?Mañana, descanso obligatorio, no se publicará La Jornada?. A las seis AM de ayer, 15 de septiembre de 2014, leí la expresión que he entrecomillado en la página de internet del gran diario de izquierda mexicano. Hoy, a las seis AM del 16 de septiembre, busco noticias frescas en el mencionado sitio web, pero no las encuentro. Lo que aparece en mi computadora es exactamente lo mismo que vi hace 24 horas.
Durante tres décadas, La Jornada ha sido uno de los mejores periódicos de México y aun de todo el mundo. Se le respeta dentro y fuera de nuestro país, y no solo entre la gente de izquierda. En los ambientes intelectuales nacionales y del extranjero, el diario dirigido por la señora Carmen Lira es considero un referente. Y no se diga en los círculos políticos y hasta económicos globales, en los que nadie interesado en la marcha de nuestra nación deja de leer lo que ahí se publica.
Me pregunto por qué, entonces, La Jornada no termina de modernizarse. Sus materiales, sobre todo los cartones de sus extraordinarios moneros, son muy exitosos en internet. ¿Por qué tienen sus lectores que pasar un día sin monos? Y sin columnas, reportajes, entrevistas, noticias, fotografías, etcétera. ¿Por un compromiso laboral o sindical? No lo entiendo. Lo que sea, huele a pasado, a viejo.
De todo corazón deseo que La Jornada actualice sus prácticas operativas. Sus lectores lo merecen. Lo expreso contrariado por el hecho de que, esta mañana, no encontré ninguna información nueva en ese periódico. Y es que, por supuesto, para estar bien informado no es suficiente con lo que publican El Universal, Excélsior, Reforma, Milenio, El Economista, El Financiero, etcétera, que son buenos diarios, sin duda, pero carecen del tono rebelde, izquierdista de La Jornada. Su visión de la realidad hace falta y no me parece justo privarme de ella solo porque es ?descanso obligatorio?.
Carajo, obligatoriamente solo descansan los muertos. La Jornada está tan viva que uno se enoja cuando la encuentra en reposo.
No solo La Jornada debe modernizar sus operaciones. El gobierno federal, también. Urge un cambio en las formas.
Enrique Peña Nieto ha sido un gran presidente. Es mi opinión, desde luego. Él está realizado un magnífico trabajo exactamente por las mismas razones por las que en La Jornada piensan que ha fallado: por haber sacado adelante las reformas estructurales. Pero mientras mejor hace las cosas EPN, más caen sus niveles de aceptación en las encuestas.
Una explicación de ese fenómeno está en que se han afectado intereses, muchos, de grupos política y económicamente muy poderosos. Pero la pérdida de popularidad del presidente también tiene que ver con la formalidad que rige sus principales actos.
¿Por qué exhibir en cadena nacional a los invitados a la ceremonia del Grito de Independencia? Ningún protocolo exige que el Palacio Nacional deba llenarse de damas elegantes y caballeros linajudos. Esto huele a un pasado muy feo. Es una costumbre que debe eliminarse.
Por lo demás, entiendo el tema de la seguridad, pero ¿por qué el Estado Mayor revisaba hasta a los niños chiquitos que llegaban al Zócalo? Ni en los aeropuertos más estrictos he visto que cacheen a menores de tres años de edad.
Si se piensa que la descomposición social es tan grande en México como para usar a los niños para transportar armas peligrosas, clausuremos la nación. ¿Puede un niño de tres años cargar suficientes explosivos como para poner en riesgo a todos los asistentes al Grito? Por favor, los pequeños no podrían ocultar ni una sola pistola en sus calzoncitos.
Los niños no merecían esa humillación y el presidente no merecía tan duro golpe a su imagen. Peña Nieto es un hombre bueno. ¿Por qué los militares que lo cuidan lo agreden tanto?
Lo peor es que las revisiones rigurosísimas a los niños se dieron, en el Zócalo, 15 días después de que la Plaza de la Constitución fue usada como estacionamiento por nuestros siempre arrogantes potentados. ¿No hay en el Estado Mayor Presidencial la capacidad de aprender de sus propios errores?
Muy bien, si ya habían registrado hasta los calzones de los niños, es decir, si estaba confirmadísimo que en el Zócalo no había nadie armado, ¿por qué el equipo de EPN no le sugirió al presidente dejar de saludar a los elegantes de Palacio para ir a dar la mano a los que, peor vestidos pero con más sinceridad, disfrutaron del Grito allá abajo, en la plaza?
En 1990, en plena Guerra del Golfo, la original, la de George Bush papá, este hombre, como presidente de Estados Unidos, visitó Monterrey. En un recorrido en automóvil por la Macroplaza el señor Bush pidió detener el vehículo para bajarse y saludar a algunas personas. Las medidas de seguridad habían sido extremas. Todos los que ahí estaban habían pasado revisiones. Nadie lo iba a matar, pues. Y menos rodeado de guardias gringos y mexicanos. ¿Cuál es el problema de hacerlo?
Muy vivo, Andrés Manuel López Obrador casi a diario prepara un gran golpe contra la imagen del presidente Peña Nieto: el del nuevo avión. Razones para que la Presidencia cambie la aeronave presidencial, sobran. Y el costo, que parece elevado, puede ser justificado muy fácilmente. Ahí no está el problema.
El problema está en que a EPN no se le permite viajar, de vez en cuando, como un mexicano normal, es decir, en aviones comerciales.
¿Qué ley impide al presidente viajar en Aeroméxico, Interjet o Volaris? Me dirán que es un asunto de seguridad. Los que lo afirmen no saben de qué hablan. Del mismo aeropuerto despegan el avión presidencial y los aviones comerciales. A todos los usuarios del aeropuerto se les revisa antes de entrar. Si va a viajar el presidente, podría revisarse un poco más a la gente ?ojo, a los niños chiquitos no; hay que ser prudentes? y hasta técnicos del Estado Mayor Presidencial podrían supervisar el mantenimiento del avión de Aeroméxico en el que viajara EPN.
Y bueno, si alguna ley de tantas prohibiera al presidente viajar en aviones comerciales, pues que EPN la desobedezca y santo remedio. México se lo aplaudirá.
¿Que en la sala de espera algún loco podría gritarle consignas de Morena al presidente? Pues que grite. Hay libertad para eso y para más. Un pueblo en el que hay personas que no quieren a su presidente, y que pueden manifestar su descontento en público, es un pueblo democrático. Otros personas saludarán con cortesía y afecto a Peña Nieto. Y muchos, inclusive los que simpaticen con Morena, le pedirán tomarse una foto, la famosa selfie.
En España, el nuevo rey, para lavar la sucia corona que le heredó su papá, ha viajado en tren como la gente común y corriente. Y hasta va al cine, pagando su entrada, a sentarse como un espectador más.
¿A qué cine va Peña Nieto? Supongo que ve películas. Tristemente, los encargados de su seguridad lo obligan a verlas en la soledad de Los Pinos, una soledad todavía más dura porque siempre está rodeado de los mismos.
Qué bueno que Peña Nieto canceló la cena con sus invitados al Grito por solidaridad con los damnificados de Los Cabos. Qué malo que había una cena con todas esas señoras exquisitas y todos esos señores distinguidos.
Las cenas de gala están bien para recibir a un gobernante extranjero. Pero, ¿hacerlo con el pueblo afuera, allá abajo en la plaza? No le veo el caso. Si fue una moda que hacía lucir a los presidentes, hoy simplemente los perjudica.