Durante la ceremonia del Grito de Independencia sentí pena ajena. Decepcionado y abatido presencié la decadencia política en la protesta y la precarización de la crítica.

Prosaica y burda me pareció la actitud de quienes, en pleno ejercicio de darse ínfulas de conscientes e informados, pretendieron manifestar su descontento la noche del 15 de septiembre en el Zócalo capitalino.

Así no.

Acabará este sexenio sin que pase un día en que yo no desconozca a Felipe Calderón como presidente legítimo de la República. Postura que a estas alturas, en medio del ajetreo provocado por mi reconocimiento a Enrique Peña Nieto como presidente electo, pudiese reflejar incongruencia y contradicción. Sin embargo, como en todo, hay niveles para ejercer el reparo en esta cuestión.

Buscando cómo deslumbrar con láseres a quien en la actualidad detenta el Poder Ejecutivo de la Federación, miembros del agónico movimiento #YoSoy132 le apuntaron láseres mientras emulaba al padre de la patria, Miguel Hidalgo y Costilla durante.

Qué vergüenza.

Son patadas de ahogado. Son procederes típicos de resentidos y acomplejados. No es la forma en que debe combatir la inteligencia, sobre todo cuando existen los debates, la crítica y el arte.

Ayer gente que admiro profundamente como el poeta y periodista Pedro Miguel, intelectual reconocido, tuiteaban sandeces como esta, por ejemplo: “Sres. prianistas: (sic) si se mueren de ganas de encarcelar a alguien (sic) detengan a sus hijos por pirruros, no a los nuestros por patriotas”.

Increíble que quienes buscan la abolición de las clases sociales critiquen, insulten con clasismos patéticos y vulgares. Lejos de demostrar razón, destellan inquina, mezquindad y vileza.

Láseres apuntados a la cara de Calderón no eran la forma para protestar . Tampoco lo fueron los silbatos el día de su toma de protesta. Porque en lugar de condenarlo y mostrarlo como el malo, se le martiriza y victimiza a los ojos de la sociedad.

Y la izquierda queda como salvaje, bruta y ramplona.

Elevemos el debate.

A crear conciencia.