Los cantantes del coro y su lucha contra el coronavirus

En Alemania, en la Radio Bávara se ha realizado un experimento para determinar qué tan seguro es cantar en un coro en los tiempos de la pandemia del Covid-19. El estudio lo ha dirigido Matthias Echternach, del Hospital Universitario Ludwig Maximilians, de Munich. Participaron diez cantantes quienes, entre el 20 y el 26 de mayo pasados subían y bajaban el volumen en función de lo sugerido por los investigadores.

Se utilizaron cámaras de alta velocidad para examinar cuántas gotas o aerosoles salían de sus bocas. Estrictamente hablando no sé cuál es la diferencia —supongo que el tamaño— entre una gota y un aerosol; habrá quién me lo explique, espero. Pero ello no es relevante para mi comentario. En Der Spiegel, con la ayuda del traductor de Google, leí que para la realización del estudio “los sujetos de prueba inhalaron una solución con un cigarrillo electrónico antes de realizar su ensayo de canto”. Ello para hacer visible, a la luz blanca, el líquido expulsado por la boca al cantar con mayor o menor intensidad.

Cantar en el coro con mínima seguridad

La investigación concluyó que “la distancia de seguridad de 1.5 metros común en muchas áreas no es suficiente, cuando se canta en un grupo, para prevenir la infección de manera segura”. En un coro, para evitar el riesgo de contagiar el coronavirus, lo aconsejable es “estar a dos o dos metros y medio de distancia de la persona que está delante”. Metro y medio sí puede ser suficiente para los cantantes que están a los lados.

Gritar y cantar

En la Radio Bávara, que tiene una de las mejores orquestas del mundo, no iban a caer en la ordinariez de poner a gritar a sus refinados, refinadas cantantes —gritar, que conste, no cantar; es decir, berrear o aullar como vendedor en los mercados ambulantes— con el objetivo de ampliar el estudio y, de esa manera, dar recomendaciones no solo a los participantes en un coro, sino también a quienes desarrollan sus actividades desgañitándose en lugares de comercio ruidosos.

Quizá los estudiosos del Hospital Universitario Ludwig Maximilians no consideraron necesario analizar qué pasa con las gotas y los aerosoles que salen de la boca cuando nos ponemos a gritar, ya que para fines sanitarios podría ser que no haya diferencia con el acto de cantar.

Pasé en coche por un mercado ambulante y, desde mi automóvil, percibí claramente que los vendedores se quitaban el cubrebocas —lo ubicaban al nivel del cuello, dejando libre nariz y boca— para gritar a poca distancia de sus clientes intentando llamar la atención de estos.

¿Son necesarios tales gritos? El comerciante quizá no tenga opción en un mercado callejero, ruidoso por las personas que compran y venden y, también, por los coches que circulan por ahí.

¿Puede gritarse con cubrebocas? Supongo que sí. En el mencionado estudio, al menos en la nota de Der Spiegel, queda claro que el canto culto, por así llamarlo, se distorsiona si se hace con la boca y la nariz tapadas. Pero en un mercado, o en un concierto grupero o de rock no debería haber ningún problema para alzar la voz con la mitad del rostro cubierto. Los mariachis de la Ciudad de México ya lo hicieron así y todos les aplaudimos.

El show sanitario del City Market

Lo anterior deberían tomarlo en cuenta en el City Market, que quizá sea el supermercado más caro de México. Porque me queda cerca acudí a su sucursal de Santa Fe ayer viernes; lo había hecho varias veces antes de que el semáforo estuviera en color naranja y en todas las ocasiones encontré poca gente realizando sus compras, sobre todo porque se controlaba el número de consumidores dentro del establecimiento. Ayer fue distinto: evidentemente la gerencia dejó entrar a una mayor cantidad de clientes.

La mercadotecnia sanitaria del City Market es muy buena. Felicidades. Como en hospital, se toma la temperatura a las personas que llegan, se les pide limpiarse las manos con gel desinfectante y hasta se regalan guantes de plástico. Nadie entra sin cubrebocas que, desde luego, todos los empleados, todas las empleadas utilizan obligatoriamente. Excelente show; show, sí, porque ya dentro de la tienda...

Tres veces vi lo mismo: consumidores pidiendo información a algún empleado y a este, joven y seguramente poco capacitado, gritar a alguno de sus compañeros para poder orientar a quien le solicitaba apoyo. En los tres casos, los trabajadores del City Market se quitaron el cubrebocas para gritar solicitando apoyo por simple desconocimiento de en qué estante se ubican las mercancías.

Por el ruido, gritar era la única manera de hacerse escuchar a distancia, pero ¿había necesidad de aullar sin mascarilla?

La segunda vez que vi que eso ocurría, de plano le llamé la atención a uno de los muchachos. No grité, pero casi. A metro y medio, en plan de viejito regañón, que sí soy —practico bastante con mis nietos—, le dije: “¿Es necesario que se retire el cubrebocas para gritar? ¿No ha escuchado hablar del coronavirus?”. El joven me respondió, sin gritar y con el cubrebocas puesto, “es que con esta cosa no me oyen”. Repliqué: “Pues no sea flojo y acérquese a la otra presona; caminar es sano”. Prometió hacerlo así. Nomás por necio lo seguí, lo observé un rato... y no cumplió.

