No es la fuerza de la naturaleza sino la fuerza irracional del ser humano. Es la lucha fratricida cultural. La estúpida batalla entre las que se dicen "civilizaciones" y que encierran en el fondo un odio ancestral frente a los que piensan, sienten y creen diferente. Es el fanatismo.
Los hechos de hace unas horas en París no pueden sernos ajenos. Son cobardes atentados contra la humanidad entera. Consiguen lo que buscan. Siembran zozobra y miedo. En su loca, insensata lucha por no sé qué fin, son capaces de morir inmolados en el nombre de Alá.
Los sistemas de inteligencia y seguridad han sido nuevamente vulnerados y rebasados. Los estrategas del mal vuelven a ocupar el cetro deseado. Occidente se indigna, reprueba, condena y lamenta los hechos y promete castigo ejemplar. Cerramos filas y fronteras. Y se cierran al mismo tiempo puertas y ventanas de millones de hogares que no desean jamás vivir los horrores del holocausto.
Cunde en el mundo civilizado una corriente a favor de los derechos humanos fundamentales. Pero, para los grupos extremistas, pareciera que estos valores universales no existen. Gente inocente es presa de su odio. Aquí no hay principios sino dogmas. Son los límites de la conciencia y la racionalidad.
Es tiempo de que cobremos conciencia de que el planeta es la casa de todos. Democracia, medio ambiente, libertad, derechos humanos, prosperidad e igualdad deben ser los ejes rectores al interior de las naciones y en el entendimiento multilateral. Hay que condenar y castigar con toda severidad la barbarie y el cobarde terrorismo. La ambigüedad no cabe más. Son minoría los violentos y no pueden ni deben poner de rodillas al mundo entero.
Va mi solidaridad al pueblo y gobierno francés. Su paz es nuestra paz. Tierra de derechos humanos y libertad es hoy blanco de todo lo contrario. No están solos.
Je suis Paris.