Esta semana, el llamado Plan de Austeridad de AMLO ha estado en boca de todos; a algunos les llena de alegría, a otros les causa risa, hay quienes temen y a otros les preocupa. Ante estas reacciones, es importante profundizar para responder a una pregunta: ¿qué ganamos?

La primera impresión es que a quienes les alegra sienten que se acabaron los privilegios de ese sector buro-aristocrático alejado de la realidad nacional; a quienes causa risa, quizá creen que es un anuncio saciabobos que no será real, es decir, no dejará de haber privilegiados que usen el dinero público para satisfacer ciertos caprichos personales; quienes temen probablemente se debe a que sienten perdido un privilegio que casi nadie tiene: la seguridad, y a quienes les preocupa quizá tengan el legítimo interés de mantener las garantías que su trabajo exige. 

Se trata de respuestas superficiales y evidentes. Si ese es el caso, lo único que ganamos es un paliativo y en ese sentido, este plan alcanzará únicamente para mantener un poco más la sensación de que ya se acabó o mermó el problema social más marcado de esta última elección Presidencial: el hartazgo.

El apoyo a AMLO ha sido descomunal, pero la sensación de cambio verdadero es pasajera y el hartazgo volverá si no se logra interiorizar una respuesta más profunda.

Vivimos en un  país donde la felicidad cuesta y se consume, y se consume en el mismo instante en que el dinero cumple su propósito de cubrir el precio. Esta felicidad es la que más sufren los buro-aristócratas como “Jorge Guajardo”, ex embajador de México en China quien vía Twitter criticó el plan de AMLO de la siguiente manera: “Serán o muy ricos, que no les importa, o muy… no entiendo.” Y digo sufren porque esa felicidad es momentánea, instantánea, pasajera; y tan pronto es satisfecha, ya se está en busca de otro motivo de consumo-felicidad.

México no  está para bollos. Como en todo el mundo, nuestra vida está regida por el consumo y luchar contra ello es no entender la inercia mundial.

Por otro lado, la mayoría de la población en nuestro país vive en situación de pobreza y será muy difícil que su futuro próximo sea distinto, por lo que su felicidad no puede basarse en la posibilidad de que tengan más oportunidades que se traduzcan en más dinero.

Por ello, es  importante disociar el consumo de la felicidad y esa es la respuesta que debemos aprender a dar y regar.

El plan de AMLO va más allá de la austeridad, su propósito es evidenciar que la felicidad no está ligada al dinero y al consumo; los nuevos Secretarios de Estado, Subsecretarios, Directores y, en general, los servidores públicos, no deben demostrar que pueden vivir con poco, tienen que demostrar que el dinero sí sirve para vivir pero su felicidad se basa en la trascendencia de sus acciones.

La austeridad de AMLO no es pobreza, es trascendencia y felicidad perenne. Ya lo dijo el más grande presidente latinoamericano de nuestros tiempos, José “Pepe” Mujica: “Hay gente que adora la plata y se mete en la política, si adora tanto la plata que se meta en el comercio, en la industria, que haga lo que quiera, no es pecado, pero la política es para servirle a la gente. No es que se pueda ser desinteresado, no hay ser viviente que sea desinteresado, hay una cuota dentro de nosotros que así nos mandata, la vida es el juego de solidaridad, de fraternidad.     A la alta política le interesa ese cariño de la gente, algo que se transmite, que no tiene precio y que no se compra en el supermercado.”  Twitter: LeonardoFS__