29 de abril de 2024 | 12:19 p.m.
Opinión de Don Fede

    Lecturas que dan luz

    Compartir en

    El gobierno de las palabras.

    Política para tiempos de confusión

    Fondo de Cultura Económica.

     

                           Autor. Juan Carlos Monedero.

     

     

     

    Las palabras son, para Juan Carlos Monedero,

    mapas que nos guían, brújulas a través

    de las cuales entendemos y construimos

    la realidad. Hoy día, nos enfrentamos de

    forma constante, ya sea a través de los medios

    de comunicación, los think tanks o la

    academia, a toda una serie de palabras de

    poder, como las llamó Vidal-Beneyto, que

    deforman nuestra perspectiva desde puntos

    de fuga muy definidos y concretos y que

    tienen, como fin último, la reproducción

    del actual estado de las cosas.

    Así, señala el autor, hablamos de 'alivio

    fiscal' cuando en realidad lo que se quiere

    decir es 'rebaja de impuestos a los ricos', o

    'procedimientos de facilitación de ulterior

    información' cuando lo que tristemente se

    oculta es la tortura. Incluso, ya no existirían

    los despidos sino los ajustes de plantilla

    y la flexibilización laboral. Expresiones como

    posindustrialismo o sociedad de la información

    enmascaran la incapacidad de

    nuestra sociedad para superar las contradicciones

    socioeconómicas fundamentales,

    y globalización la tensión existente entre

    imperialismo y modernización. Vivimos,

    nos dice Monedero, en un oxímoron, en

    una contradicción permanente de la que

    son buen testigo conceptos como flexiseguridad,

    capitalismo popular, desarrollo sostenible

    o crecimiento cero. De ahí que para

    Monedero sea tan importante "reconstruir

    la política despensando palabras,

    reencontrando otras ocultadas por los siglos

    de interesado silenciamiento, escribir

    las nuevas, y decir de forma diferente otras

    agotadas por su abuso" (p. 39).

    Para tender hacia este objetivo el autor

    plantea, realizando un notable esfuerzo intelectual,

    una serie de cuestiones que son

    el hilo conductor de los quince capítulos

    en que se divide su obra: "¿Cómo somos?",

    "¿Cómo conocemos?", "¿Cómo nos organizamos?"

    y "¿Dónde estamos?". De este

    modo, e ilustrándonos a través de ejemplos

    provenientes de la neurología, la primatología

    y la lingüística, indaga en la esencia

    del ser humano para dar cuenta de cómo el

    debate sobre la maldad o la bondad del ser

    humano resulta más complejo que una

    simple disyuntiva, que las palabras reelaboran

    la realidad y que aquel que las nombra

    tiene el poder de hacer valer su interpretación

    de las cosas, de imponer la verdad

    y la mentira, como diría Nietzsche.

    Parecemos, por tanto, presos de ese

    bloque hegemónico del que nos hablaba

     

    Gramsci, que amalgama a todas las clases

    sociales en torno a un proyecto que beneficia

    a la clase dominante, de ese sentido

    común que según Monedero parece haber

    conseguido la identificación total de cada

    individuo con las figuras estatales de autoridad,

    o lo que Marx llamó en otros tiempos

    "la subsunción formal del trabajo en el

    capital"; esto es, la asimilación, por parte

    de las víctimas de la explotación, de la lógica

    del mercado y de la plusvalía, del cortoplacismo

    capitalista del que nos advertía

    Galbraith y que conduce a un proyecto

    global que genera pobreza, polarización,

    homogeneización, corrupción y democracias

    de baja calidad. A ello contribuye además

    el claro dominio intelectual de la derecha,

    apoyado por intelectuales negativos

    (así llamados en su momento por Bourdieu),

    como los politólogos Robert Putnam

    y Samuel Huntington.

