El pasado mes de febrero murió mi amigo Martín Pérez Cerda. Lo mató un infarto fulminante. Martín era buen economista. Había trabajado en el periódico El Norte. Pero en materia de políticas públicas, nunca estuvimos de acuerdo. Simplemente no pensábamos igual. Él creía que AMLO no tenia remedio como presidente, y yo creía que, siendo críticos independientes, había que insistir: como taladros que horadan la roca. 

Hasta que una semana antes de su muerte, Martín y yo nos sentamos a platicar. El tema fueron los grandes proyectos inútiles de AMLO. Coincidimos: el aeropuerto de Texcoco debió continuar, Dos Bocas debía suspenderse, el Tren Maya era una vacilada. Entonces yo solté una carta que pocos barajan: el Corredor Interoceánico es el único proyecto en papel de los muchos innecesarios que contempla AMLO, que vale la pena ejecutar. Martín me respondió que el Secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, lo palomeó como prioridad en su agenda. Lo sabía de buena fuente.

El Corredor Interoceánico significa ganarle la partida a Panamá, construyendo un canal más ancho. Y más corto: algo así como 250 kilómetros de largo. Por ahí pasarían los buques mercantes de dimensiones colosales. En torno a esta obra se levantaría una zona comercial, beneficiando económicamente al ahora deprimido Istmo de Tehuantepec. Martín me aseguró que tenía un proyecto económico listo para ofrecerlo al gobierno federal y me mostró varias gráficas reveladoras en su celular. Por supuesto, habría que negociar con las comunidades indígenas y AMLO no estaba dispuesto a cumplir ese pendiente. Tampoco quería enemistarse con Panamá. 

Yo había leído el grueso libro de Patricia Galeana “El Tratado de McLane-Ocampo: La comunicación interoceánica y el libre comercio”, donde se despejan infundios en contra de Benito Juárez. Conocer la historia sirve no para adorar héroes patrios, sino para comparar modelos de desarrollo. Y este Corredor ya se había considerado desde tiempos de Juárez. Los fifís de aquel entonces pisotearon el plan y denostaron a sus promotores, especialmente a ese gran patriota liberal que se llamó Melchor Ocampo. En ese punto, ganó la mala publicidad de los reaccionarios y la historia condenó injustamente al Benemérito. De regreso al presente, Martín me confió que en Hacienda estaban a punto de comenzar esta magna obra pública. 

Luego, Martín se murió y meses después Carlos Urzúa renunció al gabinete de AMLO. Del proyecto que diseñó Martín no supe más. Seguramente el archivo digital se quedó en la computadora de su casa, perdido para siempre. Del arranque de la obra pública no volvió a hablarse en medios. Sólo Urzúa comentó en una entrevista reciente que en dos años hubiera podido empezar y que la clave era que una sola empresa brindara el servicio sin quedársela el Estado. Argumento que juzgo aún muy convincente. AMLO debería cancelar el innecesario Tren Maya y arrancar con el Corredor Interoceánico. Sería el mejor homenaje que tributaría a su admirado Juárez. Y de paso mejoraría la calidad de vida de los istmeños y de los mexicanos en general. Muchos escépticos de buena fe volverían a confiar en él. Pero ya se sabe que los sueños, sueños son.