Al hacer un análisis de corto y mediano plazo para América Latina, es posible encontrar un problema que viene aquejando a la región durante lo que va del siglo XXI y es el de la polarización social.

Basta con mirar el caso mexicano, argentino, brasileño, peruano, venezolano y colombiano por tan sólo citar algunos ejemplos, para entender que la dinámica de esos países es la de sociedades fracturadas, en las que no es posible encontrar posturas intermedias a las propuestas institucionales hechas y a sus personajes principales implicados en la vida política.

Brasil hoy se encuentra dividido entre el grupo que cree ciegamente en la inocencia de Dilma Rousseff y quien considera justa su destitución; Venezuela tiene un sector poblacional que aún cree en la política económica de Nicolás Maduro, mientras que otro busca por mecanismos legales su destitución; poco más de la mitad de votantes en Colombia sufragó por no ratificar los acuerdos de Paz entre el Estado y la guerrilla de las FARC; una amplia franja de población argentina considera adecuada la gestión de los Kirchner, pero en nuevas elecciones presidenciales el ganador resulta Macri; Perú tiene las elecciones presidenciales más cerradas en la historia de Sudamérica; en México el radical actuar de los partidos políticos no está facilitando el encontrar soluciones satisfactorias a problemas como la inseguridad, crisis económica o legitimización de la figura presidencial.

Justo en este punto resulta relevante el preguntarse las causas de la polarización social, y la respuesta parece encontrarse en la debilidad institucional regional que está provocando el poco interés de la población en ser partícipe de la vida política y económica de sus países.

Si tomamos como punto de partida el año de 1970, América Latina transitó de dictaduras a democracias, lo cual implicaba que las instituciones debían ser transformadas para poder dar representatividad a diferentes sectores de la población, lo cual llevaría a estar mucho más cerca de un pacto social.

La realidad es que dichas instituciones no se adecuaron a los cambios que significó la migración de comunidades rurales a centros urbanos, una mayor población matriculada en universidades y centros tecnológicos, así como a las nuevas dinámicas laborales.

El no ajustar a esas instituciones a la nueva realidad social parece ir de la mano con el fenómeno del abstencionismo, tal como se aprecia en el siguiente cuadro:

Cuadro número 1. Abstencionismo como porcentaje del total de votantes.

 

La debilidad institucional al ir de la mano de una baja participación de la población, tiene como principal característica el que un número reducido de electores decidan año con año el futuro político, económico y social de un país.

Las cifras bajas de participación en América Latina, hacen suponer que la mayor parte de electores son personas afiliadas a algún partido político o con algún interés económico promovido por los mismos, por lo que es justo en este punto donde el conflicto puede tener su origen, ya que el resto de la población que por definición sea apartidista o su voto sea diferenciado entre elecciones o a cargos en una misma votación no está acudiendo a las urnas por no creer en las instituciones nacionales.

El que con el paso de los años la cifra de abstencionismo se vea reducida, llevará a que las instituciones deban atender dinámicas sociales para mayores márgenes de la población y no únicamente centrarse en los electores de un partido político u otro, situación que se da en la actualidad y está causando la polarización de las ideas. El puente entre un grupo y otro debe ser tendido por el resto de los habitantes de un país que no están siendo partícipes hoy.

La solución no pasa simplemente por llevar a las urnas a la mayor cantidad de electores posibles, sino convencerlos a través de las instituciones, las cuales deben ser moduladoras de la nueva dinámica social, por lo que si ellas siguen sin reformadas y fortalecidas, la polarización social será la constante por buena parte del siglo XXI en la región.