Premiaron a Enrique Peña Nieto en Nueva York. La Asociación de Política Exterior lo ha considerado el Estadista 2016. ¿Por qué? Básicamente por las reformas estructurales que “han estimulado la relación México-Estados Unidos”.

Rápidamente, en nuestro país se publicaron artículos criticando el hecho de que EPN haya sido galardonado.

Se entiende que lo haga alguien como Julio Hernández, de La Jornada, que nunca ha estado de acuerdo con las reformas.

Pero resulta incomprensible que el premio lo cuestionen editores de periódicos que durante años propusieron los cambios estructurales; me refiero a quienes elaboran los rotativos del Grupo Reforma (El Norte, de Monterrey; Reforma, de la Ciudad de México, y Mural, de Guadalajara).

Las personas sensatas, como lo son los integrantes de la familia Junco, propietaria del Grupo Reforma, habían esperado, desde hacía bastante tiempo, la llegada al poder de alguien que fuera más estadista que político, es decir, un gobernante responsable –cito a Winston Churchill– que pensara “más en las próximas generaciones que en las próximas elecciones”.

Pero cuando ese gobernante al fin llegó a México –sacrificó popularidad para lograr las complicadas reformas necesarias para la modernización del país–, se le golpea porque tiene en las encuestas un rechazo elevado.

¿No habíamos quedado en que eso era lo que hacía falta? ¿Alguien, como Enrique Peña Nieto, dispuesto a pagar enormes costos políticos a cambio de lograr las reformas estructurales? ¿Un presidente de la República capaz de obligar a actuar positivamente a la “generación del fracaso”, como llamó Ciro Gómez Leyva a los políticos que en los dos sexenios anteriores no pudieron concretar las cambios? 

La familia propietaria del Grupo Reforma usando sus seudónimos –“El Abogado del Pueblo” en El Norte y “Manuel J. Jáuregui” en Reforma– en un artículo en el que pide para EPN “coscorrones” más que reconocimientos, se pregunta cómo es que en el extranjero premian al presidente Peña mientras que, en México, la mayoría no lo aprueba.

La respuesta es muy sencilla: al estadista se le reconoce mejor desde lejos –en el espacio o en el tiempo–, esto es, sin la pasión del debate político local de corto plazo.

La búsqueda de votos ha echado a perder a tantos gobernantes. Lo dijo bien Benjamin Disraeli: “El mundo está lleno de estadistas a quienes la democracia ha degradado convirtiéndoles en políticos”.

La gran noticia de estos tiempos es que hubo en México un presidente que se atrevió a hacer lo correcto sin importarle la popularidad.

Ya lo aplaudirán, cuando el tiempo pase, los editores del Grupo Reforma y todos los otros mexicanos que hoy no ven lo positivo de lo que se ha hecho porque mantienen los ojos cerrados a causa del impacto que tienen sobre ellos las dificultades por las que pasa México, la mayoría generadas fuera del país.

Ya llegarán épocas más estables para el mundo, entonces se entenderá ta trascendencia de las reformas que se hicieron pensando en México y no en las posibilidades electorales del PRI, el partido del presidente.