El creador de la pintura “La Revolución” –que representa una imagen afeminada del “Caudillo del Sur” promovida en el cartel oficial de la Secretaría de Cultura y el INBAL sobre la exposición Emiliano. Zapata después de Zapata, a desarrollarse en el Palacio de Bellas Artes hasta febrero de 2020-, Fabián Cháirez, ha materializado el sueño de infinidad de autores: la polémica, el escándalo (¡aunque que él mismo diga no saber si el retratado es Zapata!).

En este asunto hay que tener claridad. No se trata de una “batalla” de machos homofóbicos contra homosexuales indefensos aunque así se quiera publicitar en medios, redes sociales y sobre todo entre la comunidad LGBTI, que incluso ha convocado a una marcha en supuesto desagravio a su grey (promovida por el pintor). Se trata de un asunto de responsabilidad institucional y no sólo de tolerancia social. Alguien dentro de la burocracia cultural tomó la decisión de promover una pintura que con toda obviedad iba a provocar reacciones y polémica en el contexto de la exposición que hace un recorrido por las representaciones visuales de Zapata a lo largo de los siglos XX y XXI. Y en este sentido, se trata de dilucidar si estamos ante ingenuidad, provocación o corrupción institucional.

1. Si quien autorizó el cartel no sopesó la potencial polémica que propiciaría o la desdeñó, el caso pasa por la ingenuidad y aun la negligencia (por no decir la estupidez). Semejante a la ocasión cuando se utilizó el Teatro del Palacio de Bellas Artes para el homenaje al líder de la agrupación religiosa La Luz del Mundo; hoy día preso en Estados Unidos acusado de trata de personas, pornografía infantil, violación de menores, entre otros delitos.

2. Si lo que se propuso fue un desafío deliberado, el responsable tendría que saber que casi siempre corresponde una reacción a toda provocación. Y los cauces van desde la inconformidad hasta la violencia. Por ejemplo, si además de acusar de ofensa, falta de respeto y demandar legalmente (como pretende hacer la familia encabezada por el nieto Jorge Zapata), se pasa a censurar o quemar el cuadro en cuestión (como han pretendido organizaciones campesinas) y la reacción airada se extiende a incendiar los Rivera, Siqueiros, Orozco, Tamayo, etcétera, del Museo del Palacio de Bellas Artes; nunca se sabe cuándo las cosas salen de control.

3. ¿Hay pie a la corrupción en este asunto? Así sería en caso de evidenciarse que el autor carece de los méritos para exponer en Bellas Artes; que su posición de privilegio obedece a decisiones irregulares. Una fuente cercana al pintor me informa que el cuadro objeto de polémica fue resultado de un trabajo escolar en la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas terminado en 2013. Mismo año en que se mudaría a la Ciudad de México para comenzar a exponer en galerías hasta que le abrieran las puertas del INBA en 2015; simultáneamente, junto a la pintura se ha dedicado al “performance”, al histrionismo a la “drag queen”. Como he hecho en ocasiones anteriores en temas relacionados con otras artes, he solicitado a varios artistas la valoración puramente técnica y artística del cuadro. El resultado de la indagación fue casi unánime, pues incluso para un diletante de la pintura es evidente que “La Revolución”, técnicamente hablando, es una obra dispareja, plana, carente de fondo, asimétrica en la composición. Una suerte de caricatura de almanaque, un cartel, una pieza de diseño gráfico, la estampa de una feria, no tiene un verdadero trabajo pictórico. Claro, se podría argumentar que es un estilo deliberado, no una carencia, aunque el breve formato de la pintura “engrandecida” por el póster oficial no abona en favor del autor. Por otro lado, el “curador” de la exposición homenaje, Luis Chávez, su paisano chiapaneco, habría sido quien seleccionó el trabajo estimando el mensaje personal del autor antes que el valor técnico y artístico.

Y vaya que el pintor ha logrado trasmitir el mensaje de su perspectiva personal. No sólo por el cuadro mismo, sobre todo por la reacción y la polémica generada. No obstante, de acuerdo a los tres puntos planteados, las autoridades tendrían que dar una explicación. Porque si el cuadro se exhibe en galerías privadas (como ya ha sido el caso) o se incluye en el homenaje oficial a Zapata pero sin aparecer como promoción de la exhibición, no habría despertado la atención masiva.

