El triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador interrumpió en automático la debacle de los partidos políticos originada en la crisis de descrédito, que generó una mínima participación de los ciudadanos, niveles escasos de afiliación en las opciones partidistas nacionales, así como la incipiente influencia de las candidaturas independientes como alternativa electoral.
La recomposición de las fuerzas políticas, el adelgazamiento de los votos duros y el reblandecimiento de las militancias a ultranza, aunadas a inconsistencias entre ideología y praxis entre los actores protagónicos de la política nacional, generaron modificaciones en los roles, alteraciones en el orden político, una gran transición democrática pacífica y a través del voto electoral y el surgimiento de un nuevo régimen político, dominante y legitimado, que ha comenzado a ejercer el poder obtenido.
Es una realidad que quienes realizaron la más férrea oposición en México durante las últimas décadas, hoy se encuentran en la fuerza electoral ganadora y gobernante. Dejaron la agitación social, la oposición, los llamamientos anti sistémicos y ahora cambiaron de rol para convertirse en gobierno. Y al migrar a dicha condición, dejaron vacante a la oposición nacional.
Todo gobierno en cualquier lugar del mundo tiene adeptos y detractores. Los seguidores respaldan las decisiones de sus líderes y acatan sus lineamientos, aclamándolos, defendiéndolos; en contra sentido, quienes no comulgan con el gobernante y defienden propuestas, programas, ideas y acciones diferentes a las que impulsa en su régimen, se convierten en detractores, opositores, generando crítica, cuestionando las acciones, propagando las fallas y promoviendo que el rumbo que se sigue es erróneo, debe de corregirse y cambiar.
En México, la transición provocó un vacío real de opositores. La oposición ideológica del nuevo régimen de izquierda, estaría ubicada en principio entre los exponentes de la derecha así como en quienes cuestionan al nuevo régimen con mayor información y conocimiento del país generalmente provienen de los que acaban de salir del régimen anterior. Convirtiendo ambas opciones en siglas partidistas, el PAN y el PRI deberían encarnar la oposición a AMLO y MORENA. Sin embargo, lo que sería teóricamente ordinario, en la vida real asume dificultades para realizarse, como estas:
· El claro y contundente triunfo cercano a 53% en las urnas del nuevo Presidente, derrotó claramente a sus contendientes del PAN y del PRI, aun siendo los partidos políticos más antiguos y arraigados en México.
· El voto a favor de Andrés Manuel López Obrador en gran medida se otorgó como un voto de castigo a los gobiernos recientes emanados del PAN y del PRI. La profundidad negativa y la animadversión que acumulan, tardará tiempo en irse diluyendo.
· Ambos partidos sufren aún crisis de identidad, cohesión entre sus militantes, pugnas intestinas de control.
· El crecimiento de la popularidad y aceptación del Presidente de la República no ha tocado techo todavía. A partir del 1 de julio y a la fecha, sigue subiendo la aprobación al Presidente ahora en funciones. Sus decisiones importantes, pese a ser cuestionadas y a que los detractores han impulsado críticas severas, no han sido bien percibidas por la población, por el contrario le confieren una gran confianza que blinda al Presidente, que cuenta con el respaldo popular suficiente para legitimar sus actos.
Las demás fuerzas partidistas existentes en el país, juegan un rol marginal, incluyendo incluso al Partido del trabajo (PT), aliado histórico de Andrés Manuel López Obrador, que al jugar en coalición con MORENA, se suponen cogobernantes.
Por todo ello, con una presidencia de la república que arranca sólida, fuerte, con niveles de legitimidad tan altos que le generan márgenes de gobernabilidad inusitados, los más altos desde que se tiene medición y registro, acompañado de un hasta ahora impecable aparato de comunicación gubernamental que utiliza íconos, símbolos, ritos, metáforas, narrativas victoriosas, esperanzadoras y otorga cifras, datos e informa eficazmente a la población, vuelve compleja la tarea de oponerse y difícil el accionar de los detractores, que navegan en el lodo, el descrédito, predicando al vacío, sin lograr conmover a la sociedad.
Peligrosa situación para todos significa la pauperrimización de la oposición en México. Es necesario acotar con límites racionales el poder presidencial, independientemente de quien lo asuma, toda vez que la conducción del país debe evitar el impacto de las decisiones personales, cargadas de filias o fobias, toda vez que el encargo popular que ejecuta, es el de gobernar para todos los mexicanos.
En las Cámaras Legislativas, el papel de la oposición debiera ser colocar alternativas y proponer soluciones viables para contra decir al Poder Ejecutivo. Al margen de la baja representación de los partidos que no postularon al presidente, su misión es atraer la atención, levantar la voz, cuestionar constructivamente, aportar ideas, conocimientos y esfuerzos para que se planeen bien las políticas públicas y se vigile su implementación, anteponiendo el interés superior de la sociedad al faccioso, al partidista o al personal.
Paradójicamente habrá quien señale que México es gobernado por los opositores que destruyeron la reputación de los presidentes anteriores para allanar su victoria. En mi opinión, la oportunidad nacional para avanzar y mejorar la encuentro en la aparición de una oposición científica, racional, constructiva, positiva, que proponga, que acompañe las buenas acciones del gobierno sin obstruir, sin promover desobediencia ni estorbar, aunque sin solapar, sin callarse ante posibles excesos, sin doblegarse ante la tentación de la cooptación, sin entregarse como tantas veces ha ocurrido en todos los niveles de gobierno.
El dilema de la oposición se encuentra entre Heráclito para quien nadie puede bañarse dos veces en el mismo río y Parménides, quien sentenció que quien se baña lo hace en aguas estancadas.
La deliberación de la oposición nacional debe de ser inteligente y proactiva. Más allá del sarcasmo, la recriminación, lo mordaz, lo oportunista y lo carroñero, la sociedad festejará a los opositores críticos, agudos, bien documentados, que expliquen y expongan sus posiciones de manera serena, procurando convencer y no destruir, incluir su planteamiento e incorporarlo al de la mayoría para beneficio colectivo. Ser oposición en esta etapa histórica, exige técnica, inteligencia, habilidad, sensibilidad social, operación política eficaz. Sólo actuando con responsabilidad, con conciencia colectiva, los opositores al régimen podrán ganar visibilidad, escalar en imagen, construir reputación, sumar adeptos.
Ahora la oposición debe valorar cómo dar método y cómo ejercitar su acción política. Pueden interpretar que México es igual y que deben ser iguales a como fueron los anteriores opositores; o entender que México cambió y cambió a pesar de sus políticos. Que la nueva sociedad mexicana abre la puerta a nuevas formas de ser antagónico, que premiaría una actuación política diferente, que nutra, que enriquezca, que ayude, que pueda satisfacer el ideal de transformación de la política para darles crédito de nuevo a los políticos y que salgan del lugar defenestrado que hoy ocupan.