La adhesión de las diversas clases sociales hacia la izquierda o la derecha muchas veces sirve como marco conceptual para el análisis de las sociedades latinoamericanas contemporáneas.

AMLO nos llevará a ser como Cuba y Venezuela” era la imprecación antes y después de las elecciones de mucha gente perteneciente a la clase alta mexicana, conocida comúnmente como “fifí”. “El Coronavirus desnudó las falencias del capitalismo” exclaman ahora sectores pertenecientes a la clase media y baja, apodados “los chairos”.

Más allá del complejo debate acerca de lo que va a pasar en términos políticos, económicos y sociales después de que termine el encierro, y de la discusión de que, si la globalización es el epítome fracasado de modernidad; se debe de realizar una evaluación de la conducta que ha tenido la política latinoamericana en estos últimos años: los movimientos pendulares hacia un lado y otro del espectro político han regido los países de nuestro subcontinente.

Por el 2010 buena parte de la región estaba bañada por la "marea rosa", que tomó forma durante la década anterior y conllevó a la elección de varios gobiernos de izquierda en Sudamérica. Luego la derecha llegó al poder en países que habían disminuido la desigualdad y la pobreza, habían tenido cierto crecimiento económico gracias a la inversión pública y habían impulsado la unión sudamericana. Además, se toparon con Estados garantes de los derechos de todos, inclusive de los más desfavorecidos.

Todo este esfuerzo y buenos resultados no eximieron que Gobiernos como el de Lula en Brasil, el de los Kirchner en Argentina, o el de Correa en Ecuador, se hayan visto salpicados de casos de corrupción, abusos de poder y mala administración de ciertas entidades públicas.

No obstante, queda demostrado que los políticos de derecha no han sido ni menos corruptos, ni mejores administradores que sus predecesores. Tal es así que en Argentina las medidas de reajuste económico implantadas por Mauricio Macri – tan idolatrado por personajes de la derecha latinoamericana como el ex alcalde de la ciudad de Guayaquil Jaime Nebot, en Ecuador – no contribuyeron a solucionar la crisis financiera del país, y su gobierno fue manchado por cuatro casos de corrupción, por supuestamente beneficiar a empresas familiares con contratos públicos durante su administración.

De esta forma al día de hoy los “héroes” de la restauración neoliberal son personajes cuestionados y ridiculizados: Macri, Lenín Moreno y Bolsonaro.

El filósofo, sociólogo y crítico cultural esloveno Slavoj Źižek manifestó que: "El coronavirus es un golpe al capitalismo a lo 'Kill Bill' que podría reinventar el comunismo"[ …]. "La epidemia del covid-19 es "una señal" de que la humanidad no puede vivir más como de costumbre y "es necesario un cambio radical" [ …] “Quizás otro virus, ideológico y mucho más beneficioso, se propague y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del estado-nación”, agregó.

El llamado a “imaginar” un nuevo sistema “alternativo” pregonado por Źižek queda solamente en una mera construcción de castillos en el aire sino se tiene una propuesta concreta, “imaginar alternativas” se ha convertido desde siempre en la muletilla preferida de la izquierda, que en el caso de los países sudamericanos los llevó a cometer errores como discursos agresivos anti-imperialistas, y ataques infructuosos contra el sector empresarial.

Los que prenden incienso al “virus que desenmascaró al capitalismo” no son revolucionarios, sino ingenuos entusiastas que avizoran un mundo irreal y que carecen de un verdadero líder que los conduzca hacia el cambio radical que pretenden.

Y cuando ese imaginar “socialista” no ha sido capaz de transformar el mundo de una forma radical a lo largo de seis décadas como lo esperaban sus discípulos, realmente llega a cansar.

La derecha tampoco se queda afuera con este discurso de “imaginar alternativas” y usa palabras dulces a su modo, es sabido por todos los pésimos manejos económicos del neoliberalismo en nuestros países sobre todo durante las décadas de los 80 y de los 90, después de haber cantado promesas almibaradas a la gente. De la misma forma la derecha que acusa a la izquierda de “su discurso de odio hacia los empresarios”, no se da cuenta el desdén con el que ven las élites al pueblo, al ciudadano de a pie: en otras palabras, ven la paja en ojo ajeno, pero no la viga en el suyo.

La derecha latinoamericana a menudo cae en el absurdo error de haberse congelado en el tiempo de la guerra fría: ven “comunistas” hasta en la sopa. Cualquier política social de apoyo a los más desfavorecidos es vista como “populismo socialista”, y no reparan que este tipo de políticas ya han sido aplicadas hasta por Gobiernos de su tan amada y defendida Derecha.

Ven ridículas amenazas a su status quo por ejemplo con la expedición de políticas de concesión de becas a estudiantes de las clases más vulnerables: no tiene las mismas posibilidades un niño con un padre gerente de una multinacional que viven en Bosques de las Lomas que un niño cuyo padre vende esquites en la calle y que viven en Tepito, los pobres no son pobres porque quieren.

Mientras la derecha internacional resume sentimientos e ideas complejas en imágenes simples moldeando una única identidad nacional como en el caso Trump, la izquierda se aleja del sentido común con sofisticados, envolventes y poéticos discursos, dispersándose en las múltiples identidades de las minorías como el caso de la España de Sánchez.

Más allá de los apasionamientos que surgen en los debates entre la izquierda y la derecha latinoamericana, que realmente llevan a un agujero negro sin fin y a estarnos peleando entre nosotros, tenemos el deber de ser más objetivos y preocuparnos por asuntos realmente importantes que afectan al país.

Los empresarios en vez de estar pensando de cómo hacer para obtener más beneficios a costa de la explotación de la gente y de cómo evadir impuestos, deberían estar pensado qué investigar, desarrollar e innovar en sus empresas para aumentar la productividad y las ventas.

Los militantes de la izquierda – inclinada desde siempre a la justicia social – en vez de andar imaginando “revoluciones sexuales” y “lenguaje inclusivo”, deberían estar analizando cómo implementar la economía colaborativa en comunidades indígenas, o cómo mejorar la soberanía alimentaria del país mediante tecnificación agrícola.

Los Gobiernos en vez de andarse comparando y culpando de todo a sus antecesores deberían centrarse cómo rediseñar sus instituciones para ser más eficientes: mejorando sus modelos de gestión y los perfiles de los puestos, distribuyendo adecuadamente funciones y evitando la insularidad dentro de las instituciones públicas.

Además, y sobretodo enfocarse qué política económica adoptar en estos tiempos agitados, en los últimos días se habla de la adopción de políticas keynesianas: los gobiernos incrementarían el gasto público para tratar de estimular la economía por ejemplo a través de inversiones en infraestructuras. Recientemente se ha sabido que Bruselas ultima la aprobación de una norma que permitirá la entrada de los Estados en el capital de sus compañías, grandes o pequeñas y cotizadas o no, para evitar su quiebra ante el embate del coronavirus.

La amenaza que hoy recorre el mundo no es una ideología, ni una posición política: es simple y llanamente un virus, y si no nos echamos el hombro para sacar adelante la economía y permanecemos en discusiones estériles, simplemente no se ha entendido nada.

Se puede criticar el consumismo desenfrenado al que nos ha llevado el capitalismo y se puede criticar el activismo y la nostalgia bolivariana de los “socialistas”, más lo que hay que comprender es que América Latina seguirá siendo víctima de la corrupción y los malos gobiernos mientras su gente siga creyendo en grandes utopías y en supuestos líderes carismáticos mercaderes de sueños: ya sean de izquierda o de derecha.