En mi artículo anterior mencioné, de la forma más sencilla que pude, el concepto de “destrucción creativa” del economista Joseph Schumpeter, uno de los pensadores especialistas en crisis del modelo de libre mercado. Dejó algunas dudas de los apreciables lectores. Lo desarrollo mejor para los efectos de este texto: según esta idea, los periodos expansivos de la economía se deben a las innovaciones estructurales en los factores de producción, desde un nuevo producto o materia prima, hasta una nueva forma de comercializar o distribuir un bien o servicio. Cabe mencionar que no estamos hablando de una innovación modesta, que puede darle la ventaja competitiva a una empresa sobre sus competidores. La escala del cambio que propone esta idea es verdaderamente revolucionaria para la industria donde ocurra: el cambio del carbón al petróleo, por ejemplo; el surgimiento de los smartphones (aún más que de los teléfonos celulares originales), que transformó la interacción social para siempre; la propia revolución industrial del siglo XIX, que posibilitó la producción en serie. Luego de la revolución en el terreno de las ideas, sigue un periodo en el que los actores económicos adoptan esa innovación, y la industria en general crece de forma exponencial, por lo que casi todos acaban resultando beneficiados del cambio. Luego de un tiempo, cuando esta transformación de gran calado se ha normalizado, el crecimiento económico que generó se acaba, y ocurre una recesión económica, hasta que haya otro periodo de destrucción creativa. La gran diferencia que hace esta idea es que las recesiones económicas capitalistas no están condenadas a ocurrir por el mero paso del tiempo, como una especie de ley natural cronológica, sino que los tiempos de prosperidad económica dependen totalmente de la inteligencia humana y su capacidad de generar ideas para transformar el mundo. Así, teóricamente, la prosperidad sería permanente si la sociedad siguiera siempre innovando. Claro que es más fácil decirlo que hacerlo.

Muchos analistas de la coyuntura económica han aventurado que la crisis económica causada por la pandemia orillará al mundo entero a una era de destrucción creativa a gran escala, de todos los sectores, pues la necesidad de mantener la economía funcionando con disposiciones sanitarias restrictivas, pondrá a trabajar el ingenio comercial y empresarial, desde el nivel más modesto del pequeño comerciante, hasta las grandes empresas transnacionales. Yo misma deseo que eso suceda, porque sería una esperanza para una recuperación mundial más rápida. En este sentido, los cambios logísticos que han realizado las oficinas y servicios profesionales pueden haber forzado un experimento exitoso. Muchas empresas verán la conveniencia de que muchos trabajadores puedan hacer trabajo a distancia, o por lo menos parte de su actividad, reduciendo las jornadas y mejorando así la calidad de vida de las personas. Esto ahorraría importantes costos a los patrones, en términos de espacios de oficina y servicios, y habría que garantizar que se tradujera en mejores prestaciones y respeto efectivo a la jornada de trabajo. No se trata de que la cuenta de internet y oficina ahora corra a cuenta del empleado, y la jornada se convierta en una guardia virtual de 24 horas. Esos abusos se han presentado ya, y deben evitarse.

Hay otro tema que me preocupa, y todos (ciudadanos y gobiernos) debemos cerciorarnos de que no suceda; me refiero a los incentivos perversos que podrían tener ciertos sectores económicos para que se perpetúe tanto el estado de pánico entre la población, con independencia de que eventualmente se supere la pandemia. Hay ciertos sectores para quienes la pandemia ha sido, de suyo, un buen negocio. Para decirlo sin tapujos: hay ciertos actores a quienes les conviene, económicamente, que el confinamiento y el miedo social duren lo más que se pueda. Desde ciertos medios de comunicación que ahora son una especie de reality shows de morbo sanitario, que suprimen cualquier información que no sean nuevos fallecimientos, casos trágicos de contagios o violencia en hospitales, hasta industrias que han obtenido ganancias millonarias gracias al distanciamiento social, tanto por tener a la gente en sus casas como porque las personas dependen de ellos para llevar y traer bienes de consumo. A estos sectores la tragedia los agarró bien parados. Y muchos no han sido abusivos, sino solidarios. Es de reconocerse. Pero las autoridades de todo el mundo deben cuidar que, así como no se juega con la salud de las personas, tampoco se puede jugar con su temor y su salud mental. Una cruzada por la veracidad informativa será necesaria desde el momento de la reapertura económica.