Hace unos días Marine Le Pen, líder del partido derechista denominado Rassemblement National —y quien disputará nuevamente a Emmanuel Macron la presidencia en 2021— acusaba públicamente al primer ministro Jean Castex y al presidente francés de haber tenido una terrible gestión de la pandemia.
Al otro lado de los Pirineos, un individuo llamado Fernando Simón coordina el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, organismo dependiente del gobierno de España. Simón, portavoz nacional, ha sido abiertamente culpado por el Partido Popular de haber errado sistemáticamente en el control de la pandemia. España suma, al día de hoy, cerca de 49 mil fallecidos. En este contexto, los casos español y francés representan únicamente dos ejemplos de cientos de países cuyos funcionarios han sido culpabilizados por los partidos de la oposición con fines políticos.
Por otro lado, el mundo admira a la primer ministra neozelandesa por su “extraordinaria” gestión de la pandemia, al tiempo que Nueva Zelanda es un país localizado en el Pacifico Sur con apenas 5 millones de habitantes. Bien valdría dejar de comparar el caso neozelandés con países como España, Francia o México.
El propósito de estas líneas no es defender la gestión de Hugo López-Gatell sino de invitar a la reflexión. Los errores cometidos por los responsables de la gestión del covid-19 han sido globales, sistemáticos y recurrentes, y han derivado de la irrupción de un virus nuevo y desconocido.
En México, Hugo López-Gatell ha sido vapuleado públicamente por los columnistas, medios de comunicación, la prensa, sociedad civil e intelectuales. Con ese lastimoso afán de cercenar el apellido paterno del subsecretario (le llaman simplonamente Gatell) el funcionario ha sido objeto de insultos y denostaciones, y… ¡culpado de los muertos!
El coronavirus aparece por primera vez en la ciudad de Wuhan, China en diciembre de 2019. La Organización Mundial de la Salud declara a la enfermedad pandemia en marzo de 2020. De enero a junio, médicos epidemiólogos en Ginebra y alrededor del mundo fueron dubitativos en torno a la pertinencia de recomendar el uso de mascarillas como medida de prevención.
Finalmente, en junio la OMS cambia de parecer y se aventura a recomendar el cubrebocas como medida accesoria, aun sin claridad sobre su efectividad como medio para prevenir contagios pasivos. Con el paso de los meses, la evidencia permitió tener certidumbre sobre la conveniencia de la mascarilla en sitios públicos.
Ciertamente, derivado de factores estructurales como la pobreza y la insuficiencia hospitalaria, los errores de Hugo López-Gatell han sido más costosos que los de Simón en España o de Jean Castex en Francia. Lo anterior, aunado a que México ocupa el último peldaño en apoyos fiscales (mismo por debajo del promedio en la región latinoamericana de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional) el costo ha sido elevadísimo en términos de pérdidas de vidas humanas. Sin embargo, ni las condiciones de nuestro país ni la decisión del gobierno de López Obrador de privilegiar Dos Bocas o el Tren Maya sobre los apoyos a los negocios languidecientes son responsabilidad del subsecretario.
¿Ha errado Hugo López-Gatell? Desde luego. Sin embargo, el escarnio público que ha sufrido el funcionario ha sido inclemente y desproporcionado.