El presidente Donald Trump no desiste en su ilegítimo intento de revertir el resultado de los comicios electorales del pasado 3 de noviembre. A pesar de haber perdido el Colegio Electoral y el voto popular por más de 7 millones de sufragios, el republicano parece decidido a subvertir el proceso democrático más extenso en la historia de los Estados Unidos.

En este tenor, trascendió que Trump convocó a la Casa Blanca a representantes de las legislaturas de los estados que votaron por Biden, con el objetivo tácito de provocar que los grandes electores cambiasen el sentido de su voto en las sesiones que tendrán lugar en diciembre en cada una de las capitales de los estados, y así, descarrilar a la democracia estadounidense. En opinión de algunos historiadores, las acciones de Trump, desde el desconocimiento del triunfo de Biden hasta su intentona de dar la espalda a los votantes de estados como Michigan, Georgia y Wisconsin, representan la más reprobable traición de un servidor público de alto nivel desde la Guerra de Secesión del siglo XIX.

Por ahora, sin embargo, deberemos esperar que las instituciones estadounidenses prevalezcan sobre los instintos tiránicos del presidente, y que Joe Biden sea investido el próximo presidente el 20 de enero.

Mientras estos eventos siguen su curso, el presidente López Obrador parece haber negociado con Trump, a través del canciller Ebrard, la liberación del general Salvador Cienfuegos, tras la instrucción del fiscal general William Barr. ¿Derivado de un agradecimiento de Trump a López Obrador? ¿O de una posible amenaza del presidente mexicano de no colaborar más con la DEA? Todo está abierto a la especulación.

En este espacio de SDP Noticias expresé en su momento que el presidente López Obrador debía, a mi juicio, reconocer formalmente el triunfo de Biden tras el discurso de concesión de derrota de Trump, y que no debía a esperar a la declaración oficial del triunfo del demócrata, pues esto es meramente un formalismo jurídico y las relaciones bilaterales de nuestro país con los Estados Unidos trascienden los legalismos.

Sin embargo, como hemos visto, Trump no ha concedido, y quizá no concederá. Para ello, derivado de su narcisismo patológico, buscará los artilugios para entregar la presidencia sin un reconocimiento público de su derrota. Quizá renunciará, lo que dejaría al vicepresidente Mike Pence la responsabilidad de coordinar el proceso de transición, o simplemente guardará silencio y no estará presente en la ceremonia de investidura de Biden.

Mientras los eventos se desarrollan, y ante la obcecación del presidente Trump, el presidente López Obrador debe reconocer el triunfo de Biden, y si es necesario, contactar —informalmente si se quiere— al equipo de transición del presidente electo con el propósito de iniciar conversaciones sobre los temas más acuciantes de la agenda bilateral, tales como narcotráfico y migración.

En suma, López Obrador no debe esperar más. Confiemos que las mentes razonables dentro de su gobierno prevalezcan sobre la obstinación del presidente mexicano de postergar una declaración que podría representar un primer mal paso en la construcción de una sana relación con la nueva administración en Washington.