El pleno del Senado aprobó por 73 votos a favor y 30 en contra, en lo general y en 58-17 en lo particular la Ley de Derecho de Réplica, reglamentaria del Artículo Sexto Constitucional, mediante la cual todos los mexicanos podremos ejercer esta prerrogativa si se violan o afectan nuestros intereses por la divulgación errónea o malintencionada de algunos medios de comunicación.

En este sentido, ?la crítica periodística será sujeta al ejercicio del derecho de réplica?, consignó la presidente de la comisión de gobernación del Senado, la priista Cristina Díaz Salazar.

A partir de su expedición ?toda persona podrá ejercer el derecho de réplica respecto de la información inexacta o falsa que emita cualquier sujeto obligado y que le cause un agravio?.

De acuerdo con la iniciativa respectiva, discutida originalmente por un poco más de 5 horas, los sujetos obligados de esta nueva ley son: los medios de comunicación, las agencias de noticias, los productores independientes y cualquier otro emisor de información responsable del contenido original, los cuales deberán contar en todo tiempo con ?un responsable para recibir y resolver sobre las solicitudes de réplica?, aclaró Cristina Díaz.

También el presidente de la Comisión de Estudios Legislativos Segunda, el perredista Alejandro Encinas pormenorizó a sus compañeros que si bien él en lo particular tenía fuertes dudas sobre esta ley de derecho de réplica, al mismo tiempo señalaba avances que fortalecen una mayor participación de la ciudadanía en su propio ejercicio de libertad de expresión e impide que la difamación sea un tema de impunidad, como ha ocurrido a lo largo de nuestra historia.

Mucho me llama la atención que en México todo lo queremos arreglar a través de la expedición de leyes, como si estas fueran la panacea, sin darnos cuenta que lo realmente importante son las personas, y que sin importar lo benigno que sean las instituciones, lo que sigue fallando en el país es quien las lleve a cabo.

Por ello es que me pregunto si el Derecho nos da la felicidad o si por el contrario, quienes navegan en las turbulentas aguas jurídicas (abogados, jueces, etc.) no experimentan el menor bienestar emocional.

Y se me ocurrieron varias reflexiones y respuestas.

1. El Derecho en una visión global y teórica, como conjunto de normas que regulan la vida de la sociedad a la que pertenecemos, y en la medida que da respuesta a las situaciones evitando conflictos, proporciona el ambiente y contexto de felicidad. Si las normas están claras y dan respuesta a los conflictos de intereses, los ciudadanos aceptarán las reglas del juego y además de seguridad jurídica comportará seguridad existencial, sin tener que soportar las tensiones propias de controversias, litigios y desgaste de energías, que provocan malestar.

2. El Derecho en cuanto se expresa en leyes concretas con finalidades específicas, es fuente de felicidad a quienes beneficia o colma apetencias y fuente de desdicha para quien las cercena.

En efecto, una cosa es el Ordenamiento Jurídico en su dimensión abstracta y teórica, y otra cosa es el Derecho que nos ha tocado vivir en la práctica de cada momento a cada comunidad, pues aunque la inmensa mayoría de las leyes ofrecen soluciones claras y equitativas ( o al menos, regulaciones neutras), no faltan leyes absurdas, anticuadas o moralmente injustas, y que son fruto de ese duende malicioso que llaman ?política? y se envuelve en el celofán de una Ley.

A quien le toca soportar la aplicación de una norma en esas condiciones defectuosas, padece infelicidad al cubo, ya que la Ley no le ampara, además no puede luchar contra ella y por ende, su fe en la bondad del Derecho en su conjunto comienza a desmoronarse.

Por otra parte, el Derecho aspira a dar respuesta a la demanda social de manera que en nombre de la mayoría (legítima) una minoría ha de soportar su dictado ( la esencia de la democracia). Por ejemplo, la ley que prohíbe fumar en establecimientos y restaurantes, provocó el aplauso y dicha de los no fumadores y el rechinar de dientes de los fumadores; y no digamos una Ley que acaba con la impunidad de dictadores en el pasado que se creían a salvo, y que provocará alegría en las víctimas y enfado en los tiranos.

En suma, la percepción de cada uno sobre ?la justicia? de cada Ley ( según sus particulares valores o intereses) determinará su aplauso o crítica, y con ello su mayor o menor dosis de felicida

3. El Derecho en su versión judicial, esto es, el Derecho en el campo de batalla de Juzgados y Tribunales, pocas alegrías proporciona.

Quien demanda, denuncia o promueve la acción de la justicia está embarcándose en un viaje de resultado incierto y con climatología imprevisible, con posibles tormentas y zarandeos de oleaje revuelto, sin perder de vista la vieja maldición gitana (?pleitos tengas, y los ganes?).

Quien es demandado o denunciado se siente, de entrada, atacado y maltrecho en su honor por verse arrastrado a los tribunales, y además obligado a asumir unos gastos de defensa bajo una sombría expectativa. Y por supuesto, maldita la gracia que le hace el Derecho a quien sufre una condena penal, inversamente proporcional a la alegría de quien es absuelto.

O sea, que todo pleito supone para ambas partes un engorro e infelicidad, aunque podemos recordar como simpática excepción el chiste de Woody Allen sobre el caso de una pareja que ?estaban obsesionados por tener un orgasmo simultáneo y por fin lo tuvieron cuando el juez les concedió el divorcio?.

