El mundo ha rebasado los 61 millones de casos de contagiados de covid-19 y se acerca ineluctablemente hacia 1 millón y medio de fallecidos. Si bien la tasa de letalidad continúa su ruta decreciente, pues se ubica ahora alrededor al 2.3%, el maldito virus no cede.

La llegada del invierno recrudecerá la crisis sanitaria. Por un lado, el frío debilitará los sistemas inmunes, y con las fechas decembrinas, las familias se reunirán, lo que podría provocar un nuevo pico de contagios. En Estados Unidos, por ejemplo, se espera un alza tras las festividades de Thanksgiving.

¡Atrás han quedado aquellos meses cuando uno no conocía enfermos de primera mano y la enfermedad parecía contenida al espectro de lo especulativo! El covid-19 parecía confinado a los noticieros. Ahora, desafortunadamente, todos conocemos de primera mano a una o más personas contagiadas, y en algunos casos, a algún fallecido.

La pandemia ha azotado a todas las naciones del mundo. No obstante, algunos gobiernos fueron capaces, derivado de la pericia y responsabilidad de los funcionarios y de las condiciones estructurales, de romper el asedio del virus. Países de geografías distintas como Irlanda y Nueva Zelanda —con apenas unos 5 millones de habitantes— combatieron con relativo éxito el azote epidemiológico. Sin embargo, grandes países europeos, como Italia y Alemania, con decenas de millones de ciudadanos, aprendieron la lección inicial. Ante el arribo de la segunda ola, optaron por el confinamiento secundado por apoyos económicos a los medianos y pequeños negocios. Sus condiciones estructurales lo permitieron.

¿Qué podemos esperar en México? Desagraciadamente —y pongo el acento en este término— los meses de diciembre, enero, febrero y marzo reclamarán vidas, arruinarán economías, sembrarán discordia y destruirán familias; derivado de las condiciones estructurales de nuestro país y del lamentable ejemplo que el gobierno ha ofrecido.

En relación con el manejo de la pandemia, para ser justos con la verdad, no toda la culpa recae sobre el presidente López Obrador, y aun menos, sobre el subsecretario López-Gatell. Si bien ellos no son responsables de las condiciones estructurales del país, sí que lo son ante el altamente cuestionable liderazgo en la materia.

Enrique Krauze, en su columna de ayer de Reforma, alude a un trabajador humilde quien fue cuestionado del porqué no usaba cubrebocas. El hombre respondió que no acostumbraba portar mascarilla pues “el presidente no lo usa y hasta dice que no es necesario”. De igual manera, el lector recordará la defensa pública que el presidente hiciese del diputado Fernández Noroña ante la obcecación de este último de desafiar normas básicas de prevención de contagios durante su comparecencia en el Instituto Nacional Electoral. Lamentable.

El presidente López Obrador es una guía para millones de mexicanos, quienes creen fielmente en su palabra. Debe, en consecuencia, ejercer un liderazgo responsable ante la crisis que sufrimos. De lo contrario, el invierno puede resultar más frío de lo que todos tememos.