Algunas biografías prácticamente se escriben solas, aunque ciertos giros de las mismas hacen que los personajes se convierten en leyendas urbanas. Tales son los casos de Heriberto El Lazca Lazcano Lazcano y de Joaquín El Chapo Guzmán Loera, los narcos que han creado sus propias leyendas urbanas.
El director de cine Eli Roth, que tuvo a su cargo las violentas cintas Hostal (2005) y Hostal II (2007), alguna vez aceptó que su influencia del cine de horror le venía de los directores italianos de la década de los 70 y los 80, algo que se aprecia a simple vista por la abundancia de sangre y vísceras que se derrama en cada una de las célebres cintas gore que dirigió.
Por supuesto, aquí de lo que hablamos es de simple ficción. Se trata de influencias cinematográficas y estéticas que tienen que ver fundamentalmente con lo fantástico. Lo de El Lazca, en cambio, es la realidad más descarnada. ¿Quiénes fueron las influencias de este asesino serial que es responsable de cientos de ejecuciones realizadas con los métodos más sanguinarios posibles?
El narco supuestamente eliminado, cuyo cadáver desapareció en las propias narices de los elementos policiacos, es un asesino serial de las grandes ligas, a la altura de pesos completos como el gringo Henry Lee Lucas, el alemán Peter Kürten, el ruso Andrei Chikatilo, el inglés John Reginald Cristie o el chicano Richard Ramírez.
Como cualquiera de los asesinos seriales que le antecedieron, El Lazca tenía sus propios métodos que se convirtieron en el sello de la casa, es decir, en el de Los Zetas, el grupo criminal que comandó en vida. ¿Quién lo influenció para llegar a cometer excesos dignos de la borgiana Hstoria universal de la infamia? No hay que olvidar que el tipo fue militar, capacitado por el ejército israelita, perteneciente a un cuerpo de élite.
No por nada, no faltan los que acusan al narco supuestamente abatido por ser doblemente un traidor: por un lado, traicionó a la institución (el ejército) para la que trabajaba; por el otro, traicionó a la misma sociedad a la que supuestamente debía servir, pero a la que terminó atemorizando con sus brutales métodos de eliminar a todos sus enemigos, tanto reales como imaginarios.
La desaparición del cuerpo del narcotraficante terminó por convertir a El Lazca en una leyenda urbana: igual que el caso de El señor de los cielos, nunca sabremos a ciencia cierta si realmente murieron los dos o si actualmente se pasean por ahí, chinos libres, sin ningún temor ni remordimiento.
El caso de El Chapo Guzmán es diferente. El narco creó su propia leyenda primeramente al escapar del penal de Puente Grande, pero también con su presencia omnipotente y omnisciente a lo largo y ancho de todo el país. La historia que leí hace unas semanas, supuestamente ocurrida en una ciudad del noreste de la República, es la misma que sucedió en Colima hace más de un año.
Me referiré al primer caso que, con variantes mínimas, es idéntico al de la ciudad norteña. Llegó un convoy con hombres armados a un restorán del norte de la capital colimense. Con buenos modos se pidió a todos los comensales presentes que entregaran sus teléfonos móviles y cualquier otro adminículo que sirviera para poder comunicarse al exterior. Los teléfonos fijos fueron desconectados.
Un hombre extraordinariamente parecido al famoso narco de la lista de la revista Forbes se sentó a almorzar tranquilamente. Sus allegados lo acompañaron a la mesa; el resto, a la expectativa, permaneció de pie. Al terminar su almuerzo El Chapo Guzmán, la gente de éste devolvió los artículos personales que habían recogido y pagaron la cuenta de todos.
El convoy se marchó. La versión resulta aún más verídica porque a una distancia de aproximadamente un kilómetro, por el mismo rumbo de esa exclusiva zona habitacional, hubo un tiroteo entre elementos del ejército con integrantes del crimen organizado. Por supuesto, jamás se habló oficialmente de la supuesta presencia del capo de la droga.
La leyenda urbana de El Chapo Guzmán, pues, nos habla de un personaje cuya presencia se siente y se hace notar por todos lados, aunque a nadie le conste si en verdad es o no el verdadero líder del cártel de Sinaloa.
Lo que no deja de ser paradójico es el monumental oso de los gobiernos panistas: El Chapo Guzmán se les peló vivo y El Lazca se les peló muerto.