    Precisamente estos dos intelectuales

    son algunos de los valedores de los conceptos

    gobernabilidad y gobernanza, a los cuales

    el autor dedica algunos capítulos. El

    primero de ellos, nos recuerda, nace en el

    seno de la Trilateral como sinónimo de

    estabilidad, de consenso, negando la existencia

    de conflicto, neutralizando así su

    potencial transformador, y sirviendo como

    fundamento al mito de la paz social, entendida

    como alternancia en el poder sin

    alternativa. En cuanto a gobernanza, concepto

    que el autor no duda en calificar como

    una 'trampa', surge del primero y

    asume, en la misma línea, que ha de ser el

    mercado quien cumpla el cometido de llevar

    a cabo las tareas antes encargadas al circunciso

    Estado social de derecho. Se estaría,

    con ello, dotando de legitimidad democrática

    a organismos y entidades privadas

    que no la tienen. Así, si bien se puede

    considerar positivo que una asociación de

    vecinos participe activamente en contra de

    determinadas políticas energéticas, es claro

    que la influencia que ejerce, por ejemplo,

    el lobby nuclear, es mucho mayor. Del

    mismo modo, se delega a entidades privadas

    que no inciden estructuralmente la tarea

    de redistribución de la riqueza o, bajo

    la falacia de la responsabilidad social corporativa

    "se privatizan ámbitos que corresponden

    a la responsabilidad colectiva y no

    a la empresarial" (p. 182). Estamos, en suma,

    ante una multiplicidad de actores que

    reclaman el ejercicio de la violencia legítima,

    que asumen funciones del Estado que

    no le corresponden, apunta Monedero.

     

    Tomando como punto de partida la

    situación antes descrita, el autor desarrolla

    el debate sobre las alternativas posibles en

    la última parte del libro. En este recorrido,

    para Monedero se hace necesario que las

    tres grandes tradiciones de la izquierda que

    durante el siglo XX han estado separadas

    vuelvan a confluir: el reformismo (la socialdemocracia),

    la revolución (el comunismo)

    y la rebelión (el pensamiento libertario),

    para que puedan alimentarse a su

    vez de nuevas sensibilidades como el feminismo

    o el ecologismo, siendo para el autor

    ésta última fundamental al atravesar los

    otros ejes. Con ello no se trata, considera

    el autor, de destruir, de negar el actual estado

    de las cosas sino de desbordar, de superar

    las tres autopistas en las que nos movemos:

    el capitalismo, la modernidad y el

    estatismo. El objetivo, por tanto, no ha de

    ser el de recuperar y reivindicar un supuestamente

    idílico y bienintencionado Estado

    social keynesiano pues, como indica

    Monedero siguiendo a Bob Jessop, "ni el

    sur ni la naturaleza están dispuestos a sufragar

    sus gastos" (p. 145), sino de progresar

    hacia formas novedosas de democracia,

    hacia una reinvención del Estado.

    En ese camino los partidos políticos (a

    los cuales el autor dedica, junto a los movimientos

    sociales, un capítulo y numerosas

    reflexiones durante el recorrido), eje central

    de los sistemas democráticos durante el siglo

    XX, habrán de compartir, cuando no

    ceder, el protagonismo a los movimientos

    sociales o a otro tipo de organizaciones. Esto

    es así pues nos encontramos con unos

    partidos que, cartelizados, para usar la terminología

    de Katz y Mair recogida por

    Monedero, han difuminado sus ideologías

    apostando por la estabilidad en detrimento

    del conflicto, mostrándose igualmente incapaces

    de articular las demandas de la

    sociedad civil. Así, tendrán que, por ejemplo,

    recuperar las escuelas de formación y

    de pensamiento a fin de formar a sus cuadros

    y retomar la lucha ideológica, abriéndose

    a la sociedad y evitando al máximo la

    natural tendencia a la oligarquización señalada

    hace ya un siglo por Robert Michels.

    Por su parte los movimientos sociales

    habrán de jugar el papel esencial de superar

    la parlamentarización de los conflictos que

    señalaba Max Weber, construyendo nuevas

    formas de participación, de, como la llama

    Monedero, democracia avanzada.

    En definitiva, si bien las respuestas autoritarias

    dadas durante el siglo XX al problema

    de la desigualdad han de ser analizadas

    con el fin de aprender de los aciertos (y

    éxitos) pasados, el autor realiza durante el

    último tramo de su obra un llamamiento a

    la imaginación, para contribuir a la edificación

    de alternativas. Desde lo democrático

    hasta lo informativo, pasando por lo

    ecológico, lo obrero, lo feminista, lo intercultural,

    lo social y lo universitario, Monedero

    revive a Espartaco para recordarnos

    que el fin de la historia no ha llegado. Con

    El gobierno de las palabras ha logrado tanto

    éste último propósito como el de dar al

    lector una herramienta para hacerse fuerte

    ante los desmanes de la ideología imperante,

    para protegerse de las palabras del poder.

     

     

    Diego González Cadenas

    Universidad de Valencia, España.