Me cuentan que en muchos moteles de Monterrey, Nuevo León se niega el acceso a parejas gays. Una pareja de amigas mías, lesbianas, perdieron una noche de lujuria y ganaron una sucesión de corajes porque en cada motel al que recalaban, la respuesta que les daban era la misma: “aquí solo atendemos parejas heterosexuales”.

De por sí el tema de los moteles es controvertido. Se le asocia con infidelidades, señoritas que usan las habitaciones como centro de operaciones laborales y parejitas de estudiantes poseídos por la comezón genital. Se olvidan, por cierto, las fantasías sexuales que juegan algunas parejas bien casadas, en donde el marido lleva al motel a su mujer para imaginársela como amante ocasional.

Alfred Hitchcock acabó por demeritar los moteles con su película Psicosis. La posada del personaje Norman Bates es a todas luces un motel de paso. Ahí mata en la bañera a la pobre y bella Janet Leigh que (para tristeza del público varón) alcanzó a cubrir sus partes nobles con la cortina de la regadera. Y es que no hay nada peor que un motel sea regenteado por un esquizofrénico que además es un moralista de lo peor. Uno acaba odiando más a los moralistas que a los esquizofrénicos: son socialmente más peligrosos y letales.

Mis amigas lesbianas quedaron impotentes ante la discriminaron de la que fueron víctimas. No podían denunciar a cada uno de estos moteles, no podían presentar una queja en algún periódico (más mochos que nada, aunque salpiquen sus páginas con crímenes peores que los de la pobre y bella de Janet Leigh). En suma, a mis amigas las dejaron vestidas y alborotadas, cuando lo que ellas querían era desvestirse y acabar con tanto alboroto.

Hace unos meses, la comunidad LGBT montó una protesta pública en un antro de moda, porque los meseros corrieron del local a una pareja gay que cometió la osadía pública de darse un beso en la boca. Esta misma comunidad podría montar otra protesta pública pero ahora en los moteles homofóbicos de Monterrey y no dejar salir por algunas horas a ningún cliente que pernocte (es un decir) dentro de sus habitaciones.

Claro, el riesgo que puede correrse es que durante esas horas muchas oficinas de gobierno se queden vacías de funcionarios públicos, cosa que, desde otro punto de vista, tendría sus ventajas.