En la edición de esta semana, la revista Proceso les concede amplio espacio a los zapatistas por lo que a su cuestionamiento a uno de los proyectos emblemáticos de la 4T se refiere. Doblemente grave, pues la publicación de este domingo coincide (de hecho la portada viene dividida en dos partes iguales) con un bello homenaje a don Julio Scherer, personaje tan apreciado en lo personal y en lo intelectual por el presidente López Obrador.

La señal que manda el rotativo constituye casi una afrenta al ejecutivo federal (¡le dedica a los zapatistas el mismo número de páginas que a hablar del legado del fundador de la propia revista!).

Al margen de las virtudes y defectos que pudiera tener el Tren Maya, que aquí no voy a discutir, llama la atención la campaña que hace la revista en favor del EZLN (y no digo que en pro de sus causas, porque bien a bien sigue sin saberse cuáles son estas). Tanto así que encabeza su reportaje dando por hecho que el proyecto en cuestión viola el convenio 168 firmado con la OIT. ¿Es en serio?

Peligrosa la decisión por la que ha optado Proceso. Hablando de forma franca, incluso habiendo tantos estudios y análisis al respecto, particularmente producidos en la década de los 90s e iniciando el milenio, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional no deja de ser un grupo raro. ¿De izquierda o no? ¿Demócrata o no? ¿Liberal o no? ¿Guerrilla o no? ¿Ambientalista o no? En mi opinión, los zapatistas saben que existe un marco legal y diversos esquemas en México para cada ámbito de acción, pero estos solo los respetan cuando les conviene. Además, se han vuelto expertos —quizá lo fueron desde un comienzo— en aprovechar el apoyo que les brinda mucha gente de buena fe; ¿incluido el equipo editorial de Proceso?

Lo que la revista ha “comprado”, y ni siquiera hablo en términos monetarios, es jugar al “periodismo crítico” en un momento en que se cree que este es indispensable para hablar de independencia debido al cambio que apenas se dio en la dirección del medio.

Una equivocación, pues el problema de esta decisión editorial es el daño que causa al apoyar movimientos de dudosos objetivos como el zapatista. Introduce elementos que no debieran formar parte del debate del proyecto del Tren Maya, dinamita la acción del gobierno federal y de los gobiernos locales involucrados. Y, por si fuera poco, le da municiones a un grupo beligerante —no apoya ni apoyará a ninguna autoridad, sea de derecha o de izquierda— que de otra manera no tendría la menor importancia.

Periodismo amarillista, pues. Periodismo que busca llamar la atención. Periodismo que quiere ser cada días más crítico solo porque sus editores tienen —les gusta presumirlos— los güevos que se supone se necesitan para cuestionar a cualquiera. Pero, también, periodismo irresponsable. Inclusive periodismo dañino por la credibilidad que merecidamente tiene Proceso. Credibilidad que no va a perder por la tontería esta semana publicada, pero... ¿quién fue el chiflado que decidió darle la mitad de la portada de Proceso a emotivos textos sobre Scherer y la otra a un absurdo y absolutamente inaceptable —y sin duda condenado al fracaso— proyecto zapatista de desestabilización del gobierno de Andrés Manuel?