Los sucesos acaecidos ayer en los Estados Unidos de América conmocionaron al mundo. En un ejercicio histórico, no se recuerda un ataque contra la sede de un poder federal en ese país desde el incendio de la Casa Blanca perpetrado por los británicos en 1814 en el contexto de la guerra britano-americana. Simpatizantes de Donald Trump, azuzados por el propio presidente, irrumpieron en Capitol Hill con el propósito de boicotear la ceremonia de conteo oficial de votos electorales en favor del presidente electo Joe Biden.

Las imágenes del día de ayer hubiesen sido imaginables en regímenes débiles pero inconcebibles en el Congreso de la democracia moderna más antigua del mundo. A raíz del suceso, líderes mundiales y medios de comunicación internacionales expresaron su rechazo inequívoco a las manifestaciones de odio perpetradas por una turba furiosa deseosa de materializar las infundadas teorías conspiratorias de Donald Trump.

Horas antes el vicepresidente Mike Pence, no obstante las exhortaciones del presidente, había enviado una carta al Congreso en la cual garantizaba que no haría uso de unos inexistentes poderes constitucionales para descartar un determinado número de votos de algunos estados bisagra. El mensaje de Pence provocó inmediatamente la ira de Trump, quien no escatimó en agravios contra su vicepresidente, lo que incendió al grupo de provocadores que participaban en protestas en Washington.

Por otro lado, las principales cadenas de televisión habían proyectado el triunfo al Senado de los demócratas Jon Ossoff y Raphael Warnock, este último haciendo historia al convertirse en el primer senador afroamericano por el estado de Georgia. Con el éxito de estos candidatos, el presidente Joe Biden contará con los apoyos de ambas cámaras del Congreso, lo que augura el inicio de un periodo de dos años de importantes victorias legislativas.

Algunos argumentarán que la democracia estadounidense ha mostrado su punto flaco. No lo veo así. Al contrario. La fortaleza de las instituciones de ese país hizo posible que la mayoría de los legisladores de ambos partidos, y el propio vicepresidente Pence, se ciñeran a la letra constitucional y a la cultura de la legalidad que ha servido de cimiento de la convivencia democrática de los Estados Unidos.

Trump dejará la presidencia el próximo 20 de enero. Sin embargo, las lecciones que nos ha dejado su nefasto legado han puesto nuevamente de manifiesto el poder del púlpito público y la inalienable responsabilidad de los jefes de Estado de velar por la unidad nacional, y de abstenerse de incitar tácita o expresamente a la discordia social. Los países latinoamericanos han visto lo sucedido, y más de un par de líderes de la región no podrán ignorar el mensaje.