Podría iniciar este texto afirmando que ni la estridencia ni la maledicencia exacerbada como autoafirmación de las convicciones acertadas o equívocas añaden veracidad y ética al periodismo. En una sociedad con bajos niveles de educación e información, manipulable, esta característica convertida en estilo es susceptible de tener mayor éxito que en otras con mejores condiciones críticas. En México tenemos un evidente ejemplo de este estilo estridente: Brozo; exitoso durante mucho tiempo.

Pero no, comenzaré ponderando las cualidades periodísticas de Julio Hernández López, “Astillero”, de las cuales ha dado evidencia por más de dos décadas de tenaz ejercicio, sobre todo en La Jornada, pero también durante 2019 en su incursión en la radio y la televisión abierta, en el proyecto de La Octava, en Radio Centro, donde además es responsable de la dirección editorial. Allí, el precepto crítico desarrollado en la columna impresa se ha magnificado, pues bajo él se abrió a la participación de un importante número de voces periodísticas independientes y responsables de su opinión que han sido invitadas directamente por Julio.

Como lector o escucha de su ejercicio periodístico, puede estarse o no de acuerdo con las posturas críticas de Hernández López, lo indudable es que siempre las argumenta de manera clara. El problema surge cuando el periodista enfrenta al público fanatizado de indistinta adhesión ideológica; pero ese no es su problema o no tendría por qué serlo.

Si existe en México un perfil de periodista crítico que procura con ahínco su condición independiente, que defiende la profesión, que ha renunciado incluso a ofertas de carácter político para afirmar y consolidar su identidad, que ha ambicionado establecerse como una referencia importante en el análisis de la realidad nacional, ese es el de Julio Hernández López.

Dicho lo anterior, hay que afirmar que Julio no merece la suerte de linchamiento que ha padecido durante los últimos días de parte de los fans de Vicente Serrano, un exitoso periodista en redes sociales que el propio Julio, desde su posición de director editorial, invitó a colaborar en La Octava. Cuando supe de esta colaboración vaticiné que el invitado no duraría mucho. Y no por falta de audiencia, sino por el estilo estridente, maledicente, cercano al exabrupto que lo mismo desagrada a muchos que encanta a quienes identifican el insulto con la veracidad, con el valor. Es decir, con los “güevos”, una condición muy apreciada en México, una tierra de “machos”.

Serrano renunció a La Octava esgrimiendo censura, “no vamos nunca a recibir línea de nadie, y porque siempre estamos comprometidos con la verdad, y porque nunca permitiré que se me impongan los temas que debo de abordar ni el tono con el que tenga que analizar las cosas”. Renunció en pleno programa en vivo y no podía faltar la estridencia final francamente innecesaria “siempre estoy aquí para hablar, como los chayoteros no se atreven, no les interesa o no les conviene, porque no van a morder la mano que les da de tragar” (Reporte Índigo; 24-01-20)

Tuve para mí en ese momento que la renuncia tenía que ver con el estilo beligerante y la soberbia, no con la censura. Un comunicado de Juan Aguirre Abdó, director general del Grupo Radio Centro, confirmó mi sospecha: “Hago público que se sugirió respetuosamente al conductor de ‘Éntrale sin miedo’, Vicente Serrano, que intentara acompasar el tono de su lenguaje respecto a ciertas expresiones que habrían podido provocar consecuencias legales para las estaciones de radio y televisión. A diferencia de las redes sociales, y otras plataformas que transmite por Internet, La Octava está sometida a la Ley Federal de Radio y Televisión la cual, en su artículo 5o., obliga a los concesionarios a elevar la propiedad del idioma” (Aristegui Noticias; 26-01-20).

Tanto Julio Hernández como Aguirre Abdó tuvieron que aclarar el asunto porque, en medio del linchamiento de los fanáticos de Serrano al autor de “Astillero”, el conductor de “Sin Censura”, sabiéndolo, nunca tuvo la consideración de explicar en qué consistía la supuesta censura ni quién la había ejercido sobre él; su silenció nutrió a los inquisidores.

Alguien me preguntaba ayer si sabía la razón de la renuncia. Y sin conocer la declaración del director de Grupo Radio Centro afirmé sin dudar que no se trataba de un asunto de línea o imposición de temas sino del uso del lenguaje de parte del renunciante; ese “tono” que gana adeptos pero que en nada enriquece la información. Que sin duda a Serrano se le subió el éxito a la cabeza, se mareó, el ego no le permitió asumir las condicionantes de una ley que es pareja para todos y en nada menoscaba la libertad de prensa. Y lo peor de todo, al no aclarar, al no explicar públicamente la verdad de su renuncia, al dejarla libre a la interpretación y la fantasía de sus seguidores, alimentó el linchamiento de quien lo había invitado a participar exhibiendo que además de soberbio, es malagradecido.

A final de cuentas, la condición de periodista crítico y veraz y la honestidad intelectual de Julio Hernández López, se esté o no de acuerdo con él, reitero, continúa intacta; esto es lo importante y lo que vale la pena destacar. Y de ello son prueba no sólo su trabajo cotidiano y trayectoria, también un sinnúmero de testimonios y reconocimientos públicos.