Las elecciones francesas parecen ser la réplica de un inédito sismo democrático que está sacudiendo varias latitudes.

 Sus réplicas son tan múltiples como sus formas y sus tiempos (brexit, elecciones en la Unión Americana, Erdogan en Turquía, Viktor Orban en Hungría).

 Además de la propagación del populismo, las elecciones en Francia invitan a reflexionar sobre el proceso por el que atraviesa la democracia.

 Los franceses dejaron el bipartidismo y han dado paso a lo que han llamado, “movimientos políticos”.

 Melénchon lideró el movimiento “Francia Insumisa”.

 El ganador de la primera ronda formó un movimiento que lleva sus iniciales, Emmanuel Macron (En Marche).

 La contrincante de Macron para la última ronda, Marine Le Pen, representa más un movimiento que un partido político; incluso, para desvincularse de la dinastía barnizada bajo el estandarte de un partido político fundado por su padre, ha abandonado la presidencia del mismo.

 Le Pen encarna la ultraderecha y es acusada de antisemitismo, xenofobia y pretende que Francia abandone la Unión Europea. La clase obrera exasperada la respalda.

 A Macron se le acusa haber sido parte del actual gobierno, y de aparentemente representar el llamado “establishement”.

 Propone una continuidad y una regeneración del proyecto europeo, apela a valores fundamentales de la República francesa y es un candidato independiente.

 La gran novedad de estas elecciones es que la vida democrática está dejando de ser estructurada exclusivamente con base en partidos políticos, para dar paso a “movimientos”.

Existe una clara tendencia de rechazo hacia los partidos políticos. Una respuesta a  esto que podría ser el epicentro de este sismo geopolítico, puede ser la crisis de representación y el déficit de confianza en los partidos.

Una confianza entendida como el poder de hacer una hipótesis sobre un comportamiento futuro, y el mundo de la política, no logra hacer una hipótesis sobre un comportamiento futuro.

La crisis de representación se explica a través de una fractura social. Una fractura entre las ciudades y los territorios abandonados, entre la metrópoli y las comunidades rurales que se sienten excluidas y abandonadas.

Los partidos han perdido su vínculo con la sociedad, y la sociedad la democrática oportunidad de ser escuchada a través de los partidos políticos.

Un partido político es definido por una sociología, por territorios, etcétera. Sin embargo, estos movimientos son definidos únicamente por sus líderes.

El líder o la cúpula del movimiento, poseen la exclusividad de la toma de decisiones al seno de sus movimientos.

Estos movimientos –maquillados en ocasiones de partidos-, no otorgan a los ciudadanos un espacio para la discusión, deliberación y una democrática toma de decisiones al interior del partido, lo que históricamente solía darse al seno de los mismos.

 Pareciera que con el surgimiento de estos líderes independientes, transitamos de una democracia de partidos, hacia una “democracia de líderes”.

  La historia de la democracia es indisociable de una exploración de tecnologías de mejoramiento constante. Sin duda, somos testigos de una democrática exploración de nuevas formas de representación.

  Este arduo proceso terminará este domingo, y aunque en el mejor de los escenarios gane el candidato Macron; estas elecciones dejarán una cicatriz de la que es necesario aprender.

En México por nuestra parte, es fundamental reflexionar sobre estos nuevos “cauces democráticos”, para eventualmente resistir a una réplica de este inédito sismo geopolítico.

*Ernesto Elizondo es abogado egresado de la UANL y posgraduado en la Universidad de Paris-I-Sorbonne; ha sido catedrático de la UANL y ahora  colabora en la Misión de México ante la Unión Europea.

La opinión aquí expresada es exclusiva de quien lo escribe.