A menudo me imagino, como toda María, envuelta en las piernas de otra María y no así entre las de un José. 

Me imagino lenta, húmeda, disruptiva, punzante, galopante, helada. 

La imagino cálida, generosa, discreta,  dominante, enardecida . 

Nos imagino públicas, exhibicionistas, enloquecedoras, secretas, escandalosas. 

Aún no tengo certeza de que Eva fuera más feliz con Adán que con la serpiente, anónima, sabía, misteriosa, cautivadora. La historia de los todos los tiempos tal vez ha estado mal escrita por un fenómeno tan básico y animal -pero no por ello menos primordial - como la reproducción. 

Durante siglos olvidamos y escondimos la masturbación y relegamos a lo genital la atracción, cuando nuestra propia racionalidad nos dirige al amor de otras racionalidades sin importar que se trate de pene o de vagina.  Decía Simone de Beauvoir que una mujer libre es lo contrario a una mujer fácil, y así es como la María bíblica de hoy es libre: sin violaciones perpetuas en relaciones simuladas, sin domesticación constante en roles abusivos, sin estereotipos violentos en familias arcaicas, sin sometimiento institucional en ámbitos retrógradas, sin silencios sepulcros ante hombres normales, sin hipocresía lacerante ante decirse PUTA. 

Lo privado en realidad es público. Este es el punto más alto de congruencia en una persona: vivir como se predica no es tarea fácil y pareciera que, ante las propias contradicciones que nos definen, la congruencia es una utopía inalcanzable que perfecciona al que lo intenta solo por su camino. 

Por congruencia es que soy una PUTA, que mi utopía es ser una puta lesbiana. Una puta lesbiana como Beatriz Paredes, fuerte y digna hasta en el exilio ; una puta lesbiana como Carmen Aristegui, firme y sagaz hasta en la censura; una puta lesbiana como Lydia Cacho, tajante y poderosa hasta en la amenaza; una puta lesbiana como las putas lesbianas que no quieren ser llamadas así. Una puta lesbiana como  mi madre que sigue callada, como mi abuela que tantas veces fue violada, como las que me sucederán y como las que sin haber nacido, serán putas y lesbianas en libertad.

Ser puta es una declaración tan política como ser lesbiana. La putería y el lesbianismo no son conceptos que se vivan encerrados, por debajo del mantel, sino que son esencias que regulan las dinámicas sociales y que se vuelven manifiestos políticos cuando somos oprimidas. Ser lesbiana es preferir a la mujer ante todas las circunstancias, es la máxima expresión de amor al género femenino y a su promoción política y social. 

Ser lesbiana es no callar y ser puta es gobernar.