La prensa internacional ha reproducido a lo largo del último par de días las escenas de júbilo y algarabía en Buenos Aires tras la aprobación, por parte del Senado argentino, de la ley federal que consiente el aborto hasta la semana catorce de gestación. Previo a ello, las mujeres podían optar por este recurso exclusivamente en caso de violación o que estuviese en peligro su vida.

Con ello Argentina - la nación del papa Francisco- se ha convertido en el primer país de América Latina en desafiar exitosamente los cánones conservadores y la influencia de la Iglesia católica. En esta tesitura, los acontecimientos acaecidos en el país sudamericano tendrán repercusiones en el resto de la región en favor del movimiento feminista.

El debate sobre el aborto debe abordarse desde dos aristas: el jurídico y el ético-moral, este último ligado al cariz religioso. Si bien el Estado no debe castigar, avalar o promover las prácticas abortistas, pues corresponde a una decisión estrictamente unipersonal, el juicio feminista parece coquetear con el despropósito y con una interpretación acomodaticia de lo que significa la vida humana.

El argumento de las feministas -en relación con el aborto- basado en su supuesta libertad de acción sobre su cuerpo no tiene lugar. Me explico. A diferencia de los gametos masculino o femenino, o de otra parte del cuerpo humano, el cigoto es un ser individual con un ADN distinto al de los padres, y con características genéticas propias (género, estatura, color de ojos, propensiones, etc.) Por este motivo, y más allá de cualquier consideración de índole religioso, la ciencia apunta hacia el inicio de la vida desde el momento mismo de la concepción. En otras palabras, la decisión de una mujer abortista de descartar ese cigoto o feto conlleva la eliminación de una vida humana.

Algunos argüirán que la vida inicia hasta el comienzo de la actividad cerebral. Debatible. Sin embargo, los consensos científicos apuntan hacia el hecho de que un cigoto posee características que le hacen un ser genéticamente único e irrepetible.

No obstante los argumentos esgrimidos, el Estado no tiene injerencia en los decisiones derivadas de juicios éticos o morales, sino que debe limitarse al cumplimiento de la ley y de la letra constitucional. A partir del hecho de que el no-nacido no goza de derechos constitucionales, el Estado no debe castigar a las mujeres que deciden terminar prematuramente su embarazo.

Lo sucedido en Argentina soliviantará al movimiento feminista en México. ¡Bienvenido el debate público! Sin embargo, bien vale poner el acento en que el legítimo argumento feminista en relación con el aborto debe ceñirse a la libertad de conciencia, dentro del ámbito ético-moral, y no a una supuesta libertad de acción sobre su cuerpo, pues como he referido, el cigoto o feto no forma parte del cuerpo de su madre.