Tampoco me resisto a contar como anécdota, que visité no hace mucho a un conocido en su casa de campo y me llamó la atención que tenía enmarcada en el centro de la pared del salón, la sentencia civil que ganó y en que se condenaba al vecino a cortar el árbol que invadía su finca. No tengo dudas de que si este conocido convirtió la sentencia en una especie de altar privado lo fue para regodearse con el triunfo ( como quien coloca una medalla o copa de éxito deportivo), pues debió experimentar una gran felicidad con la sentencia (posiblemente proporcional a los sinsabores previos al litigio); pero también debo decir que me dio cierta lástima. Lástima por él, al depositar su felicidad en tan pueril victoria; lástima por el condenado, porque nadie le abrió los ojos para evitar tan sencillo pleito; y lástima por nuestro sistema judicial, pasto de vendettas, malicias, envidias y soberbias y otros malentendidos que podrían solventarse civilizadamente.

4. El Derecho bajo la perspectiva profesional, del abogado o procurador que ejerce, es saludable ya que constituye su medio de vida. Un abogado no se alegra de que existan litigios sino de que esos litigios si tienen que ser resueltos (con negociación, gestión o en los tribunales), le sean encomendados.

Además, el abogado experimenta varios pequeños placeres o brotes de felicidad: cuando le encargan el pleito ( por la confianza que demuestra el cliente en su saber hacer); cuando triunfa en una escaramuza procesal o incidente ( por la alegría de una batalla ganada aunque la guerra no esté zanjada); cuando obtiene la sentencia a su favor ( por el reconocimiento tácito al trabajo bien hecho) y por supuesto, cuando consigue cobrar sus honorarios.

En suma, para el abogado el Derecho no le da la felicidad, pero le proporciona momentos felices. Eso sí, la conducta o resultado inverso al expuesto es fuente de insatisfacción, malestar e infelicidad (si no le encargan el pleito que deseaba, si pierde un incidente, si la sentencia es contraria o si no cobra).

5. Por otra parte, creo que existen cuatro factores de infelicidad latente en todos los abogados, aunque han aprendido a convivir con ello, como ?el precio de la profesión?.

En primer lugar, el estrés inherente a su labor, ya que luchan con plazos, manejan leyes y reglamentos que les vienen dados y el proceso se convierte en un campo erizado de minas.

En segundo lugar, la tensión inherente a enfrentarse a otro abogado, sabiendo que dentro de la Ley, ?todo vale? (negociación, estrategias, etc.) pues no es agradable saber que otro profesional intentará zancadillearle (el abogado, a diferencia del médico, cuenta con alguien ?que quiere que falle en su labor?).

En tercer lugar, el tener que manejar situaciones más allá de las leyes, debiendo aplicar psicología fina con el propio cliente (que ve las cosas como quiere verlas) o con peritos y testigos.

Y por último, es difícil sentirse cómodo, en las ocasiones en que se defiende a un cliente pese a saber que carece de razón jurídica o moral, o en que no coincide ésta con la del abogado (pues corren tiempos en que el abogado no elige al cliente sino a la inversa); puedo comentar que cierto abogado me confesaba su insatisfacción personal (no profesional) por haber ganado un pleito pese a la baja talla moral de su cliente y el abuso de su posición, y me confesaba con tristeza: ?Mi cliente ha ganado, pero el sistema judicial ha fallado?.

6. El Derecho bajo la perspectiva del Juez tiene doble cara.

Por un lado, ser juez es un honor y alta responsabilidad por tener confiado nada menos que resolver un litigio entre ciudadanos asistido por sus respectivos abogados. Interpretar y aplicar las leyes es una altísima responsabilidad pues ?la boca del juez se convierte en traductor de la voz del pueblo?.

Por otro lado, conseguir dar el impulso adecuado al proceso, entre Escila y Caribdis (las partes) y lograr hallar la solución al litigio, consiguiendo elaborar una sentencia razonada, proporciona a su autor dosis placenteras y genera endorfinas naturales.

Eso sí, también la infelicidad acecha al juez cuando la solución encontrada resulta formalmente impecable pero materialmente injusta o cuando el pleito revestía tal complejidad que podrían argumentarse soluciones contrarias.

De igual modo, el malestar invade al juez si se revoca la sentencia dictada puesto que a ningún ser humano le gusta que le corrijan y especialmente cuando su deber es aplicar lo que se considera una ciencia, como es el Derecho (aunque todo hay que recordarlo, ni es ciencia exacta por tratarse de ciencia social, ni los jueces somos infalibles).

7. Finalmente, el Derecho proporciona gotas de felicidad a todos cuantos viven o disfrutan directa o indirectamente del Ordenamiento Jurídico ( editoriales jurídicas, centros académicos de formación de juristas, organizadores de congresos jurídicos, etc.).

8. He dejado para el final exponer como la felicidad del abogado a la hora de encontrar la respuesta jurídica a los intereses en lucha se ofrece en varias capas.

Un primer examen del caso encomendado, al encontrar o consultar la norma o ley, si la misma resulta favorable a sus intereses, le provoca un placentero y gatuno ronroneo.

Un segundo examen, cuando se consulta la jurisprudencia.

Nuevamente, debo señalar que la infelicidad ofrecería capas correlativas si el hallazgo jurídico fuese inverso y contrario a los intereses patrocinados por el abogado consultante.

En fin, personalmente creo que para ser feliz no hay que olvidar que el Derecho no lo es todo en la vida y que la Felicidad resulta escurridiza.