29 de abril de 2024 | 11:39 p.m.
Opinión de Javier Treviño

¿Y después de Alfonso Romo?

AMLO necesita un modelo de toma de decisiones. Su popularidad debe urgentemente ser complementada con un buen sistema y con un buen equipo.
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Alfonso Romo dejó su puesto como jefe de la Oficina del presidente. Fue un actor muy valioso dentro del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Para las empresas nacionales y extranjeras, así como para las organizaciones del sector privado, fue un interlocutor abierto con el que siempre se pudo entablar un diálogo sincero. Su compromiso con México ha sido permanente. Seguramente seguirá trabajando por el bien de nuestro país. Pronto, la 4T lo va a extrañar.

La inesperada salida de Romo, quien era además el coordinador del Gabinete para el Crecimiento Económico, ilustra muy bien la serie de artículos que inicié ayer, con “Adhocracia” https://bit.ly/3g8YfNF. Escribí que no sabemos cómo toma las decisiones el presidente. ¿Hay un método? ¿Deberíamos conocerlo? La llegada de un nuevo Jefe de la Oficina del presidente abre una ventana para introducir un modelo de toma de decisiones. La popularidad del presidente necesita urgentemente ser complementada con un buen sistema y con un buen equipo.

Ayer comenté que, en Estados Unidos, los Presidentes han seguido por lo general uno de tres enfoques generales para organizar la información proveniente de su equipo de asesores, de las secretarías y demás agencias del gobierno: la “adhocracia” (que proviene del término “ad hoc”), la “administración centralizada” y la “promoción y defensa múltiples” (multiple advocacy). 

La administración centralizada

Hoy voy a escribir sobre el segundo enfoque, la “administración centralizada”. Bajo este sistema, se confía plenamente en el jefe de la oficina ejecutiva del presidente y los equipos de asesores de la Casa Blanca para que, por su conducto, se filtren las ideas propuestas y recomendaciones de las secretarías y agencias del gobierno, antes de que lleguen al escritorio del presidente. El equipo de asesores tiene como misión trascender la perspectiva limitada de las secretarías y agencias, porque existe la presunción de que a cada unidad burocrática sólo le interesa su parcela de poder y no analiza los problemas en toda su complejidad.

Lo que se busca con este sistema es que el análisis y las recomendaciones provengan de individuos que comparten la misma perspectiva del presidente. Los asesores manejan el flujo cotidiano de información que proviene de las secretarías y analizan los problemas, evalúan la información relevante y las alternativas de una manera objetiva. Los equipos de se convierten en grupos muy grandes y complejos con el propósito de que los asesores se especialicen, que desarrollen contactos dentro del poder ejecutivo, que puedan monitorear eventos y recabar información.

Dentro de sus actividades, los asesores analizan las propuestas de las secretarías y agencias, median entre ellos cuando hay algún conflicto, describen los temas importantes y las consideraciones relevantes, en suma, definen las decisiones que debe tomar el presidente.

Hay quienes consideran al presidente como un tomador de decisiones racional y unitario, aislado de los desacuerdos existentes entre los demás participantes. Otros argumentan que el sistema de “administración centralizada” tiene como fin proveer un análisis “objetivo” al presidente. No obstante, los asesores, bajo este sistema, pueden volverse defensores y promotores de ciertas políticas porque no son verdaderos intermediarios, ni conciliadores, entre diferentes intereses. Ellos conocen muy bien al presidente, tienen acceso a él y, por ello, se sentirán con mucha mayor fuerza para proponer alternativas de política socavando, en ocasiones, la posición de alguna secretaría o agencia.

La “administración centralizada” busca superar las inercias y parroquialismos de las dependencias federales. El presidente tiene más control sobre el proceso de formulación de políticas, aunque el poder se llega a concentrar en los tres individuos que dirigen el Consejo de Seguridad Nacional, el Consejo de Política Económica, o el Consejo de Política Interna.

Es interesante destacar que, utilizando este sistema, los equipos de asesores del Presidente no sólo se convierten en los generadores de opciones de políticas para la toma de decisiones, sino que también logran llevar algunos temas a la agenda gubernamental que no llegarían a la Casa Blanca de otra manera.

Un grupo centralizado de asesores puede ser de gran ayuda para solucionar el permanente conflicto burocrático, es un equipo competente y leal al presidente, que se dedica a servirle y que le responde rápidamente. Mantiene, relativamente, la discreción y previene las filtraciones de información a la prensa antes de que se anuncie una política.

Desventajas del sistema

Aun cuando parecería ser un sistema muy adecuado para el presidente, presenta también desventajas.

Los asesores no llegan al grado de objetividad deseado porque, al especializarse y desarrollar sus propios puntos de vista y opiniones, se convierten en promotores y defensores de ciertas políticas. Presentan al presidente lo que él quiere escuchar, en virtud de que ya lo conocen muy bien.

A pesar de que el equipo de asesores es grande, si se compara con todos los recursos que tiene el poder ejecutivo, y con toda la experiencia de los funcionarios que trabajan en los departamentos y agencias permanentemente, se convierte en una entidad relativamente pequeña, carente de la capacidad para realizar un examen integral de los problemas.

Al excluir a funcionarios importantes de las deliberaciones, cuando se analizan las alternativas de política, los equipos de asesores pueden afectar la capacidad del presidente para conducir el poder ejecutivo.

Si se excluye a las secretarías y a las agencias del proceso de definición de las acciones, se toman decisiones que no reflejan necesariamente la realidad política. Los actores externos, como académicos, organizaciones de la sociedad y grupos de interés, expresan sus puntos de vista a través de estas organizaciones y son precisamente estas dependencias las que conocen mejor las posibles reacciones del Congreso y del público ante las medidas.

Trabajar bajo el modelo de “administración centralizada” constituye una carga excesiva para el jefe de la oficina ejecutiva del presidente. Si tiene que tomar parte en el análisis de todos los temas que decidirá el presidente, forzosamente algunos asuntos tendrán prioridad, y muchos otros temas tendrán que esperar su turno. El coordinador de asesores se vuelve un cuello de botella y el sistema no puede reaccionar cuando viarios temas surgen a la vez.

Por último, es muy probable que algunos problemas sean sacados del proceso normal y se lleven a la oficina del presidente sin consultar a nadie previamente. Esto sucede cuando los temas son sensibles, requieren decisiones rápidas o los asesores y el presidente tienen una fuerte predisposición hacia ellos. Esto puede socavar la moral y la iniciativa de las secretarías y agencias y perder la objetividad necesaria. Además, no se podrían movilizar los recursos que tienen a su disposición las secretarías y agencias para su implementación.

El resultado de utilizar un modelo de “administración centralizada” sería la ampliación de la brecha entre la formulación de las políticas y la ejecución. Eso quiere decir que se aislaría al presidente del resto del poder ejecutivo.

Romo

¿Y después de Alfonso Romo qué podemos esperar? ¿Adoptará el presidente un sistema, un método, para tomar decisiones? ¿Seguiremos en la adhocracia? ¿Pasaremos a la administración centralizada? ¿O lograremos tener un sistema moderno de promoción y defensa múltiples de las políticas gubernamentales?