ordaz “para proteger la seguridad del país” y que  puso al descubierto la saña represiva del aparato priista, como en estos tiempos. 

Los discursos de ahora, antes y después de Nochixtlán, parecen calcados de aquellos del entonces presidente de México. Fueron dichos, sobre todo, por Aurelio Nuño y por Miguel Ángel Osorio Chong. De los muchos libros que se han escrito sobre el 68, el que concentra los testimonios de los más relevantes testigos de aquel movimiento, están incluidos en el libro Testimonios del 68 ¡No se olvida! ( Editora para leer en libertad A.C. 2010) promovido por el PRD, edición  digital que ese partido pone a disposición gratuitamente. Ya en otra ocasión hemos escrito sobre él. Lo integran testimonios de 21 escritores, políticos, dramaturgos, poetas y participantes directos en los hechos.  Es una interesante recopilación porque tiene la frescura del momento y exhibe el punto de vista crucial de cada protagonista. Me impactaron varios, pero el de Musacchio no solo describe la angustia de permanecer acostado en el cemento,  obligado por la policía, en Tlatelolco, hasta que es conducido a la cárcel y dejado en libertad, en una de esas raras y humorísticas circunstancias en las que la policía demuestra lo torpe que es. Entre los  que escribieron están Paco Ignacio Taibo II, Elena Poniatowska y Humberto Musacchio, de los vivos y Carlos Monsivais, Efraín Huerta, Raúl Álvarez Garín, Heberto Castillo, Eduardo Valle, José Emilio Pacheco y Emilio Carballido, ya fallecidos.