El gobierno de las palabras.

Política para tiempos de confusión

Fondo de Cultura Económica.

 

                       Autor. Juan Carlos Monedero.

 

 

 

Las palabras son, para Juan Carlos Monedero,

mapas que nos guían, brújulas a través

de las cuales entendemos y construimos

la realidad. Hoy día, nos enfrentamos de

forma constante, ya sea a través de los medios

de comunicación, los think tanks o la

academia, a toda una serie de palabras de

poder, como las llamó Vidal-Beneyto, que

deforman nuestra perspectiva desde puntos

de fuga muy definidos y concretos y que

tienen, como fin último, la reproducción

del actual estado de las cosas.

Así, señala el autor, hablamos de 'alivio

fiscal' cuando en realidad lo que se quiere

decir es 'rebaja de impuestos a los ricos', o

'procedimientos de facilitación de ulterior

información' cuando lo que tristemente se

oculta es la tortura. Incluso, ya no existirían

los despidos sino los ajustes de plantilla

y la flexibilización laboral. Expresiones como

posindustrialismo o sociedad de la información

enmascaran la incapacidad de

nuestra sociedad para superar las contradicciones

socioeconómicas fundamentales,

y globalización la tensión existente entre

imperialismo y modernización. Vivimos,

nos dice Monedero, en un oxímoron, en

una contradicción permanente de la que

son buen testigo conceptos como flexiseguridad,

capitalismo popular, desarrollo sostenible

o crecimiento cero. De ahí que para

Monedero sea tan importante "reconstruir

la política despensando palabras,

reencontrando otras ocultadas por los siglos

de interesado silenciamiento, escribir

las nuevas, y decir de forma diferente otras

agotadas por su abuso" (p. 39).

Para tender hacia este objetivo el autor

plantea, realizando un notable esfuerzo intelectual,

una serie de cuestiones que son

el hilo conductor de los quince capítulos

en que se divide su obra: "¿Cómo somos?",

"¿Cómo conocemos?", "¿Cómo nos organizamos?"

y "¿Dónde estamos?". De este

modo, e ilustrándonos a través de ejemplos

provenientes de la neurología, la primatología

y la lingüística, indaga en la esencia

del ser humano para dar cuenta de cómo el

debate sobre la maldad o la bondad del ser

humano resulta más complejo que una

simple disyuntiva, que las palabras reelaboran

la realidad y que aquel que las nombra

tiene el poder de hacer valer su interpretación

de las cosas, de imponer la verdad

y la mentira, como diría Nietzsche.

Parecemos, por tanto, presos de ese

bloque hegemónico del que nos hablaba

 

Gramsci, que amalgama a todas las clases

sociales en torno a un proyecto que beneficia

a la clase dominante, de ese sentido

común que según Monedero parece haber

conseguido la identificación total de cada

individuo con las figuras estatales de autoridad,

o lo que Marx llamó en otros tiempos

"la subsunción formal del trabajo en el

capital"; esto es, la asimilación, por parte

de las víctimas de la explotación, de la lógica

del mercado y de la plusvalía, del cortoplacismo

capitalista del que nos advertía

Galbraith y que conduce a un proyecto

global que genera pobreza, polarización,

homogeneización, corrupción y democracias

de baja calidad. A ello contribuye además

el claro dominio intelectual de la derecha,

apoyado por intelectuales negativos

(así llamados en su momento por Bourdieu),

como los politólogos Robert Putnam

y Samuel Huntington.

