Un hito en la Historia de México
Hoy México conmemora los 83 años de la célebre Expropiación Petrolera. Cualquier ciudadano que circula por el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México, y muy en particular, a la altura de Reforma Lomas, puede fácilmente contemplar el principal monumento a aquel importante evento acaecido el 18 de marzo de 1938. El transeúnte puede contemplar allí las inscripciones con los años del inicio y consumación de la Independencia de México, así como los de 1938 y 1953, años del decreto del general Lázaro Cárdenas y de la erección del monumento, respectivamente.
La Expropiación Petrolera representa un hito en la historia de México. Si bien el Constituyente de 1917 había establecido en el artículo 27 la propiedad nacional del subsuelo y de sus componentes, los sucesivos gobiernos se habían visto incapacitados de materializar la letra constitucional.
Sin embargo, el año 1938 haría girar la historia de nuestro país. Tras una demanda laboral de los trabajadores adscritos al Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana frente a las compañías petroleras, a saber, Royal Dutch Shell, California Standard Oil Company of Mexico, Richmond Petroleum Company, entre otras, la Junta de Conciliación y Arbitraje dirimió en favor de los derechos exigidos por los trabajadores mexicanos. Luego, ante el rechazo del cumplimiento del arbitraje por parte de las empresas extranjeras, la Suprema Corte de la Nación confirmó la decisión de la Junta.
Con este antecedente, y bajo el marco jurídico que le otorgaba la Constitución y la recientemente promulgada Ley de Expropiación, el presidente Lázaro Cárdenas decretó la expropiación de las empresas extranjeras, consumándose así, luego de 21 años, uno de los principios fundamentales de la Revolución mexicana. En este contexto, bien vale recordar que nuestra Carta Magna, la primera de corte social en el siglo XX, buscaba deshacer la propiedad privada y/o extranjera de los bienes de la nación que databan de tiempos de Porfirio Díaz. La hazaña se había consumado.
A partir de los hechos de 1938 el PNR- luego PRI- abrazó los principios revolucionarios, entre ellos, desde luego, la propiedad pública de la riqueza del subsuelo. El PAN, primer partido importante de oposición, propugnó la necesidad de la propiedad privada y la reforma al sacrosanto artículo 27 constitucional.
Luego, tras la llegada del neoliberalismo, y muy en particular, durante la presidencia de Enrique Peña Nieto, fue reformado el artículo 27 con el propósito de permitir la inversión privada en la extracción del crudo, permaneciendo éste bajo propiedad del Estado. Esta reforma formó parte de las transformaciones legislativas del Pacto por México, y en el caso particular de la energética, contó – como era previsible- con el apoyo de Acción Nacional.
Sin embargo, Andrés Manuel López Obrador, admirador a ultranza de Lázaro Cárdenas, y autoerigido como el adalid del desfasado nacionalismo revolucionario, desechó de facto las reformas de 2013, y ha vuelto a poner de manifiesto la importancia del petróleo y su propiedad a cargo del Estado. El controversial proyecto de Dos Bocas habla por sí mismo.
En este contexto, nuestro presidente se empecina en abanderar causas de otros tiempos. Si bien es verdad que es necesaria la participación del Estado en la vida pública del país, los principios del nacionalismo priista han quedado superados por la Historia. Ahora, lo que México necesita, es una fuerte inversión privada en sectores estratégicos, aun, desde luego, con la rectoría de Estado como garante del interés público.
Mientras Lázaro Cárdenas fue un hombre de su tiempo, AMLO se retrotrae a los años treinta, como si fuese un contemporáneo del general, y como si México necesitara un caudillo revolucionario que alejase la inversión extranjera. El presidente López Obrador, desafortunadamente, no es un hombre de su tiempo, sino un personaje enraizado perpetuamente en un pasado que no volverá y que México ya ha superado.