Ayer atestiguamos el primer abucheo a AMLO —sin que mediara el apoyo de grupos antagónicos a la 4T—, en el centro recreativo del IMSS, en Oaxtepec, con motivo de la celebración del día de la enfermera. Ante ello, Andrés Manuel espetó: “¡Si no soy Fox!”. Y no, no lo es, pero por momentos se parece mucho.

Ambos mandatarios crearon una expectativa de cambio difícil de lograr en un solo sexenio. Demasiado pronto para decir si AMLO lo logrará.

Lo que es cierto es que sus opciones electorales representaron, en su momento, la única forma de superar pacíficamente el descontento social de gobiernos (de estirpe priista; más el de Peña Nieto que el de Zedillo) llenos de deficiencias que, además, nos parecieron eternos.

Los dos obtuvieron votaciones espectaculares, aunque por distintas razones. En cuanto a números, mayor la de López Obrador. La de Fox lució por haber sacado al PRI de Los Pinos. Y quizá también por eso, luego se les hizo fácil prometer cambiar la realidad del país de forma inmediata. Quince minutos requería Fox para terminar con el conflicto en Chiapas y López Obrador sostuvo que con su estrategia de “abrazos no balazos” terminaría una época sangrienta en el país de forma casi automática. Ahora, que la realidad se asienta, ha pedido prórrogas.

Lo mismo por cuanto a su forma de “barrer las escaleras de la corrupción”: de arriba hacia abajo. Uno ya demostró que fue pura pose; esperemos que no sea así con el que nos gobierna ahora.

Fox nunca abandonó el modo “estoy en campaña”; creo que Andrés Manuel tampoco.

También en su ingrediente fervoroso se parecen. El día de su toma de posesión, Vicente Fox se presentó en la Basílica para rezar, mientras que Andrés Manuel ha recibido a pastores cristianos en Palacio Nacional.

Los dos tardaron años en graduarse. El tabasqueño 14 años en concluir su carrera y Fox mucho más en terminar sus estudios para finalmente titularse. No recuerdo si era directivo de Coca Cola en ese entonces; quizá incluso ya estaba por lanzarse a la campaña.

Al parecer ninguno soporta que les dediquen adjetivos descalificativos pero, eso sí, ellos los usan de forma magistral. El primero no aguantó el “cállate chachalaca” endilgado por López Obrador tiempo atrás, y este último ahora pide respeto cuando se refieren a él.

En el sexenio de Fox (luego Calderón) la fuerza de la maestra Elba Esther alcanzó cimas nunca antes vistas. Algo parecido vuelve a ocurrir, pues de estar “muerta políticamente”, Andrés Manuel le ha dado nuevo oxígeno.

Fox inició sin mucho eco (afortunadamente) las pláticas sabatinas con el presidente; López Obrador ha instaurado las mañaneras diarias con un éxito rotundo. Ambos casos buscaron una comunicación directa entre el presidente y la ciudadanía.

Fox dijo que se alejaría del boato pero cayó con ahínco en el mismo; ¿alguien olvida sus botas de charol? Andrés Manuel hasta ahora mantiene su sencillez, lo cual desafortunadamente no es sinónimo ni de honestidad ni de que sus funcionarios lo sean tampoco.

Ambos prometieron combatir la corrupción, Fox no hizo nada. Andrés Manuel es selectivo en la encomienda.

Para ambos, los primeros abucheos no provinieron de la oposición, sino de su propia base de votantes. Mientras que Andrés Manuel tuvo que hacer frente a médicos y enfermeras en el evento antes referido.

Quizá en lo que más (no quiero decir que lo único) se diferencien es en el trato que dan a la oposición. Durante el sexenio foxista, AMLO se mantuvo fuerte. Tanto así que el presidente Fox recurrió a los video escándalos, al desafuero y —según diversos analistas sostienen— al fraude electoral en el 2006 para dejar a Felipe Calderón en la Presidencia. López Obrador, en cambio, ni siquiera ha requerido contemplar —ya no se diga desplegar— ese tipo de “recursos”, ya que la oposición se encuentra raquítica y la aprobación de su gestión muy alta (72% de acuerdo a la última medición de AMLOVEmetrics).

¿Será que algún momento las promesas vacuas y sin sustento de López Obrador empezarán a pesar sobre su imagen? Supongo que sí; que llegará el tiempo en que las propuestas incumplidas harán más fuerte el sentimiento de rechazo de la población hacia el ejecutivo. Y no es para menos; con el charlatán y merolico que ya tuvimos, fue suficiente.