En su extraordinario ensayo sobre Friedrich Nietzsche, el doctor José María Pérez Gay escribió:
 
"A finales del siglo XX, ¿qué nos queda de Nietzsche? Al oponerse a la cultura dominante de su época, al entregarse a investigaciones, dudas y valores que los demás no comparten, Nietzsche paga un precio interior: comienza a amar, a sentir, a pensar, a imaginar, a apetecer de un modo diverso, complicadísimo y aislado. La conciencia ya no se limita a sufrir lánguida y pasivamente los rigores de la crisis, se convierte en un permanente motor de crisis. Y sin duda encontró que los episodios de la vida más enconados y plenos son los del riesgo y el peligro; sobre todo al borde de los abismos mentales, cuando la cabeza afiebrada ya perdió las riendas de la razón y se abre paso hacia su solución más trágica, a través de sombras y delirios fríos, con una lucidez demente y espeluznante, como una luz de plata. Para Nietzsche, provocar la crisis interminable en la conciencia equivale a la producción de obras que pongan en crisis a la persona que tenga contacto con ellas. Pero quizá su lección más permanente sea ese aforismo de sus notas póstumas, que Nietzsche escribió unos meses antes de hundirse en la locura: "Hay que redimir a los hombres de la venganza. Nadie tiene derecho de vengar en los demás lo que sus padres o sus abuelos hicieron con él". Nietzsche sabía que nuestra sed de venganza es una cadena infinita de humillados y ofendidos que buscan humillar y ofender a los demás y librarse de las humillaciones y las ofensas anteriores con otras todavía más atroces.
 
La pregunta es si se necesita estar loco para proponerse redimir a los hombres de la venganza.
Muchos dicen que la venganza es el placer de los dioses, yo pienso que la venganza es sólo la prolongación de un sufrimiento.