Como marca la tradición, en el mes de septiembre se celebran las fiestas patrias en nuestro país, debido al inicio y consumación de nuestra independencia ante España. La historia dice que, debido a la invasión de Francia a este país en el año de 1808, como antecedente político y social externo, México logró dar marcha a su proceso de independización desde el día 16 de septiembre de 1810 con el famoso “Grito de Dolores”, para posteriormente mediante el uso de las armas y la violencia, consumarla con la entrada del “Ejército Trigarante” a la Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821.

Pero antes de opinar respecto a la actuación que tuvo Peña Nieto en su último grito de independencia, es importante recordar que el todavía Presidente Constitucional se va en medio de un mar de polémicas y acusaciones que lo posicionan como uno de los mandatarios más repudiados en la historia de nuestro país. Basta con hacer una retrospectiva de los resultados que tuvieron las principales reformas impulsadas por él desde el inicio de su sexenio, que pese a que alejaron a México del progreso y la transformación económica, fueron promovidas hasta el cansancio como programas estructurales funcionales condenados a un “inevitable” éxito. Y si nos vamos -más allá-, como se dice coloquialmente, nos daremos cuenta que la ambición llegó aún más lejos con un “Pacto por México” que aunque se jactó de lograr un acuerdo entre las principales fuerzas políticas del país, dividió opiniones, proyectos, ideales y a la propia derecha, llevándola a una profunda crisis institucional que terminó por delegar su poder a su archienemigo más temido. Sabe usted bien de quien hablo.    

Y claro, la realidad fue otra. La verdadera intención de las mal llamadas reformas fue la privatización de gran parte de los bienes nacionales, incluyendo a la educación por supuesto, que si bien todavía no sufre los embates de manera más certera a comparación de los demás rubros, ya está empezando a sentir los estragos económicos con recortes presupuestales y exámenes de oposición que ponen todavía más en desventaja a sus principales promotores; los maestros. Pero no hay que salirnos del tema principal que nos atañe en este breve artículo de opinión, por lo tanto, hay que enfocarnos en lo que nos interesa analizar; la reflexión política en estas épocas patrias.   

De esta manera, uno de los temas más preocupantes es el de la inseguridad y es que parece ser que la prometedora estrategia “de seguridad” implementada desde el sexenio de Felipe Calderón no dio los frutos esperados, con el inicio de una guerra contra el narcotráfico que no únicamente ha cobrado la vida de miles de militares, sino de civiles inocentes también. En otras palabras, la decisión de sacar al ejército a las calles no pudo y al parecer no podrá garantizar la paz en todo el país, porque no solamente estamos hablando de los estados más violentos de siempre (como Michoacán, Tamaulipas o Chihuahua, por mencionar algunos) que a lo largo de los años se han vuelto emblemáticos por sus altos índices de criminalidad, sino también de otros en los que jamás se imaginó que la violencia fuera a ser un tema preocupante para sus habitantes en general (como Quintana Roo, Hidalgo o la propia Ciudad de México).

Y no se trata de echarle más leña al fuego cuando se menciona un tema tan delicado como éste, ni tampoco de despertar el morbo con especulaciones que únicamente tendrían como objetivo alarmar a la gente, más bien lo que se pretende establecer como tema primordial en la agenda pública son los datos duros que las estadísticas han arrojado a lo largo de un sexenio fallido del “joven” presidente que, con su triste legado, sepultó al PRI de una manera histórica como nunca se habría pensado en la historia moderna. Sólo para que se dé una idea, estimado lector, de acuerdo a la más reciente información proporcionada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI): “En el México de hoy, 85 personas mueren asesinadas cada día. La tasa de homicidios está entre las más altas de América Latina: 25 asesinatos por cada 100.000 habitantes” (ElPaís, 04/XIX/18). 

A esto hay que aumentarle la trágica desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, que ilustra de manera sublime la represión hacia la sociedad civil mediante la práctica de un terrorismo de estado. El mensaje de Ayotzinapa, con su tragedia e intimidación que lo acompañan, también reafirma la consolidación de una maquinaria gubernamental que al amparo de las instituciones públicas, manipula de manera perversa investigaciones oficiales que de lo absurdas que son, únicamente son creídas por esas mismas instituciones públicas, dejando de lado la opinión de otras organizaciones nacionales e internacionales expertas en la materia. En palabras del propio Peña Nieto: “Estoy en la convicción [de] que lamentablemente pasó, justamente, lo que la investigación arrojó” (ElPaís, 04/XIX/18). 

Y si me pusiera a hacer un recuento de cada una de las malas decisiones del todavía presidente, además de que se me acabaría el espacio para escribir mi opinión en su totalidad, tendría que realizar un extenso listado que profesionales del periodismo en México ya se han encargado de hacer anteriormente, por lo tanto, sólo las mencionaré de paso: “La Casa Blanca”, “Odebrecht”, “La Estafa Maestra”, “The Panama Papers”, etc.

Por eso mejor quedémonos con la imagen del Peña Nieto de siempre; la de aquel despistado que siempre anda olvidando protocolos, fechas, datos, cifras, y demás códigos que todo presidente debería de aprenderse. O mejor aún, grabemos en nuestra memoria colectiva la última gran pifia memorable que protagonizó en Palacio Nacional cuando olvidó que, al igual que todos los demás presidentes que lo han precedido, tenía que ondear la bandera mexicana ante el público que lo estaba viendo después de haber recitado el nombre de los principales –héroes- nacionales que hicieron posible la independencia. Para su fortuna, alguien que se encontraba observándolo en ese preciso momento al interior del inmueble se acercó de manera repentina al ver semejante chasco del cual iba a ser víctima horas después.

Así, al observar y recordar ésta como muchas otras de sus metidas de pata podremos convencernos de manera definitiva que es obligatorio impedir que personajes de su calaña lleguen a gobernar un país como el nuestro, porque al hacerlo no habrá nada ni nadie que les impida servirse con la cuchara grande, llevándonos a graves crisis de las cuales nos será muy difícil recuperarnos, y en el peor de los casos, sucumbir en el intento al darnos cuenta que ya no hay marcha atrás.