Los Juegos Olímpicos, que por tanto tiempo fueron esperados por millones de personas alrededor del mundo, han finalizado. En sus competencias encontramos y experimentamos alegría, nerviosismo, desdicha, tristeza, furor, cólera, regocijo y muchas más sensaciones que se habían encontrado en estado soporífico, y algunas tal vez, desconocidas. Observamos y nos fascinamos con hombres y mujeres con capacidades inverosímiles enfrentándose los unos con los otros. Muchas premiaciones y medallas otorgadas -podríamos debatir si al cien por ciento fueron justamente ganadas-. Himnos y ciudadanos conjugándose bellamente en estruendosos cantos. La juventud viendo por las pantallas a sus ídolos, imaginándose ellos en aquella pista, alberca, podio representando a sus países. Cada cuatro años –excepto en las dos guerras mundiales-, el más grande e importante evento deportivo se ha festejado desde hace más de cien años. Su éxito, prestigio y popularidad se debe a la competitividad mundial, su complejidad, su rigurosidad y apego a las reglas deportivas. Los jueces califican y descalifican a los atletas, sin consentimientos, sin miramientos a toda una vida dedicada a su único y más deseado sueño: llegar al instante en el que se encuentran y triunfar. Las reglas se aplican imparcial y equitativamente. A México le ha ido mejor de lo que se esperaba, al menos en los Juegos Olímpicos.

La situación tan grave en la que se encuentra nuestro país es lamentable y penosa. Al igual que los festejos olímpicos las elecciones presidenciales son las más esperadas  cada seis años, y en ellas ejercemos el poder más importante que tenemos como pueblo: el sufragio ciudadano. Como los jueces en las olimpiadas, la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (FEPADE), el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), y el Instituto Federal Electoral (IFE), son la autoridad de las “competencias” que luchan, no por una medalla, sino por dirigir a nuestro país. Éstas no han hecho bien su trabajo, al menos, desde hace treinta años. Su facultad ha caído, su prestigio se ha degradado y la justa electoral ha perdido el prestigio que siempre debió conservar. Gracias a la rapidez con la que se comparte información en internet, se ha descarado la corruptela que impera en los partidos políticos que ansían el poder y dinero que conlleva –y no debería- la presidencia de la República Mexicana. No hay justicia, equidad y castigo para las prácticas delictivas plebiscitarias que todos hemos observado y gritado que se aplique. El exhorto que hacen los movimientos ciudadanos a estos jueces, empleados del pueblo, es que se siga al píe de la letra la ley, ni más ni menos. No es una lucha partidaria, es una lucha idealista, que no se debe tergiversar. Cada uno de nosotros, que vemos la suciedad donde dicen que hay diafanidad, tenemos la obligación, y ojalá la voluntad, de reprochar el cumplimiento de las reglas, por una sociedad sana, animada e impaciente de que llegue la próxima contienda electoral.

Es muy agradable ver en los Juegos Olímpicos la competitividad de seres humanos regidos por normas, calificadas y sentenciadas por jueces objetivos, lástima que en México no sea así.

 

Chrisvan Lóp Ros