De acuerdo a un nuevo informe publicado por el Institute for Policy Studies, think tank estadounidense, las nocivas consecuencias globales de la pandemia no se han limitado a más de 65 millones de contagiados, más de millón y medio de fallecidos, una ralentización brutal de la economía y a un engrosamiento atroz de las filas de la pobreza, sino que también ha repercutido en los índices de desigualdad, es decir, en la concentración de la riqueza en unas cuantas manos, en detrimento del resto de la población mundial.

A la luz del reporte del instituto, Jeff Bezos, CEO de Amazon, contaba, previo a la irrupción del coronavirus, con un total de 100 mil millones de dólares de capital. Sin embargo, a partir de la pandemia y del confinamiento, su patrimonio ascendió a 182 mil millones. Es decir, la fortuna incuantificable de Bezos se ha duplicado a lo largo del presente año. No obstante estos datos, vale destacar la naturaleza empresarial del grupo estadounidense Amazon, pues se ha visto beneficiado por los millones de personas que utilizan diariamente la plataforma electrónica como resultado del cierre de comercios.

Ciertamente, el caso de Bezos es paradigmático, pero no exclusivo. En México, a pesar de no contar aún con los datos y la más reciente evidencia empírica, la desigualdad ha sido igualmente exacerbada por la pandemia. En este contexto, sugiero la lectura del informe intitulado “Hacia un estado del bienestar en México” publicado por el Colegio de México. En él, los analistas apuntan hacia la ínfima reducción de la pobreza desde 1992, la escasa —o inexistente— movilidad social en sentido ascendente, el estado lamentable de la educación en México y el paupérrimo sistema de salud, entre otros. Según se arguye —y así es sostenido por todos los especialistas— nuestro país ha quedado profundamente rezagado en términos de su inversión social relativo al PIB.

Por increíble que pudiese parecer, algunos personajes de los partidos autodenominados de derechas desdeñan la importancia de la desigualdad, a la vez que descalifican el coeficiente de Gini, como si se tratase de un populismo discursivo de los grupos de “izquierda”. Nada más lejano a la realidad. La evidencia, los indicadores, los especialistas y el mundo exigen la puesta en marcha de políticas públicas —llámense socialdemócratas si se quiere— que coadyuven a paliar la desigualdad extrema que impacta negativamente en nuestro desarrollo.

La autoproclamada cuarta transformación acierta en su diagnóstico sobre la desigualdad. Suena lindo desde Palacio Nacional cada mañanera. Sin embargo, las recetas económicas aplicadas distan de brindar soluciones. A pesar de contar con economistas destacados como Gerardo Esquivel, subgobernador del Banco de México —experto dedicado al estudio de la desigualdad de nuestro país— el gobierno de López Obrador aborda la problemática de la desigualdad desde una arista meramente discursiva. Quizá derivado de las condiciones estructurales del país, tales como la bajísima recaudación fiscal y el secuestro legislativo por parte del poder económico, o por el desdén del presidente hacia la evidencia y las recomendaciones de los expertos.