Vivimos tiempos extraños en política internacional, sobre todo cuando se trata de comercio. Quienes estudiamos y nos formamos los últimos 36 años, tenemos arraigadas ciertas convicciones de solidaridad cosmopolita y utilidad económica, por encima de otras (que en otra época fueron prevalentes) como supremacía de una nación sobre otra y rechazo al extranjero como prerrequisito para cuidar la seguridad nacional. Por eso el clima en la comunidad internacional es de ansiedad, y no parece que vaya a cambiar los siguientes años. ¿Por qué Donald Trump celebra la ratificación del T-Mec con México y Canadá, y al mismo tiempo endurece sus posiciones respecto del comercio global y las fronteras abiertas, como un todo? ¿Es normal que Hungría se la pase atacando a la Unión Europea mientras sigue aceptando su dinero a la vez que promulga leyes anti migrantes? ¿Es normal que la Unión Europea siga permitiendo esa paradoja?

A decir de algunos estudiosos, el devenir histórico es pendular, porque los extremos están definidos desde hace tiempo, y la realidad social no es más que la combinación de gradaciones entre variables muy bien identificadas: democracias vs. autoritarismo, legalidad vs. arbitrariedad, libre mercado vs. control estatal de la economía, progreso vs. tradición. Entre muchas otras. Eso explica que haya taxistas saboteando las plataformas de transporte, como hubo obreros destruyendo máquinas en las fábricas, por miedo a que sus empleos se volvieran obsoletos; también que a periodos de libertad económica radical, siga un intervencionismo estatal agresivo y mayor organización de las clases trabajadoras. La lucha contra el outsourcing ilegal sería una re edición de la legislación laboral del siglo XIX que prohibió el trabajo infantil y los despidos por causas de enfermedad o embarazo, por ejemplo. Las circunstancias cambian pero los principios que se atacan o defienden pueden ser rastreados a una axiología primigenia.

Sin duda esta conciencia histórica es menos ingenua que la que pretende que todo lo que se vive es nuevo, original e irrepetible. Esta manera de ver la realidad política es propia de un fanático (no de un activista, porque entre estos hay de todo) o de un adolescente. Ninguno de estos dos perfiles es el más adecuado para la toma de decisiones políticas ni para la creación de leyes. Pero hay que matizar también la primera postura. La realidad nunca es exactamente igual, porque el entorno va cambiando conforme los procesos históricos van y vienen; hasta los que se parecen entre sí, tienen un aire de familia pero no son los mismos. No pueden serlo porque van decantándose y modificándose en cada una de sus encarnaciones.

Aterrizando en la coyuntura: estamos en presencia de una resaca provocada por los compromisos incumplidos del neoliberalismo, específicamente de sus tres premisas económicas fundamentales; el modelo prometió desarrollo económico (no sólo crecimiento, aunque ahora quieran salvar cara), reducción de la desigualdad y progreso compartido. Lo hizo imponiendo tres condiciones, mercados fuertes para proteger a los mercados, libre tránsito de capitales entre países y protección legal internacional de la propiedad intelectual. El liberalismo clásico también fracasó cuando se le dio manga ancha y quebró la economía mundial. A él le siguió el Estado de Bienestar.

En el nuestro, sabemos lo que sucedió. Países pobres compitiendo para ser los mejores paraísos fiscales y no para ser más productivos, gobiernos hipócritas que exigían liberalización hacia afuera pero proteccionismo hacia adentro, y economías asiáticas (sobre todo la china) que crecieron como ninguna otra mediante la ingeniería inversa y la violación flagrante de patentes y de la propiedad intelectual en general. Basta buscar en internet la versión china de los Starbucks o la versión rusa de “The Big Bang Theory” para constatar la debilidad del marco internacional de la propiedad intelectual. Sacaría una buena carcajada si no fuera una tragedia que cuesta cientos de miles de empleos alrededor del mundo y billones de dólares en impuestos que podrían servir para construir hospitales públicos y escuelas de alta calidad. Porque el corolario es que se necesitan más que nunca, pues el modelo no disminuyó, sino que amplió la desigualdad social, y hoy la diferencia entre el primer y el último decil de ingreso en el mundo es insalvable en 4 vidas.

La política económica de las grandes potencias es errática porque el tablero del ajedrez internacional es borroso, y las piezas mismas ya no se mueven siempre con las mismas trayectorias. No es un juego matemático, como el que quisieran los economistas clásicos, sino uno bastante más caótico, como el cubilete o la prosa dadaísta. La recomendación es modesta y no será muy popular: concentrémonos en entender antes de seguir dinamitándolo todo.