Nadie puede estar en contra de la lucha frontal contra el robo y comercialización de combustible, conocido como “huachicoleo”. Es una expresión brutal y creciente de la delincuencia organizada que ha extendido sus tentáculos en diversas actividades y plazas de nuestro país. Celebro que el Presidente López Obrador le entre al tema con todo el peso del Estado. Lástima que lo haya hecho tan mal.

Comencemos por decir que es una exageración aseverar que es ésta la primera vez que, desde el gobierno de la república, se combate a los huachicoleros. De hecho, me consta, en el corto gobierno de 22 meses de Tony Gali en Puebla, se llevaron a cabo acciones coordinadas con la federación que permitieron decomisar casi 10 millones de litros de combustible; detener a 934 presuntos responsables y recuperar 4,500 vehículos vinculados a esta ilícita actividad. Ciertamente, los esfuerzos no han sido suficientes para contener una sangría cercana a los 60 mil millones de pesos anuales. Pero no es la actual administración pionera en la materia.

Lo que sí es toda una novedad es la manera tan torpe de diseñar y ejecutar una estrategia. Esto puede obedecer, quizá, a la falta de experiencia, improvisación y soberbia de quienes tomaron la decisión. Comenzamos a ver los efectos de poner a un ingeniero agrónomo, cuya única gracia es ser amigo del Presidente, como Director General de Petróleos Mexicanos. No tiene la más pálida idea de los procesos de refinación, transporte, almacenamiento y distribución de los petrolíferos. Peor aun, es un tipo sin personalidad que no ha sido capaz de dar la cara para enfrentar las muchas preguntas y miles de quejas de consumidores que están pagando los platos rotos de su torpeza. No tuvo tampoco la cortesía, a decir de los gobernadores de Jalisco y Guanajuato, de tomarles siquiera la llamada el pasado fin de semana.

Las contradicciones en las explicaciones provenientes del primer mandatario son de escándalo. Por un lado, dice que el huachicoleo es un mito porque desde dentro de la paraestatal se robaban la gasolina. Muy bien. Entonces, ¿por qué cerrar los ductos por los que se transporta el combustible? La genialidad de sustituir de un día para otro los oleoductos por pipas representa un costo 14 veces mayor, es altamente contaminante, ineficiente, daña la infraestructura carretera y, como se puede apreciar, no es suficiente para abastecer las estaciones de servicio en tiempo y forma.

López Obrador habla de resistencias, de intereses creados, de jugar a las vencidas, de los conservadores y mezquinos de siempre; al tiempo que su inútil Secretaria de Energía se duele de una campaña de pánico en la población. La teoría de la conspiración para ocultar su propia ineptitud.

La decisión “estratégica” que tomaron la hicieron en el peor momento posible: al finalizar las vacaciones decembrinas y el regreso a clases de millones de estudiantes. No informaron ni media palabra a la población. El Presidente ha pedido a la ciudadanía paciencia, comprensión y apoyo. La empresa productiva del Estado (es un decir) ha mostrado una vergonzosa manera de manejar la comunicación social. “Se prevé que lo más pronto posible quede restablecido el suministro de combustible”. ¡Qué paz! Peor aun, piensan que inaugurando un nuevo léxico cambiarán la realidad. “No hay desabasto de gasolina y diesel”. “Tenemos gasolina suficiente. Es un asunto de distribución”. “No caigan en compras de pánico” y “si no tienen a qué salir, no salgan. Así no consumen combustible”. ¡Genios!

Ha dicho López Obrador que todo este desabasto, próximo a convertirse en crisis económica y social, es el costo que tenemos que pagar para acabar con la corrupción. Me temo que no es así. Ni terminarán con el huachicoleo de una vez por todas y sí habrán causado una auténtica calamidad en la población y en los sistemas de transportación y logística de todo tipo.

Habrá que estar pendientes de si solo se trata de una torpe decisión que puede revertirse o bien de una nueva política de sustitución de importaciones de crudo para dar paso a su trasnochada idea de reactivar nuestras propias refinerías. De ser así, prepárense para un largo invierno, escaso de combustible y pletórico de pretextos.

Por si fuera poco, las benditas redes sociales se han convertido en un campo de batalla. Si nos quejamos y denunciamos, es porque defendemos a los huachicoleros y a la mafia del poder. Porque somos enemigos del progreso y porque no entendemos que México está en ruta de transformación.

Y sí. La cuarta transformación ya está aquí. Y se llama ineptitud. Me canso ganso.