El pasado miércoles 7 de octubre falleció en la Ciudad de México el gran mexicano Mario Molina. Galardonado con el Premio Nobel de Química en 1995, Molina formó parte de esa pléyade de distinguidos mexicanos cuyas aportaciones, hechos y trabajos de investigación contribuyeron al enriquecimiento del conocimiento humano en distintas áreas del saber.

Molina es, junto con Octavio Paz y Alfonso García Robles, galardonados con el Premio Nobel de Literatura y de la Paz, respectivamente, un personaje celebérrimo no únicamente dentro de la química y en favor del avance de las ciencias en materia medioambiental, sino a nivel nacional como orgullo inequívoco compartido por todos los mexicanos.

Molina, García Robles y Paz, cada uno en su área de especialidad, hicieron destacadísimas contribuciones al avance de las ciencias, de la literatura y a la labor diplomática; todos ellos con un común denominador: ser egresados de la máxima casa de estudios del país, a saber, la Universidad Nacional Autónoma de México. Hoy, la UNAM reivindica una vez más porque es la gran institución de educación superior del país; una universidad que ha sido capaz de adaptarse a las nuevas corrientes del pensamiento, que ha superado innumerables obstáculos políticos y que se ha sostenido históricamente en la frontera del conocimiento.

El legado de Mario Molina debe pervivir en el espíritu de los estudiantes que hoy se dedican al estudio del medioambiente y de la protección de los intereses comunes, principalmente aquellos que se forman en las aulas de la UNAM. Su voz debe ser escuchada a lo largo y ancho de la comunidad científica, por los intelectuales y por la clase política. Sin embargo, su vida y obra debe igualmente ser emulada por todos los mexicanos que buscan enaltecer el nombre de nuestro país.

Los nombres de los tres grandes —Molina, Paz y García Robles— deben estar inscritos con letras de oro en los anales de la historia de México: apellidos indelebles de la vida nacional.

La UNAM está de luto tras la partida del último de sus tres más conspicuos estudiantes. La universidad, hoy más que nunca, debe portar con orgullo esas siglas.