La biblia describe a la Nueva Jerusalén como un lugar de regeneración, tanto física como del espíritu – si no me creen le pueden preguntar a Wikipedia – y como lo narra Juan en el “Apocalipsis”, este sitio tendría unas dimensiones de 2,222.4 km de largo, como ancho y de alto, con 70 metros de grosor en su muralla. Pero no… Está aquí, a la vuelta de la esquina…
Los ojos volvieron a esta comunidad “protegida por la divinidad” en Michoacán (creada desde 1973) porque se negaron A LA EDUCACIÓN LAICA; El estado laico buscó desde ser instaurado en 1857 en la Constitución Mexicana, crear esa separación “necesaria” entre el gobierno y la iglesia… Pero ellos se negaron, destruyeron una escuela, continuaron con su negativa.
La historia de la Nueva Jerusalén se sumerge en liderazgos, en un autogobierno, en un lugar con sus propias reglas basadas en sus creencias, en conflictos entre los que son laicos y los que no, basados en aquella aparición de la Virgen del Rosario, que marcó un “nuevo orden”, y que a pesar del fanatismo que le cantan: YO QUIERO VIVIR EN NUEVA JERUSALÉN…
Quiero vivir defendiendo en lo que creo, debatiendo decisiones imbatibles del gobierno, buscando preservar aquella cultura Mexicana dañada por los años, y es por eso que en nuestro país, distintos grupos se forjan y luchan, crecen y desaparecen, suman y se pierden, nacen pero siempre mueren: “Yo Soy 132”, “EZLN”, hasta los “Alcohólicos anónimos”, por mencionar algunos…
Yo quisiera vivir en la Nueva Jerusalén si eso representará un gobierno sin colores, gente que lucha por su patria, un sitio que respira fe, pero fe de ideales –no perfectos, no correctos pero propios y válidos, que se respetan, que respetan – cada quien cree en lo que quiere, pero ¿Qué hacemos con un país dividido como México?; deberíamos quedarnos con una lección de los radicales.
“La verdad a menudo sufre más por el fanatismo de sus defensores que por los argumentos de sus detractores”, William Penn.