Precisamente estos dos intelectuales

son algunos de los valedores de los conceptos

gobernabilidad y gobernanza, a los cuales

el autor dedica algunos capítulos. El

primero de ellos, nos recuerda, nace en el

seno de la Trilateral como sinónimo de

estabilidad, de consenso, negando la existencia

de conflicto, neutralizando así su

potencial transformador, y sirviendo como

fundamento al mito de la paz social, entendida

como alternancia en el poder sin

alternativa. En cuanto a gobernanza, concepto

que el autor no duda en calificar como

una 'trampa', surge del primero y

asume, en la misma línea, que ha de ser el

mercado quien cumpla el cometido de llevar

a cabo las tareas antes encargadas al circunciso

Estado social de derecho. Se estaría,

con ello, dotando de legitimidad democrática

a organismos y entidades privadas

que no la tienen. Así, si bien se puede

considerar positivo que una asociación de

vecinos participe activamente en contra de

determinadas políticas energéticas, es claro

que la influencia que ejerce, por ejemplo,

el lobby nuclear, es mucho mayor. Del

mismo modo, se delega a entidades privadas

que no inciden estructuralmente la tarea

de redistribución de la riqueza o, bajo

la falacia de la responsabilidad social corporativa

"se privatizan ámbitos que corresponden

a la responsabilidad colectiva y no

a la empresarial" (p. 182). Estamos, en suma,

ante una multiplicidad de actores que

reclaman el ejercicio de la violencia legítima,

que asumen funciones del Estado que

no le corresponden, apunta Monedero.

 

Tomando como punto de partida la

situación antes descrita, el autor desarrolla

el debate sobre las alternativas posibles en

la última parte del libro. En este recorrido,

para Monedero se hace necesario que las

tres grandes tradiciones de la izquierda que

durante el siglo XX han estado separadas

vuelvan a confluir: el reformismo (la socialdemocracia),

la revolución (el comunismo)

y la rebelión (el pensamiento libertario),

para que puedan alimentarse a su

vez de nuevas sensibilidades como el feminismo

o el ecologismo, siendo para el autor

ésta última fundamental al atravesar los

otros ejes. Con ello no se trata, considera

el autor, de destruir, de negar el actual estado

de las cosas sino de desbordar, de superar

las tres autopistas en las que nos movemos:

el capitalismo, la modernidad y el

estatismo. El objetivo, por tanto, no ha de

ser el de recuperar y reivindicar un supuestamente

idílico y bienintencionado Estado

social keynesiano pues, como indica

Monedero siguiendo a Bob Jessop, "ni el

sur ni la naturaleza están dispuestos a sufragar

sus gastos" (p. 145), sino de progresar

hacia formas novedosas de democracia,

hacia una reinvención del Estado.

En ese camino los partidos políticos (a

los cuales el autor dedica, junto a los movimientos

sociales, un capítulo y numerosas

reflexiones durante el recorrido), eje central

de los sistemas democráticos durante el siglo

XX, habrán de compartir, cuando no

ceder, el protagonismo a los movimientos

sociales o a otro tipo de organizaciones. Esto

es así pues nos encontramos con unos

partidos que, cartelizados, para usar la terminología

de Katz y Mair recogida por

Monedero, han difuminado sus ideologías

apostando por la estabilidad en detrimento

del conflicto, mostrándose igualmente incapaces

de articular las demandas de la

sociedad civil. Así, tendrán que, por ejemplo,

recuperar las escuelas de formación y

de pensamiento a fin de formar a sus cuadros

y retomar la lucha ideológica, abriéndose

a la sociedad y evitando al máximo la

natural tendencia a la oligarquización señalada

hace ya un siglo por Robert Michels.

Por su parte los movimientos sociales

habrán de jugar el papel esencial de superar

la parlamentarización de los conflictos que

señalaba Max Weber, construyendo nuevas

formas de participación, de, como la llama

Monedero, democracia avanzada.

En definitiva, si bien las respuestas autoritarias

dadas durante el siglo XX al problema

de la desigualdad han de ser analizadas

con el fin de aprender de los aciertos (y

éxitos) pasados, el autor realiza durante el

último tramo de su obra un llamamiento a

la imaginación, para contribuir a la edificación

de alternativas. Desde lo democrático

hasta lo informativo, pasando por lo

ecológico, lo obrero, lo feminista, lo intercultural,

lo social y lo universitario, Monedero

revive a Espartaco para recordarnos

que el fin de la historia no ha llegado. Con

El gobierno de las palabras ha logrado tanto

éste último propósito como el de dar al

lector una herramienta para hacerse fuerte

ante los desmanes de la ideología imperante,

para protegerse de las palabras del poder.

 

 

Diego González Cadenas

Universidad de Valencia, España.