Y tiene que aclararse porque se trata de una responsabilidad del Estado y el gobierno mexicano en el contexto del año Zapata. El líder social encabezó una lucha campesina por las tierras que conduciría a su traición y asesinato en una emboscada en 1919. Si el señor fue homosexual o bisexual es una determinación que pertenece a su intimidad, pues no es por dicha “bandera de lucha” que se le recuerda hoy; es lo que menos importa. Y cien años después se le hace un justo homenaje. Pero sin duda con el malestar del inconveniente referido por uno de sus familiares: 2019 empezó siendo declarado el año de Emiliano Zapata y concluye “con broche de oro” con el agravio de su representación “gay” (sí, agravio para muchos, y se tiene que respetar también dicha perspectiva).

Si la comunidad “gay” tiene cosas que decir, empezando por el autor de la pintura caricatural en cuestión, ¿por qué no tendría el mismo derecho la familia del revolucionario, las organizaciones campesinas o incluso la Asociación de Machos de México (AMAMEX)? El piso tiene que estar parejo, sobre todo cuando se trata de “arte subvencionado” por el Estado, como ha pronunciado una de las visibles integrantes del movimiento homosexual en el país y miembro del partido en el poder, la senadora suplente Jesusa Rodríguez, que ha expresado su rechazo a ese tipo de arte.

Hace algún tiempo escribí el texto “Cuando el antisemitismo es un sofisma” (SDPnoticias; 30-03-13,) para aclarar mi posición frente a ese tema que en México también ha sido polémico. Recurrí al filósofo francés Michel Onfray y su crítica devastadora a Sigmund Freud -que se quejaba cada vez que su “ciencia” psicoanalítica era cuestionada-, para establecer el valor de la crítica por la crítica misma. Ante esta, Freud argumentaba, al igual que algunos escritores mexicanos de origen judío, ser objeto de antisemitismo; se victimizaba en su condición de judío para rechazar y negar la crítica válida y necesaria por sí misma.

Ante caso semejante estamos ahora, cuando la comunidad “gay” mexicana se victimiza y acusa de homofóbicos a los críticos de la pintura de la polémica o a los que tienen otra concepción o interpretación del personaje de la revolución mexicana. No toleran la crítica ni posturas distintas a la suya. Así, se llaman atacados, acusan de homofobia y en su lógica psicoanalítica elemental convierten a México en un cementerio de maricones. Y por supuesto que existen posturas homofóbicas condenables, pero hay que dilucidar bien caso por caso, no rechazar y desdeñar la crítica que tiene en sí un valor sustancial.

Es necesario establecer que así como la libertad de expresión tiene que estar garantizada en la sociedad democrática, asimismo el disenso y la crítica. No sólo son indispensables, también tienen que ser toleradas y no descalificadas con subterfugios y sofismas. En este entendido, ambas tienen que ser bienvenidas, la libertad y la crítica; ambas, decantaciones de la tolerancia y el respeto al otro y su visión.

Postdata artística. Si me preguntan, desde mi subjetividad establezco que Cháirez ha tenido acaso mayor éxito en su “re-significación” caricatural que la de Máynez. Su “refutación” homosexual a la versión tradicional, bravía, macha, de Zapata ha prosperado mejor que la hecha por el compositor Samuel Máynez Champion a la versión “falsa” de Moctezuma de Antonio Vivaldi. Contrario al músico que distorsiona la obra Motezuma, original del compositor italiano, el pintor ha logrado una obra personal sobre todo por el mensaje; aunque sea de elemental calidad técnica y artística; escolar. No obstante, soy partidario del espíritu creador de ánimo original. Sí con influencias y referencias críticas de acuerdo al juicio de Oscar Wilde (El crítico como artista), pero que sean ensayos creativos originales. Así que más allá de cierta fama, cierto dinero y algún poder, poco se gana con recrear a un Zapata homosexual, pintarle bigotes a la Monalisa, incorporar el rostro de Pedro Infante a Jesucristo y el de Marilyn Monroe a la Virgen de Guadalupe. Mucho menos, con exhibir como obra artística una caja de zapatos en cualquier museo de arte contemporáneo. Todo eso fue “vanguardia” ya temprano en el siglo XX, hoy es decadencia engañabobos. “A very cheap way to get the attention”, como establecen los críticos sajones.