Refiere Carlos Pereyra que, en su avance a México-Tenochtitlán, Hernán Cortés decidió respaldado por los integrantes de su tropa, destruir las naves que les habían transportado desde la isla de Cuba.

Erigidas en un estorbo para el abastecimiento militar, se dio la orden de barrenarlas, en cuya ejecución la tropa misma participó, jamás habría habido en tal talante el legendario brote de insubordinación, ni mucho menos, el clandestino incendio de las mismas.

El criollo, Juan Suárez de Peralta, nacido en la muy noble y muy leal Ciudad de México, dos décadas después de haberse acontecido los acontecimientos en cuestión, escribiría treinta o cuarenta años después de su nacimiento la crónica de acontecimientos contemporáneos con referencia a otros de ellos que tenía noticias vagas, incoherentes, falsas y disparatadas.

Refería : “… se lo oyó decir a mi padre, que fue uno de los mayores amigos que Cortés tuvo, a quién él lo contó”.

El cronista, no obstante, acorde a los cánones literarios de su tiempo y siguiendo la ejemplaridad de las “Vidas Paralelas” de Plutarco, decidió investir a Cortés con la aureola de un líder extraordinario y magnífico, casi sobrenatural, capaz de enfrentarse a todo, lo mismo al destino, que al poder de sus poderosos oponentes ya sean estos Diego Velázquez o el emperador Moctezuma, e incluso dado el caso, al temor que invade los ánimos de sus propios seguidores, un carácter digno de la expresión más alta del romanticismo acaso investido de la magnificencia de los más preclaros protagonistas de las óperas de Richard Wagner :

“Alejandro Magno, que porque sus soldados no huyesen después de haber vencido a los capitanes de Darío ad Granicum, les quitó los navíos, por verlos temerosos de la fama de la venida de Darío ”

Manuel Orozco y Berra se dio a la tarea de enlistar por un lado a los soldados que habían arribado con Hernán Cortés, y de los que, por su parte habían arribado originalmente con Pánfilo de Narváez, y terminarían reconociéndole cómo comandante, después del sorpresivo asalto a la tienda de campaña de Narváez aprovechando un descuido de su guardia anhelante de guarecerse de las torrenciales lluvias.

Las tropas que el gobernador de Jamaica Francisco de Garay enviará a conquistar el Pánuco por encomienda expresa de la real audiencia de Santo Domingo pasaron desapercibidas a tan formidable hombre de letras, los que lograron escapar trasladándose a la Villa Rica bajo el mando de Miguel Díaz de Aux, ofrecieron servicios de gran valor en la conquista de México-Tenochtitlan.

La imaginación popular, señala Carlos Pereyra al escribir la biografía del conquistador extremeño, toma hechos dispersos para reunirlos en una realidad sincrónica.

Los indios de las riberas del Pánuco abatieron a Alonso Álvarez de Pineda adelantado del gobernador de Jamaica y sus embarcaciones, fueron quemadas, suceso en el que, acaso, entrelazaría Juan Suárez de Peralta de los relatos de su padre, la imagen de las naves de Hernán Cortés ardiendo entre las llamas.

P.d. Oriundo de la Ciudad de Puebla, Alejandro Arango y Escandón escribió el que se consideró hasta su momento, el mejor ensayo sobre la vida y la obra de Fray Luis de León, al decir al menos tanto por parte de don Marcelino Menéndez y Pelayo en su “Historia de los Heterodoxos Españoles” que del cronista Hugo Leigh en su libro “Las Calles de Puebla”.

Por lo demás, donó a la Ciudad de México la estatua de Cristóbal Colón que hoy ha sido retirada del Paseo de la Reforma, haciendo votos de que tal remoción sea en efecto temporal para fines de restauración tal y como ha sido anunciado por las autoridades capitalinas, y que no obedezca a algún prurito reivindicatorio muy mal entendido.

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