En cuanto se supo el lunes que Donald Trump había decidido posponer hasta septiembre su idea de construir el muro fronterizo, en México muchos creyeron que al día siguiente sería buena oportunidad para comprar dólares. Incluso algunos representantes del gobierno mediatizaron esa posibilidad.

Sin embargo, la realidad es otra.

La relación con la nueva administración estadounidense va más allá del muro. Lo deseable sería que esa amenaza se convirtiera en un ladrido, que no dejaría de ser molesto. El futuro inmediato depende, cuando menos, de tres factores con consecuencias estructurales para nuestro país: la revisión de los términos vigentes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), la ineficacia del modelo económico mexicano y de un elemento muy importante, con consecuencias inmediatas, la reforma fiscal que ya se le ocurrió a Trump.

Esta reforma plantea, entre otras medidas, reducir de 35 por ciento a 15 por ciento el impuesto para las empresas instaladas en Estados Unidos. Una tasa que, de aprobarse, podría resultar extraordinariamente competitiva ya que sería inferior al promedio prevaleciente en Europa y en los países asiáticos con más desarrollo económico como Japón.

Con ese atractivo, Trump pretende no sólo evitar que los estadounidenses inviertan en el mundo y que cancelar proyectos económicos especialmente en México, sino atraer capitales extranjeros para cubrir el déficit de las finanzas públicas estadounidenses porque esta ocurrencia tendría un costo fiscal del orden de los 2 billones de dólares durante los próximos 10 años.

El atractivo de esta medida sin duda es muy apetitoso para las empresas, porque al gravamen básico de 35 por ciento que se paga en la actualidad tienen que sumar impuestos estatales y locales que, en conjunto, hacen que su carga tributaria supere el 40 por ciento del valor generado, obligación que es considerada como un “muro” (barrera, le dicen los economistas) para la inversión productiva, el empleo remunerado y el progreso.

No es nuevo este tema. Obama ya había planteado bajar esta tasa entre 7 y 10 puntos, mientras que el Partido Republicano, al que pertenece Trump, replicó entonces que fuera de 25 por ciento para compensar la pérdida fiscal.

Pero otro de los factores que impulsa la volatilidad cambiaria con intensidad y que deja al descubierto la profunda debilidad de la economía mexicana es la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que, de abrirse la discusión del tema fiscal en Estados Unidos, será inminente.

Del lado mexicano no se advierte la existencia de una estrategia consistente para hacer frente a las amenazas o ladridos, más allá del reforzamiento de medidas monetarias para evitar la fuga de capitales y el descontrol absoluto de la inflación, pero como hemos padecido en las últimas fechas con un elevado costo para los salarios y con el efecto expansivo de la informalidad.

Recordemos que con el TLCAN, si bien hemos resultado ganadores, nuestra economía se ha sustentado en exportaciones con escaso contenido nacional, basadas en mano de obra barata, una carga fiscal elevada y, lo peor, concentrada en el mercado estadounidense, aun cuando México es el país que más tratados comerciales ha firmado con el mundo.

Para colmo, carecemos de un mercado interno desarrollado que no puede competir con los bienes y servicios de importación que, además, por problemas de ingreso no toda la población puede tener acceso a ellos, lo que alienta a todo tipo de actividades informales, entre las que destacan las de carácter delincuencial y que nos coloca en un ámbito de inseguridad.

Esto nos lleva al tercer factor del análisis de nuestra realidad: el modelo económico.

Con el TLCAN, que abrió brutalmente nuestras fronteras sin la salvaguarda de conformar un mercado interno sólido, como lo han hecho Tailandia o Corea del Sur, nos colocó en el escenario de la globalización con las peores consecuencias en materia de bienestar social.

Así, a partir de 2008 con la crisis del mercado hipotecario se agudizaron nuestros problemas y el desarrollo nacional se estancó y queda claro que la revisión del TLCAN si bien puede ser favorable si se pelea por incluir reglas de origen, materias primas, el campo, empleo y cultura (para que el cine mexicano no sea excluido de las pantallas, incluso dentro de nuestro país), tiene que ser sobre las bases del multilateralismo y de compromisos gubernamentales en materia de producción, ingresos y consumo, ya no de dependencia económica ni de simulación política.

De otra manera, los mexicanos seguiremos con la percepción de que cada vez que se devalúa el peso, nuestras expectativas de progreso se reducen exponencialmente.

@lusacevedop