Hace muchos años, cuando frecuentaba las cantinas, pagué dos veces la cuenta. La primera vez con tarjeta, luego me dormí y cuando desperté, la volví a pagar en efectivo. Antes de irme, me dieron una copa “de la casa”; me alegré, pues en esa cantina nunca me daban ni las gracias, hasta que me llegó el estado de cuenta y me di cuenta de mi torpeza.

Cuando cualquier persona se emborracha (ya sea alcohólica o beba ocasionalmente), suele sufrir dos efectos: 1. Una “cruda” (a veces acompañada de una “cruda moral”) y 2. Una ligera amnesia (a veces acompañada de una “cruda moral”).

Eso le pasa generalmente a quien bebe, pero con una persona con problemas en su forma de beber, tanto peor. Yo estoy en Alcohólicos Anónimos y voy a mis juntas, donde es frecuente que alguien comparta en tribuna, cómo cometió un acto vergonzoso del que no se enteró, hasta que se lo contaron, entonces se escuchan gritos en la sala: “¡Tablas!”

Esta es una razón por lo que la gente no confía en los borrachos, porque si no mienten, no se acuerdan de sus fechorías. Felipe Calderón tiene una fuerte adicción al alcohol y al parecer, no tiene la menor intención de rehabilitarse. No necesito que venga alguien a revelarme que el ex presidente es alcohólico: su propio aspecto habla por sí mismo; en la entrevista que le concedió a León Zuckerman parecía un jitomate bola fermentado a punto de reventar, aparte de que se la pasó diciendo vulgaridades de briago (si se lanzara como candidato de México Libre, seguramente sus contrincantes pasarían mil veces esa entrevista, para denostarlo).

Ahora dice “Borolas” que el presidente miente, que él jamás se fue corriendo a trabajar a la empresa española Iberdrola; probablemente, como alcohólico, no se acuerde de eso (así como no se acuerda de quién es García Luna, ni la “Barbie”, ni del tuit que borró atacando a Trump, ni supo qué pasó con el tráfico de armas de la operación “Rápido y Furioso”), puede ser que genuinamente no se acuerde de nada, pero eso no le quita ni un mililitro de responsabilidad.

Si llegaran a juzgarlo por sus crímenes, en vez de hacerse el loco (como Jack Nicholson en “Atrapado sin salida”) que argumente inocencia por haber actuado bajo efectos etílicos; que lo anexen y se escape de una clínica de rehabilitación.

Cuento aparte, hizo bien López Obrador en calificar como “una vergüenza” que Iberdrola se llevara a Calderón a su Consejo de Administración (y lo mismo va para Harvard), pues ¿qué clase de prestigio tiene una empresa que contrata beodos?

Si algo no nos ayuda a los borrachos, es nuestro aspecto lamentable. Imagínense que a Maradona, después de la fiesta donde se puso hasta su madre y enseñó las “nachas”, lo acusaran de haberse robado un florero. Aunque no lo hubiera hecho, su propia imagen exhibida en un video, pone en duda su palabra.

Lo que más divierte es que, a estas alturas, el “Peje” debe tener elementos de sobra para meter a “Borolas” al “botellón” (y no precisamente al que le gusta), pero nomás está jugando “al gato y al ratón”, y cuando llegue el momento dramático preciso, iremos a celebrar al Ángel su inevitable captura (algo que nunca podrá olvidar, por más charanda que se meta).