Ciro Gómez Leyva y Francisco Martín Moreno no me dejarán mentir. Ellos fueron los primeros directores editoriales de Milenio, cuando nació como semanario.

En 1998, cuando apenas había aparecido la revista que fue la madre del periódico Milenio, dos de los moneros que colaboraban con nosotros, Hernández y Helguera, se pitorrearon de alguna mala traducción que hizo la Secretaría de Relaciones Exteriores, encabezada en ese entonces por la señora Rosario Green.

Hernández y Helguera elaboraron, en dos páginas de Milenio Semanal —si la memoria no me falla—, el Diccionario español-ingles, inglés-español de las academias Miss Green.

La entonces canciller se molestó bastante. ¿Cómo se atrevían dos moneros a burlarse de ella, toda una estrella del servicio exterior?

Esa fue la primera información que recibí después de que Martín Moreno me dijo que la secretaria Green nos invitaba a comer —sí, a comer— para explicarnos que no merecía el trato que le habían dado Helguera y Hernández. Y no lo merecía, decían sus colaboradores, porque:

Había estudiado relaciones internacionales en la UNAM, tenía maestrías en el Colegio de México y en la Universidad de Columbia, había recibido toda clase de reconocimientos —entre ellos un doctorado honores causa, creo que en Nueva York—, había dirigido el prestigiado Instituto Matías Romero, tenía experiencia política y diplomática de sobra y, sobre todo, trabajaba incansablemente por México.

Asistimos a la comida, en la anterior sede de la cancillería, Ciro Gómez Leyva, Francisco Martín Moreno y yo. A la secretaria la acompañaban algunos funcionarios con rango de embajadores, o eso entendí.

Todo era elegancia en aquel comedor: las copas, los platos, la cubertería. Me pareció lógico que así fueran las cosas en la casa de la diplomacia mexicana.

De inmediato ella fue al grano. Dijo que no merecía las burlas de dos moneros porque simple y sencillamente se dedicaba a trabajar por el país, y además tenía hijos que sufrían el acoso de sus compañeros en la escuela cuando se publicaban cosas así.

Honestamente hablando, y quizá me vi majadero y hasta vulgar en tan distinguido recinto diplomático, me desesperé rápido y la interrumpí. Dije con otras palabras, quizá más fuertes que:

1.- Nadie obliga a las personas que trabajan en el gobierno a tener tales empleos, que implican muchas satisfacciones, pero también costos enormes.

2.- Uno de los costos a pagar por comer en platos de lujo, con el escudo nacional grabado en letras doradas, es el de soportar las críticas, inclusive las de los moneros, que suelen ser las que más duelen.

3.- Si no le gusta, busque usted otro trabajo. Porque en su oficio se tiene que aguantar lo que le digan.

4.- Si no quiere que la cuestionen, entonces no se equivoque, esto es, que nadie de su equipo meta la pata en las traducciones ni vivan ustedes fuera de la realidad de las clases medias mexicanas.

Hugo López-Gatell se fue de vacaciones a la playa

Mucha gente lo ha criticado, con toda razón. Otras personas, en las redes sociales, lo han defendido, en mi opinión porque confunden el mal trabajo del jefe de la estrategia contra el coronavirus con la esencia del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

Sin duda, en la mañanera de este 4 de enero de 2021 López Obrador defenderá a López-Gatell. Dirá que vacacionó como cualquier persona, es decir, sin viajar en los aviones privados en los que se trasladaban los anteriores funcionarios ni lo hizo en grandes yates de lujo o bien oculto en mansiones inaccesibles para el común de la gente; por eso nadie los retrataba.

Es cierto, López-Gatell al menos viaja como cualquier clasemediero, en aerolíneas comerciales y comió en chiringuitos de playa de costo no tan elevado, aunque nunca baratos. Ya es un avance.

Pero nadie le pidió que antes de irse a tomar el sol y a comer ceviche, recomendara en su Twitter al pueblo de México el ya clásico #QuédateEnCasa.

Nadie obligó al rockstar de la epidemiología a trabajar en el gobierno. Ni tampoco se le puso una pistola en la cabeza para que aceptara ser el general en jefe en una guerra sanitaria.

En las guerras no hay días festivos, hasta dónde yo sé. A veces hay treguas por celebraciones especiales, pero el enemigo actual no conoce de esas cosas.

Nunca ha predicado con el ejemplo el doctor Gatell. Esta vez, para empezar no se quedó en casa. Y en su viaje a la playa se quitó el cubrebocas en el avión. En el restaurante de mariscos en el que se le fotografió no parece que los meseros y los clientes respeten la sana distancia.

No cumple con sus propias recomendaciones. Es decir, a Gatell le vale gorro pelear contra el virus, tal como ocurre con la mayoría de los mexicanos irresponsables que siguen sin entender la gravedad de la pandemia.

Es cierto, no viajó como rey pero quizá ello se debe a que le tocó brillar en el sector público en el gobierno de alguien absolutamente austero como Andrés Manuel.

Pienso que si el derrochador Felipe Calderón no lo hubiera corrido y lo hubiese elevado al cargo de secretario, habría hecho lo que todos en aquella administración: darse vida de pachá o bajá o como se les diga a quienes disfrutan la opulencia.

¿Que calumnio a López-Gatell al decir que trabajaba con Calderón, mientras AMLO y sus seguidores sufrían en ese tiempo una persecución antidemocrática, más terrible aún porque se basaba en el desprecio, esto es, en ignorarles mediante vergonzosos cercos mediáticos? No es una ninguna calumnia, esa es la verdad.

Pero digamos que Hugo López-Gatell tenía derecho a trabajar con Felipe Calderón, y que no debe criticársele por eso. Muy bien, no lo critico. Solo digo que en su actual posición debería al menos cumplir con lo que recomienda.

Y el #QuédateEnCasa incluye NO ir a la fiesta en la playa. Debió pasar su descanso en la Ciudad de México, para no dar el mal ejemplo y, sobre todo, para no dañar la imagen de un presidente tan esforzado y con tantos enemigos como López Obrador.