Toma abierta (long shot). El hombre sale de casa, saluda a unos vecinos y se encamina al auto para ir a su trabajo, como todos los días. Conforme se acerca al vehículo (zoom in), la cara se le llena de asombro al darse cuenta que está roto el cristal de la ventana del conductor. Close up. Se asoma y constata que le han robado el estéreo. Long shot al tiempo que el hombre voltea y alza los brazos al cielo para exclamar al ritmo de un lento medium long shot: “¡Gracias Dios, gracias Dios! ¡me robaron el estéreo…pero el auto no”.

La frase se repite, “¡me robaron el estéreo…pero el auto no” y comienza a llamar la atención de la gente. De pronto, sin darse nadie cuenta, el grito toma ritmo y la gente baila y celebra. “Me robaron el estéreo, pero el auto no/ me robaron el estéreo ¡pero el auto no!”. La gente felicita al hombre desde las aceras, desde los carros y desde los autobuses de transporte público que, ruidosos, hacen sonar sus cláxones.

Es entonces cuando aparece voz en off la reflexión que sacude al espectador. Decía algo como “Hoy celebramos que nos roben el estéreo, pero no el auto. Hoy celebramos que nos asalten, pero que no nos maten”. Sólo es un preámbulo para que aparezca el candidato diciendo: “¡No nos roban más, nunca más! ¡No podemos acostumbrarnos a esto! Vení a votar el cambio seguro, y festejemos el comienzo de una nueva Argentina”.

El que narro ha sido uno de los spots políticos que más grabado se ha quedado en mi memoria. Fue hace varios años, en Buenos Aires, cuando las andanzas laborales de mi marido me llevaron a esa ciudad durante cuatro semanas, mi primer viaje a Sudamérica, recién casados, que pasé entre el desquiciante ruido de las campañas electorales, la apertura del torneo de futbol viendo perder al Boca Juniors en La Bombonera, las más deliciosas comidas en Puerto Madero y dos fines de semana inolvidables, de fiesta en Montevideo.

El candidato era Francisco de Narváez, un próspero empresario argentino (recientemente adquirió la filial de WalMart) que buscaba entonces ser gobernador de la provincia de Buenos Aires. No lo logró en parte porque se impuso el chovinismo y la estigmatización: le descubrieron que aunque tenía la ciudadanía y todos los derechos constitucionales para competir, había nacido en Colombia y además, de joven se hizo un tatuaje en el cuello. Boberías conservadoras.

Sin embargo, el diagnóstico que hizo el empresario de la situación en la provincia que quería gobernar, con una visión ajena a la política tradicional, me pareció de lo mejor, sobre todo en el tema de la para entonces desbordada inseguridad en la capital de ese país. Fue más allá. Incluso después de perder la elección, mantuvo un “Mapa de la inseguridad” que ha sido tomado como ejemplo en muchos países, en donde se exponía a la gente que quisiera consultarlo, el tipo de delito, los horarios y la recurrencia con la que se cometían, por calles y barrios de Buenos Aires, para que la gente se informara y tomara previsiones.

Me acordé del video “¡me robaron el estéreo, pero el auto no!” de la campaña de este empresario (mismo que estoy tratando de descargar de un iPhone 4 que utilizaba entonces y que conservo), a raíz de la muerte del restaurantero francés Baptiste Jacques Daniel Lormand y de su socio mexicano Luis Orozco, noticia que ha indignado sobre todo al sector empresarial y a la élite mexicana que está colocada en la lógica presidencial de que “asaltan al que tiene” y que por eso es que hay que ayudar a los pobres.

Me parece que la situación en México es mucho más grave que en la Argentina de aquel spot de campaña. Desde el sexenio de Felipe Calderón, los mexicanos ya podíamos salir a festejar que nos robaran el carro, pero que no nos secuestraran; o que asaltaron nuestra vivienda, pero no nos mataron.

Ahora las cosas están peor. En realidad, los delincuentes “huelen” la impunidad que se esconde detrás del discurso que justifica el pobrismo y que culpa a los neoliberales de generar mexicanos resentidos y delincuentes, y están yendo más allá. En su “balance de riesgo” saben que dejar vivo a un testigo puede hacer que la sed de justicia los alcance y paren en la cárcel, mientras que la muerte del mismo tendrá en shock a su familia y paralizará a la sociedad como paraliza a las autoridades que se dedican sólo a contar los delitos, no a hacer justicia. Dicho en otras palabras: Ahora es más barato robarse el coche completo; ahora es menos riesgoso matar a la víctima.

Tristísimo. Y es que un gobierno que se niega a aplicar la ley y que pretende que la delincuencia y la inseguridad se concilien con un código de ética que por cierto, no hace válido para sus cercanos, no es garantía de nada para los ciudadanos y sí es un aliciente para que los criminales sigan actuando y operando en total libertad. La lección de la fallida estrategia del presidente Andrés Manuel López Obrador en materia de seguridad y en buena medida la falta de resultados en materia económica y de salud pública, es clara: no se puede aspirar a cambiar al país si no se está dispuesto a hacerlo por medio de las instituciones y de la ley.

Destruir instituciones, improvisar rutas que no consideran el cumplimiento de nuestras normas jurídicas, como viene ocurriendo, es enfilarnos irresponsablemente al caos. Transcurridos dos años apenas de la autoproclamada “cuarta transformación”, los mexicanos ya estamos al borde del precipicio. Las opciones son claras. Pero tiene que haber de nuestra parte voluntad para sobrevivir y para poder contar esta parte de la historia como lo que es: un error que debemos corregir pronto, para salir de la incertidumbre y volver a mirar el futuro con optimismo.