En unos cuantos días, los nuevos  legisladores llegarán a San Lázaro y el 37.4 % de éstos serán mujeres.  Se aprecia un gran avance en materia de representación de las mujeres, sin embargo hay por lo menos dos puntos que aún no tienen solución:

La Juanitud

Fenómeno que se ha venido repitiendo desde que se instauraron las cuotas obligatorias de género por el cual se postula a una mujer, para cumplir con la cuota, cediendo ella su escaño a su suplente varón.

Para evitar esto, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación concluyó, en enero de éste año, que los partidos políticos estarían obligados a incluir personas del mismo género como titular y suplente de las candidaturas a diputados y senadores en las que se aplica cuota de género para con ello terminar con las "juanitas".

Esto a primera vista podría parecer muy bueno, y  fue celebrado por María de los Ángeles Moreno, Amalia García y Esther Morales entre otras; sin embargo el problema de la representación de las mujeres en el Congreso va más allá del sexo de quienes nos representan.  Sin duda el fallo del TEPJF evitó que algunos varones pudieran ocupar un escaño en la Cámara por lo que  algunos desplazados candidatearon a sus esposas, amantes o familiares mujeres. 

¿Esto contribuye a una mejor representación no sólo de las mujeres, sino de la ciudadanía en su conjunto?  Cabe recordar que los legisladores no están ahí para representar a su género, sino a los intereses supremos de la nación, a partir de demarcaciones geográficasPodríamos decir que estas esposas, amantes,  hermanas no deberían haber llegado al Congreso de esta manera, pero no podemos decir que necesariamente son peores que los legisladores  (hombres) que llegan por cualquier otra circunstancia. 

Más que criticar a las Juanitas, debemos reconocer el esfuerzo supremo de las mujeres que llegan al Congreso gracias a su legitimo esfuerzo en el ámbito político,  académico o incluso empresarial. En definitiva, la participación de las mujeres es fundamental  en un régimen que se precia de ser democrático, y esto nos lleva al segundo punto:

El techo de cristal

El término techo de cristal que ha sido utilizado con regularidad por feministas y que básicamente implica una superficie superior invisible en la carrera laboral o política de las mujeres, difícil de traspasar, que les impide seguir ascendiendo.  Su carácter imperceptible se da por el hecho de que no existen dispositivos sociales manifiestos que impongan a las mujeres dicha limitación, sino que está construida en códigos subjetivos e invisibles.

Cuando las mujeres llegan al Congreso, los espacios a los que acceden son limitados. Sólo en casos excepcionales  acceden a la Junta de Coordinación Política, a la Mesa Directiva o a las Presidencias de las Comisiones Legislativas.  En los hechos las podemos ver actuando en temas nobles como el desarrollo social, derechos humanos o la atención a grupos vulnerables pero pocas veces las encontramos tomando decisiones cruciales en materia económica o de seguridad.

¿Los hombres las relegan de esas posiciones o ellas escogen no participar? 

Recordemos que hombres y mujeres somos construidos socialmente en una sociedad que coloca a las  mujeres en el ámbito de lo privado y a los hombres en el ámbito público.   El trayecto hacia una participación política igualitaria entre hombres y mujeres pasa por discutir todos estos temas y facilitar un acceso efectivo de las mujeres a todos los espacios dentro de los congresos.