Traté de quejarme con el gerente, pero no me atendió. Una señora me dijo que el señor estaba ocupado, pero que si yo quería le pasaba mi mensaje. Le expliqué la situación y me dijo: “No hacen caso”.

“No hacen caso”

La verdad de las cosas es que un número importante de personas en todo México ignora las recomendaciones sanitarias. Como no hay castigo, resulta sencillo poner en riesgo a los demás.

Por las buenas no hemos entendido, de ahí que la pandemia haya crecido y durado tanto. Ya tenemos más muertos que España, en unos días superaremos a Francia y vamos por Italia y el Reino Unido. Si seguimos como vamos, conseguiremos la medalla de bronce mundial en fallecidos por Covid-19. ¿Es lo que queremos?

Presidente AMLO, por las buenas no se pudo

El presidente López Obrador no tiene razón cuando afirma, lo que hace con mucha frecuencia, que hemos detenido la pandemia gracias a que la gente, sin coerción, ha acatado las recomendaciones de Jorge Alcocer y Hugo López-Gatell, secretario y subsecretario de Salud, respectivamente.

La verdad de las cosas, y Andrés Manuel debería admitirlo, es que ha fallado la gente, toda, la de abajo y la de arriba. Incluidos los funcionarios que no se ponen el cubrebocas, los periodistas amarillistas y los empresarios que no son exigentes con sus trabajadores. Un reconocimiento mercen los secretarios Ebrard y Durazo, que usan la mascarilla frente a AMLO, alérgico por lo visto a taparse el rostro

Esa es la única explicación que, aunque tímidamente —no quiere dejar la zona de lo políticamente correcto— ha terminado por dar López-Gatell acerca del desastre que para México representa el coronavirus. Está en lo cierto: como sociedad hemos fallado.

En manos de Sheinbaum 

La persona que con más seriedad y firmeza ha atacado el problema, Claudia Sheinbaum, tendrá que llevarle todavía más la contraria al presidente AMLO y ser mucho más enérgica para que, con multas o castigos de algún tipo —al menos con fuertes llamadas de atención en público— se respeten las recomendaciones de lavarse las manos a cada rato y, siempre al salir de casa, usar cubrebocas.

Como no creo que estén operando los coros de la Ciudad de México, y como nada de lo que ahora hacemos se relaciona con el canto culto, cualquier cosa puede realizarse con la nariz y la boca tapadas. El mariachi nos ha dado una lección. Y el que no lo haga, que la pague. Urgen los castigos porque, por las buenas, nadie entiende.

Fake news

También deberá haber alguna clase de sanción para quienes, en los medios, actuemos con ligereza o de plano con irresponsabilidad. Mínimamente se nos debe exhibir como amarillistas.

Ayer Ciro Gómez Leva difundió una dañina fake news —la de que el semáforo pasaba a verde en la capital del país— y aunque fue desmentido por la propia señora Sheinbaum, en vez de disculparse por su error, mi querido amigo, contra su costumbre de admitir sus errores, se montó en su macho y siguió desinformando al argumentar que había basado su comentario en un documento del gobierno federal, que quizá exista, pero que todos sabemos, o bien era preliminar o, de plano, fue rebasado por la decisión posterior de que solo la jefa de gobierno de la CDMX iba a decir si el semáforo cambiaba de color.

Querido Andrés Manuel: cubrebocas, por favor

Si no nos ponemos serios, seguiremos en grandes problemas que se agravarán porque pareciera que actuamos exactamente como se requiere para sí aumentar los efectos dañinos del terrible virus.

Ojalá en sus vuelos a Washington en aerolíneas comerciales, el presidente López Obrador haga lo que están obligados a hacer todos los pasajeros: ponerse el cubrebocas que por ningún motivo ha querido usar. Ya su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller, se puso la mascarilla en el avión en la que fue agredida por un fanático simpatizante de Felipe Calderón. En este caso, desgraciadamente la nota fue el acoso a Beatriz, y no el cubrebocas que usó, que debimos haber difundido como ejemplo de lo correcto.

Si Andrés viaja con la nariz a y la boca cubiertas, habrá que reproducir muchísimas veces las fotografías para dar ejemplo a la gente que no ha entendido nada.

El nada confiable Trump

Lo malo es que nuestro presidente se reunirá con un gobernante que no respeta medidas sanitarias de ningún tipo —ayer encabezó un acto de campaña multitudinario—, pero de las consecuencias positivas o negativas de la reunión de López Obrador con Trump hablaremos cuando se haga el balance de una visita que muchas personas, en México y Estados Unidos, consideran absolutamente inconveniente. Ojalá asista el canadiense Trudeau, para repartir los costos de cualquier cosa que se le ocurra al hombre de color naranja que está ya bastante desesperado porque parece condenado a no lograr su reelección. De todo corazón deseo que su derrota sea tan aplastante como humillante. Es lo menos que merece ese tipo arrogante que tanto ha ofendido a los mexicanos, a las mexicanas.